Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de febrero de 2013 Num: 935

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Saki, el cuentista
Ricardo Guzmán Wolffer

Kafka en la obra
de Ricardo Piglia

Erick Jafeet

Narradores
desde Argentina

Raúl Olvera Mijares entrevista
con Ricardo Pligia

Samurái
Leandro Arellano

Las mascadas de San Bartolomé Quialana
Alessandra Galimberti

La banalización, epidemia de la modernidad
Xabier F. Coronado

Spinoza y la araña
Sigismund Krzyzanowski

Cuando…
Mijalis ktasarós

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
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Alonso Arreola
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Quinteto negro

A Mali

I

Batería, en ti hacen huelga las deshidratadas vísceras de otras tardes; entran en conflicto núcleos olvidados. No hay marcapasos que baste al intento de tu síncopa, pues no crees en la violencia de lo estático. Clepsidra, canto prístino del desierto, letra m en la palabra rito, constelación de la noche sin estrellas. Sitio de mando poblado por tacómetros y sextantes, por astrolabios y portulanos, eres playa en la que un mar de sangre fabrica su impaciencia demoledora y consonante. Batería, en ti viven dinosaurios. En tus pupilas se humilla el silencio de las eras y comienza el hombre los olvidos del primate. Por tu imperio las articulaciones innovan ángulos, rebotes con destinos verticales. En ti nace el pulso de la tierra, la enfermedad que intenta organizar su eco en la polimetría de las esferas.

II

Piano que rumia aire en las llanuras de la duela silenciosa. Eres todos tus hermanos; esclavo de puños dorados a la espera de quien pinte el tiempo escriturando la tortura de tu vientre absurdo. Abuelo de cajas musicales, hincado te bastas en la proyección de una fuerza desmedida, y sin embargo huyes de ti hacia ti, cobarde, dejándote pedalear el sexo por artífices bucales, dentistas varios que dan pases en blanco y negro para clavarte banderillas. Piano, volcán sumergido, pleno de vicios y tan mudo, te abres día a día igual que el animal que sabe arrancarte sus delirios. Esperando una cabeza (vienes de Galápagos) preparas tu salto de sapo irremediable sin pensar jamás en la caída. Caldera de algoritmos, tu libertad se eterniza en esa única ala desplumada –párpado quieto–, medio segundo antes del grito que te despeña cual bisonte repetido.

III

Bajo, reptas, con trabajo, pero cuando la puerta que nunca ha existido se abre para dar paso a lo que eres, tu lucha comienza a dar irresistibles frutos (sin duda acaricias tigres, hipnotizas golondrinas al placer de tus meandros). Y te elevas de pronto y salpicas de colores tu mal entendida situación de alce, de noctámbulo verde. Bajo la palmera nocturna riges el ánimo de los acantilados, allá en lo hipersensible, cuando varios se limitan a sonreír por tu grave pensamiento. Todos te bailan. Todos te presienten, mas concluyes que lo invisible empodera tu carisma libertario y te ausentas prefiriendo la distancia, apoyando, soportando, respirando el oxígeno que a tantos falta; el que preserva tu voluminoso aliento. Y claro, lo tuyo no es el presente, borde diamantino de quienes montan la ola para reflejar el instante que ya es ajeno. Eres el agua misma que da vuelta al molino; el movimiento que sabe de dónde viene y en dónde terminará sus días, rompiéndose la cabeza contra el vidrio.

IV

Trompeta, trémulo géiser de ausencias. Del rey al mendigo te curvaste en la posibilidad de los milagros. Del banderín triunfal de la batalla nórdica al llanto oscuro del algodón, degustaste viento, resolviste espacio. No importa si es el suicida legendario quien entristeció tu puntería en un bar de hace cien años, o si es el indígena harapiento quien divide las estatuas con tu grito, en ti penetra la delgada voz de un hombre para consumar lo eterno en un segundo, y entonces transformarse en el discurso de la masa. Porque sí: conviertes el agua en vino, conduces savias repugnantes en el laberinto univía que rompe la crisálida volviéndola mariposa en fuga, y justo en tus labios que ya son culo, se desaceleran las partículas divinas. Trompeta, te absuelvo por tu voz insoportable de párvulo aterrado, por tus abusos de soberbia al centro de la pared que rasgas. Te perdono por la sutil envidia que en tus entrañas de cacharro sabe sacrificarse por el más dorado e inservible de los actos.

V

Guitarra, en tu nombre quedan presos más de siete dedos y en torno a él vuelan aves sentimentales, trinos padres, hijos y gemelos. Torso mutilado, rendido siempre aunque soñando, en ti se quejan las maderas talladas para el mudo alivio de los simios: mesas, sillas… libreros. Corre el río de tus vetas en dirección a un mástil que sabe hacerse remo, con o sin escalas, para náufragos sin océanos, sin botes salvavidas. Guitarra, aun antes de existir, cuando sólo eres palabra ya suena en tu agujero el escarceo de falanges, falangetas, carpo y metacarpo, pues nunca pasar la mano por un vacío ha sido motivo de tantos romances, alturas derribadas y quirománticos desvelos. Del mester de juglaría al aturdido confortable y de ellos al rey oscuro, en tu caravana hallaste cables e imanes para, simplemente, subrayar seis veces las razones de azules quejumbrosos o sabios de involuntario parto.

VI

Todos son lo que pudo la bestia luego de chocar dos piedras, despejar la garganta y atender al canto superior del viento, ese Harmatán negro que transporta arena del Sahara matando lentamente la raíz primera y última del sonido organizado: el río.