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2013: efemérides y sueños guajiros
C

arlo Gesualdo, madrigalista sin par y personaje de atribulada biografía, murió en 1613. En 1713 falleció Arcangelo Corelli, creador del concerto grosso. En 1813 nacieron Alexander Dargomizhky y Charles-Valentin Alkan, y murió Johann Baptist Vanhal. En 1913 se estrenó, en medio de uno de los mayores escándalos en la historia de la música, La consagración de la primavera de Igor Stravinski. Me atrevo a suponer que, con la excepción de Corelli y Stravinski, los demás pasarán desapercibidos este año en nuestro medio musical. (Yo lo siento particularmente por Gesualdo, aunque los otros mencionados también nos legaron música interesante).

Ocurre que en este 2013, la lista de efemérides musicales estará encabezada y copada por dos personajes destacados sobre todo (yo diría que exclusivamente) en el rubro de la ópera: Richard Wagner (1813-1883) y Giuseppe Verdi (1813-1901). Para beneplácito de operófilos, operómanos y operópatas, la celebración de este par de efemérides ya inició a todo vapor y, a juzgar por lo que se sabe de las diversas programaciones musicales, seguirá a lo largo de todo el año. Ahora bien, si los antecedentes de la tendencia al lugar común y la falta de imaginación pueden ser tomados como indicio, lo más probable es que los programas dedicados a Wagner y Verdi no vayan en general mucho más allá del lugar común. Y vaya que en los catálogos de ambos hay amplia oportunidad para el lugar común. ¿Qué cara de sorpresa pondrían los conocedores de ópera si a alguien se le ocurriera, por ejemplo, rescatar los fragmentos de Las bodas, o poner en escena (o en concierto) Las hadas, La prohibición de amar, o incluso Rienzi, de la que conocemos sólo su obertura? Tal cosa insólita ayudaría mucho, sin duda, a un mejor conocimiento de Wagner y el desarrollo de sus ideas sobre el teatro musical. ¿O quizá programar algo de su música orquestal ajena a sus óperas? ¿O que algún pianista interpretara algo de su producción para el teclado? No es muy probable.

En el caso de Verdi, sería saludable poder conocer alguna de las dos óperas tempranas que preceden a Nabucco, o quizá alguna de las que, situadas en mitad de su producción, languidecen a la sombra de Aída, La Traviata, El trovador y Rigoletto. Sus piezas sacras (que ya están programadas para este año) son ciertamente interesantes, y su cuarteto de cuerdas es digno de ser escuchado. En fin, el caso es que Wagner y Verdi se promueven casi sin ayuda, y este año serán profusamente conmemorados en nuestros teatros y salas de conciertos.

Más interesante, sin embargo, resulta la coincidencia de los centenarios natales de dos compositores de alto nivel, figuras indispensables (por razones diversas) en la historia sonora del siglo XX: Benjamin Britten (1913-1976) y Witold Lutoslawski (1913-1994). Como Verdi y Wagner, Britten hizo contribuciones notables al repertorio operístico de su tiempo, pero a diferencia de ellos, creó mucha música muy valiosa en otros géneros y formas. Sólo por seguir con la idea de la ópera como efeméride (o viceversa), valdría mucho la pena poner en escena esa obra maestra que es Peter Grimes, o quizá otras óperas destacadas suyas como Billy Budd, Albert Herring, El rapto de Lucrecia o La vuelta de tuerca. Y sí se puede, como diría la porra: ¿no tuvimos hace poco una muy buena puesta en escena de su Muerte en Venecia? Su música coral, instrumental y de cámara contiene también muchas riquezas; ojalá podamos acercarnos a algunas de ellas.

El caso de Lutoslawski es diverso, ya que lo fundamental de su producción está en su formidable música orquestal, que venturosamente también ya se asoma en nuestras programaciones. Hay que escuchar sus poderosas sinfonías (especialmente la Tercera), y obras como Juegos venecianos, el Concierto para orquesta, la Pequeña suite, el Libro para orquesta, la Música fúnebre, y convencerse de que Lutoslawski es uno de los grandes, indispensables creadores musicales del siglo XX. Espero, sueño, deseo que su música y la de Britten no sean obnubiladas por una avalancha amorfa de Wagner y Verdi. Merecemos escuchar cosas distintas, sobre todo si son de nuestro tiempo.