Los críticos de la literatura indígena


La ciega, Tlacotalpan, Veracruz.
Foto: Mariana Yampolsky

Javier Castellanos

Tan importante es el escribir literatura que ha generado a su alrededor un grupo de personas que se dedican, después de leer una obra, a hacer comentarios sobre ella, pueden ser negativos o positivos. Hay quienes han hecho una profesión del leer, analizar y dar un veredicto sobre el contenido de los libros. Dichoso aquel libro que caiga en manos de un crítico, de allí depende muchas veces su éxito; en cambio un libro que no tiene la suerte de pasar por las manos de un personaje como éstos, pobre de él.

En el caso de la literatura indígena, a lo mejor por la situación en que se encuentran las lenguas de estos pueblos, no se puede ser tan tajante con la afirmación anterior, aunque es claro que hay intelectuales que comprenden y hasta sienten la situación que priva entre aquéllos, y algunos hasta han dedicado algo de su tiempo para aliviar esas situaciones, incluso se podría decir que gracias a ellos empezó la literatura indígena. Uno de estos intelectuales, que ha sobresalido como crítico de la literatura indígena y valiente denunciador de casos de injusticia, es Carlos Montemayor. Además de crítico y estudioso de la literatura, también fue un exitoso y prolífico escritor, que empezó dedicándose al estudio de la literatura griega y a la traducción al español de algunos textos escritos en esta lengua, y fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua Española. En 1983 vino a Oaxaca a trabajar con los promotores culturales adscritos a la Unidad Oaxaca de Culturas Populares. En ese tiempo, para estos promotores el objetivo era revalorar lo indígena en su región o comunidad, y se consideraba que la literatura podría jugar un importante papel, porque los directivos de esa unidad veían en los promotores un potencial grupo de escritores indígenas. No se sabe bien si don Carlos fue enviado a Oaxaca para fortalecer ese embrión de escritores, o si su interés era saber y conocerlos más de cerca. Lo que es claro es que cuando se presentó, dijo: “Yo quiero saber cómo hacen literatura, qué piensan, si ustedes me ayudan en esto yo les puedo ayudar con lo que sé”. En aquella ocasión esto no fue muy bien recibido por todos los propuestos a ser escritores indígenas, estábamos cansados de ser materia de estudio, de ser vistos como seres raros. De estas reuniones, este maestro hizo un libro donde reseña su punto de vista: Encuentros en Oaxaca. Posiblemente por la respuesta que encontró en Oaxaca, no fructificó su trabajo como sí sucedió en otras Unidades de la Dirección de Culturas Populares, en Yucatán y Chiapas. Parece ser que allí los promotores tenían mayor vocación por la palabra maya. En pocos años apareció toda una colección de libros: Letras Mayas Contemporáneas. Así mismo, estábamos mirando el surgimiento del primer crítico de la literatura indígena.

“Yo quiero saber cómo hacen literatura, qué piensan, si ustedes me ayudan en esto yo les puedo ayudar con lo que sé”: Carlos Montemayor

En mi pueblo piensan que todo lo que sucede ya estaba destinado a suceder, y en momentos así parece en este caso. Ya el maestro Montemayor había encontrado su materia de trabajo entre los mayas, cuando casi al mismo tiempo es contratado por la dirección que fomentaba estas actividades, un entusiasta náhuatl, Natalio Hernández, quien coincide con Montemayor y ambos, con el auspicio de esas oficinas, organizaron varios encuentros de escritores indígenas, que fue donde surgió Escritores en Lenguas Indígenas Asociación Civil (eliac). Con esto, las actividades de don Carlos se ampliaron. Nadie más de los críticos de la literatura mexicana se atrevió a participar con los indígenas de México. Don Carlos se volvió casi el único autorizado para hablar de este tema, se involucró decididamente con este sector, no creo que exista un escritor indígena que no haya tomado una copa o una taza de café con este maestro. Escribió bastante sobre lo que considera la literatura indígena, reunió trabajos que consideraba los más representativos, además de su intensa actividad en la radio y en la prensa, donde entre sus comentarios literarios, casi siempre con el tema indígena, con gran valentía cuestionaba las graves injusticias que asolan al territorio mexicano, señalando responsables de tal situación. Estos señalamientos, a pesar de su agresividad, el maestro con su arte los hacía llamativos para la lectura, ésa fue su mejor defensa: su calidad. Aunque era criticado veladamente, nadie se atrevió a cuestionarlo; lo que más irritaba era su decisión de estar al lado de estos indígenas.

Sus críticas a la forma de gobernar nuestro país contrastan con sus posiciones a la hora de hablar de la literatura indígena: nunca quiso ver errores, fallas en esta literatura, su intención parecía la de un bondadoso padre, quería el fortalecimiento de esta literatura, por eso sus comentarios hacían imaginar una gran literatura, lo cual llevó a su fortalecimiento y a su difusión. Decía: “la lengua española no tiene la sutileza ni la ductilidad musical para poder describir a profundidad el mundo que el pueblo maya conoce”. Hizo mucho por esta literatura, hasta podríamos decir que sin su aporte, quién sabe si existiera esta literatura hoy en día. Con Natalio Hernández, impulsó la creación del Premio Nezahualcóyotl en Literatura Indígena; ellos tuvieron mucho que ver para que existan las becas para escritores indígenas, sin las cuales, también es para preguntarse si la situación estaría igual. Por eso podríamos decir que la literatura indígena tiene mucho que ver con Carlos Montemayor, y no cabe duda que en él se reconoce al primer crítico, analista y promotor de esta literatura.

