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Toros

Escogido ganado sin mayor lucimiento, da al traste con un pretencioso mano a mano

En tarde sin bravura pero empeñosa, El Juli corta dos orejas y Diego Silveti una

En el decimocuarto festejo continuó el desfile de mansos, ahora de De la Mora y Montecristo

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Encierro modesto y parchado en el mano a mano de David Silveti (en la imagen) y El Juli, este domingo en la MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de enero de 2013, p. a43

Allá en el fondo, ¿qué pensarán los cabales, que dijera José Cueli, sobre los intentos de los promotores más ricos en la historia del toreo para montar estos cachondeos para ingenuos, bautizados entre otros esfuerzos verbales como duelo histórico, reñido desafío y mano a mano esperado entre una figura mundial del toreo y un magnífico prospecto aún en proceso de maduración técnica y emocional?

Desde luego la empresa de la Plaza México debió parchar la anunciada corrida de Fernando de la Mora –que incluía tres novillones indignos de esta y de otras plazas y de una confrontación tan pretenciosa– con tres ejemplares decorosos de Montecristo. Esta emergente combinación permitió, si no la predecible apoteosis de marcas toreras, que no de toreros, por lo menos el decoroso desempeño de los alternantes con algunos de los astados, sobre todo el tercero de De la Mora y el sexto de Montecristo, que si no…

En un mano a mano que se sacaron de la manga los actuales propietarios –¿o secuestradores junto con los taurinos y la autoridad?– de la fiesta de toros en México, ante un cuasilleno que hace años no se veía en la plazota, partieron plaza el madrileño Julián López El Juli (30 años de edad, 14 de alternativa y 40 corridas toreadas en 2012) y el irapuatense Diego Silveti (27 años, unos cinco meses de matador y 31 corridas el año pasado, 17 en México y 14 en España), para lidiar-pastorear un modesto encierro parchado, pobre de cabeza y escaso de bravura de Fernando de la Mora y Montecristo, de antemano cantado como fiasco para el encuentro profesional supuestamente más serio del momento, por lo menos en México. Y así está el momento, en lo taurino y en lo demás: de la macafú, pero con premeditación, alevosía y ventaja por parte de los inefables taurinos, sin suficientes aficionados ni nuevas autoridades que los hagan entrar en razón. El público bastante hace con todavía ir y pagar.

El Juli, maestro de tauromaquia de muy altos vuelos ante lo que le pongan enfrente pero sin tener una idea clara del grave momento que vive la fiesta de los toros en el mundo, continúa viniendo a hacer la América y a abusar del público sencillo que con capacidad de pagar carece de medios para exigir.

Con su suave y noble primero, de Montecristo, lanceó muy bien y quitó por saltilleras; inició la faena con muletazos genuflexos pero sin caer en la demagogia poncista, e hizo todo bien pero sin resultados, dada la falta de emotividad del astado, incluido un empinazo o empinado trincherazo con afanes de profundidad. Mató muy mal. A su segundo, de De la Mora, con peso pero sin trapío, lo bregó con sabiduría caminera –de Paco Camino–, es decir, ahormando la embestida en cada capotazo; luego vendió chicuelinas ceñidas pero sin temple y repitió el gustado numerito en México de lidiar habilidoso a una mesa con cuernos. Además del salario cobró una estocada entera y recibió dos orejas, mientras los despojos de su enemigo eran ruidosamente pitados. Su tercero no valió nada, salvo para comprobar la falta de correspondencia entre el nivel tauromáquico de El Juli y la dudosa bravura que acá suele exigir.

Diego Silveti tiene dos desafíos inmediatos: seguir evolucionando en su bien intencionado toreo de capa y muleta, no se diga con la espada, y sortear, hasta donde le sea posible, su incierta suerte como nuevo consentido de los empresarios. No sin trabajos obtuvo la oreja del sexto.

Con perdón a juleros y silvetianos, lo más torero de la tarde estuvo a cargo del subalterno Christian Sánchez, que luego de dar una vuelta completa en la misma cara del toro para evitar más capoteo, colocó un increíble par al cuarto de la tarde.