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Cada año unos 12 mil pasan por el estado

Bandas criminales reclutan en NL a centroamericanos

Albergues de Monterrey intentan protegerlos

Vienen de países más pobres y violentos: cura

Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 23 de enero de 2013, p. 35

Monterrey, NL, 22 de enero. Aarón García y Cristian Aguilar llegaron a Guadalupe, Nuevo León, en su ruta hacia Estados Unidos. A pocas cuadras de la Casa del Migrante, donde descansarían, fueron levantados por pistoleros. Aceptaron reclutar centroamericanos para la delincuencia organizada, pero huyeron de sus captores y se fueron a Monterrey.

El acecho de la delincuencia a los centroamericanos obligó a los directores de las casas del Forastero en Monterrey y del Migrante en Guadalupe –dirigidas por los sacerdotes Jesús Garza Guerra y Luis Eduardo Villarreal, respectivamente– a tomar medidas para proteger a sus huéspedes de extorsiones, secuestros, reclutamientos forzados y asesinatos.

El ataque más grave a migrantes en albergues de Nuevo León ocurrió el 3 de julio del año pasado, cuando fueron levantados de la casa de Guadalupe los hondureños Jesús Olmos García, de 17 años; Moisés Javier Carrasco, de 20, y Carlos Alfredo Álvarez, de 29. Aún no hay resultados de la denuncia penal por secuestro con fines de reclutamiento que se presentó ese día.

Dos meses antes (en mayo), autoridades estatales encontraron en Cadereyta 49 cuerpos sin cabeza, brazos ni piernas, lo que impidió identificarlos. Ante la carencia de denuncias de desapariciones masivas en Nuevo León y entidades vecinas, la autoridad supuso que eran centroamericanos en tránsito. Todos acabaron en fosas comunes de Nuevo León.

Las historias de secuestro, extorsiones y violaciones que narran migrantes del centro y sur del continente quedan sólo en los albergues, sin que haya registros gubernamentales, dijo Villarreal.

Según el Informe sobre secuestro de migrantes en México, de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 6.4 por ciento de las víctimas de secuestro registradas en Nuevo León entre junio de 2009 y el mismo mes de 2010 fueron migrantes.

La procuraduría estatal precisó que en una cuarta parte de los municipios del estado, incluida la capital, es elevado el riesgo de sufrir maltrato, secuestro, extorsiones, robo y ataques sexuales.

Entre las rutas más peligrosas destacan la carretera Monterrey-Colombia; la brecha del Gas, de Coahuila a Tamaulipas, en el municipio de Anáhuac; la Monterrey-Laredo, a su paso por Zuazua, Ciénega de Flores y Sabinas Hidalgo, y la intermunicipal que va de Sabinas Hidalgo a Guerrero, Tamaulipas, al pasar por Parás.

Además figuran la brecha de Sabinas a Guerrero, Tamaulipas, entrando por el kilómetro 60; la carretera Monterrey-Miguel Alemán, al pasar por Marín, Doctor González, Cerralvo y Treviño, y la carretera Monterrey-Reynosa, al cruzar Cadereyta, Los Ramones, China y General Bravo.

Las medidas para proteger a los residentes de casas de migrantes de polleros y del crimen organizado son insuficientes. Al llegar a los albergues citados (ambos pertenecientes a la arquidiócesis de Monterrey), se registran los datos de los viajeros y los de sus familiares, les quitan los celulares y se los devuelven cuando reanudan el camino hacia Estados Unidos.

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La Casa del Forastero de Santa Martha, en Monterrey, Nuevo León, ofrece hospedaje por tres días. El mensaje en la entrada puede traducirse como cuando llega un huésped, llega CristoFoto Miguel Ángel Reyna

También se revisan sus pertenencias en busca de armas o drogas. El uso del teléfono está vigilado; sólo se les permite hablar con familiares en Estados Unidos o en sus países natales.

La Casa del Forastero de Monterrey ofrece hospedaje por tres días. Los migrantes enfermos o lesionados son enviados al Hospital Universitario estatal.

Las casas de migrantes son inspeccionadas ocasionalmente por efectivos militares y los patrullajes policiacos son constantes en los alrededores.

Garza cuenta que desde que se despenalizó la migración, en 2011, la Fuerza Civil (policía estatal) lleva al refugio a los centroamericanos que encuentra en las calles.

Algunos migrantes son aceptados para vigilar el albergue de Monterrey. Este centro cuenta con una bodega que brinda trabajo temporal a los residentes.

Pagar al cártel o al pollero

En la Casa del Forastero, los migrantes dicen que al llegar a San Luis Potosí se huele el peligro; les han advertido que al llegar al río Bravo la delincuencia les exigirá al menos 300 dólares por permitirles tratar de cruzar. Si contratan a un pollero les cobrará 3 mil.

Apostados frente al televisor de la casa de Monterrey, ningún peligro parece disuadirlos, ni siquiera cuando alguien recuerda las decenas de torsos de posibles migrantes centroamericanos encontrados en Cadareyta.

Antonia García González, Toñita, quien atiende el albergue con otras voluntarias, destaca que en sus siete años en la casa ninguno de los que han pasado por allí ha desistido de continuar su viaje al norte. Ellos conocen mejor que nosotros los peligros, afirma.

A la casa llegan decenas de migrantes retenidos por cárteles que, como Aarón y Cristian, lograron escapar. “Vienen del infierno –afirma Jesús Garza–. En Honduras, Guatemala y El Salvador la tasa de homicidios es mayor que en México y el desempleo es aún peor que aquí.”

La directora de Relaciones Federales, Consulares y de Atención al Migrante del gobierno estatal, Alejandra Ocadiz Hernández, destacó la importancia que ha cobrado Nuevo León en la migración hacia el norte.

El estado es clave no sólo por ser paso obligado hacia la costa norte de Estados Unidos (Nueva York, Chicago, el norte de Carolina, Miami, Arkansas, Texas o Mississippi), sino también porque la economía del estado permite a los migrantes ganar algo de dinero.

La ex delegada regional del Instituto Nacional de Migración calculó que 12 mil centroamericanos pasan por el estado cada año (en noviembre anterior Luis Eduardo Villarreal estimó que serían 5 mil), pues incluye a centroamericanos que no llegaron a casas de migrantes de la arquidiócesis de Monterrey. Muchos permanecen cerca de las vías del tren; otros sólo se acercan a las casas de beneficencia para recibir comida; algunos se emplean temporalmente en la construcción y unos más se quedan a vivir en el estado.