Opinión
Ver día anteriorLunes 21 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Indigenismo zombi
V

iene de las tinieblas de ultratumba a que lo condenaron la inclemente sucesión de autoritarios sexenios priístas y su decrepitud progresiva. De morir de aburrimiento y otras causas naturales en las oficinas de Solidaridad salinianas (Pronasol, Sedesol, Instituto Nacional Indigenista) aún antes del levantamiento de los mayas chiapanecos, los históricos (por su convocatoria) Diálogos de San Andrés y la fundación del Congreso Nacional Indígena. Ya sin filósofos ni escritores, y casi sin antropólogos (sus avales históricos), ahogado por contadores y coyotes de la política popular, el indigenismo murió bañado en dineros, programas y recetas que llegados a 2013 siguen salpicando con su inoperancia en un barril sin fondo.

El problema indígena ha cambiado diametralmente de sentido, pero el nuevo gobierno priísta actúa –dientes afuera– como si todo siguiera igual y la cuestión fueran la pobreza y su majestad el hambre, la marginación, el rezago, la falta de oportunidades, los atavismos propios de esta gente. Y con él, porciones mayoritarias de la opinión pública, el sentido común y las leyendas urbanas de nuestra sociedad, racista de Sonora a Yucatán. Se sigue viendo a los indios como redimibles, o estorbo que urge desalojar: un desalojo centenario que no se finiquita ni siquiera dando por muertas la reforma agraria, la inalienabilidad ejidal y la soberanía alimentaria.

Si hacia 1970 el problema del aún humanista indigenismo académico e institucional era conocer, y ayudar a bien morir a esos pueblos desvanecientes (por usar una expresión tipo National Geographic), ahora el problema es justamente lo contrario: por más que los golpean, deseducan a golpes de Televisa y educación chatarra, los destierran de sus lenguas y los desmiembran, estos pueblos nomás no se desvanecen. Y peor, parecen incrementarse y resistir mejor al paso del tiempo. Es el Estado el que les impide ser modernos; ellos lo son de maneras que nadie quiere ver.

Tan bonito que retratan en traje típico echando copal con un fondo de pirámides (sin que salga la taquilla). Tan agradables que resultan de meseros y recamareros donde eran dueños. ¿Qué necesidad tienen de resistir al sensatísimo progreso y obcecarse en que se pueden gobernar a sí mismos y resolver el problema de maneras infinitamente menos onerosas, antes bien viables, eficaces y justas.

Su integración, meta siempre inconclusa del cristianismo colonial, pasó de desarrollista y bien intencionada a contrainsurgente. Y de apostólica romana a cristiana reformista anglosajona. El salinismo y el zedillismo todavía contaron con expertos indigenistas, agrarios, ambientales (una contrainsurgencia calificada y, en el caso del zedillismo, agresiva). Las políticas de Enrique Peña Nieto se ven venir como continuidad de la funesta óptica neoliberal, que los panistas devaluaron con administradores mediocres y figuras decorativas totalmente ajenas al proceso de los pueblos, funcionales al integracionismo (como Xóchitl Gálvez, Luis H. Álvarez y sus chalanes). No apuntan en otra dirección los nombramientos y planes peñanietistas.

La caridad no detendrá la verdadera guerra. Las limosnas de los ricos, su gobierno y su estado de cosas nunca serán la solución, ni lavarán las conciencias de los poderosos, ni modificarán la ruta de lento genocidio en marcha continua.

Al abrir la comisión de diálogo y negociación a todos los pueblos indígenas, ¿se degrada la guerra declarada por los zapatistas, o por el contrario se asume que la guerra se generaliza y hay que prepararse para negociar con resistencias y protestas que no amainan ni siquiera con el país militarizado? A lo más, veremos resucitar organizaciones paleras, maquilladas al viejo estilo cenecista/pronasolero, a las que la oposición partidaria, muy a tono, les podrá aconsejar otra vez: agarra la torta, pero vota por mí.

De todos modos, reflectores y programones recaen en el viejo mitote de combatir la pobreza (¿o a los pobres?) y su efecto más radical, el hambre, en manos de los tiburones de la contrainsurgencia social (la militar tiene su propio personal), incluyendo los más recientes fichajes del maoísmo-salinismo como Rosario Robles, aunque de eso tuvimos montones cuando los hermanos Salinas de Gortari, los hermanos Rojas y los demás hermanos repartían cheques y discursos por todo el México pobre (en particular indígena) con resultados contradictorios, y a la postre desastrosos para ellos, desde las cañadas de la selva Lacandona al Valle de Chalco.

La dichosa solución no pasará por más dádivas, más Wal-Mart y Soriana, más empleadores vicarios (constructoras, mineras, hoteleras, agroindustrias), ni por la destrucción social y territorial. Los pueblos demandan autonomía, autogestión, ser sujetos de derecho en un país plurinacional, multilingüe e incluyente: el único México donde caben muchos Méxicos. Lo demás es lo de siempre: aspirinas para un lento e inexorable etnocidio.