Antes surgieron personas como don Carlos. Un crítico y estudioso de la literatura náhuatl fue José María Garibay, con una importante diferencia: Montemayor vivió entre los indígenas, y Garibay sólo estudió lo que habían dejado los antiguos aztecas, pero con su labor se conocieron cosas que se desconocían de este pueblo. En este mismo camino anduvo Miguel León Portilla. Fue tanto el interés de estos maestros por dicho pueblo que incluso se propusieron aprender su lengua, el náhuatl, cosa que al maestro Carlos le faltó. Seguramente estos dos estudiosos fueron ejemplo a seguir para Montemayor, con la ventaja que él tuvo la entereza para convivir con los mismos. La historia de estos hombres nos muestra cuán indispensable y útil es la existencia de críticos y estudiosos, como en este caso lo fue para la literatura indígena.   

Hay otros escritores, críticos, que han opinado sobre lo indígena, aunque su opinión es contraria. Es patente su desagrado por lo que consideran caduco y viejo. Uno de éstos es un símbolo de la literatura mexicana, un premio Nobel. Cuando la insurrección de los organizados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, Octavio Paz considera dar su opinión sobre este movimiento y dice en varias ocasiones:

“Cualesquiera que sean las causas que lo han originado, (y ya dije que algunas son legítimas) su significado es claro: es un regreso al pasado”, Vuelta (número 207).


De la serie Ríos. Foto: Eniac Martínez

“La irrupción de las pasiones sin freno. Todo nos anuncia del levantamiento de Chiapas al crimen de Tijuana (refiriéndose al asesinato del candidato presidencial del pri Luis Donaldo Colosio) que ha aparecido entre nosotros el elemento demoníaco de la política”.

“Ni por su poderío militar ni por su ideología el movimiento de Chiapas puede triunfar. En cambio sí puede ensangrentar a esa región, arruinar la economía del país, dividir a las conciencias, dar un golpe mortal a nuestro débil e incipiente proceso democrático”, Vuelta (208).

“El elemento indígena está en todos los dominios de la cultura y la vida mexicana, de la religión a la poesía, de la familia a la pintura, de la comida a la cerámica. Pero sería mucho olvidar que nuestras ventanas hacia el mundo —mejor dicho nuestra puerta— son el idioma español y las creencias, instituciones, ideas y formas de sociabilidad transplantadas a nuestras tierras durante el período novo-hispano”. Vuelta (207).

Aquí se ve qué poderosa es la palabra, porque a partir de ella, Paz es lo que es y se considera autorizado para decir qué es legítimo y qué no lo es; si su puerta al mundo es el español, pero no lo es para todos, ni nadie le pide que la cambie, pero él sí considera que debe ser la puerta para todos.

Hay otro escritor, Luis González de Alba, que opina sobre lo indígena y se caracteriza por su desparpajo y crueldad con ropaje de realismo, y sin compasión propone que hay que hacerse a un lado para dar paso a lo que considera inevitable: la cultura de ellos, la ganadora:

“Las culturas, como las especies, se confrontan entre sí y sin remedio sobrevive la mejor adaptada para las necesidades de ese momento. Defender a las (culturas) perdedoras es una tarea destinada al fracaso: o se suman a la vencedora o desaparecen”. “No hay remedio: si han de vivir los individuos, las culturas productoras de pobreza habrán de desaparecer. La única forma de que no se extingan es la reservación donde artificialmente se les mantenga ajenas al exterior. Y ésa es otra forma de extinción”. Nexos, número 258.

Si bien es cierto que los críticos de la literatura indígena aún no son lectores en la lengua, gracias a las traducciones al español hay un buen número de estudiantes que se han acercado a la hecha por indígenas

Estas palabras no son dichas en cualquier cantina, son expresadas en una de las revistas que muchos intelectuales tienen como referencia, en donde escribir algo es pasar a un círculo de los más favorecidos escritores. Todo esto que se escribe en contra de lo indígena tampoco se presenta como ocurrencias, como cuentos o chistes, no, recurren a archivos, a la historia. Para justificar el no respeto por lo ajeno, se atreven a decir que por el hecho de que cuando antes de la conquista española, a nuestros antepasados no se les ocurrió usar al caballo como animal de carga, porque no conocían la rueda, por no haber inventado una escritura alfabética, son las razones que nos llevan a la extinción, que nos hace “culturas perdedoras”. Habrá quien piense que son necesarias estas opiniones porque así nos damos cuenta de nuestras carencias, pero la información dada de esta manera es la que ha hecho que nuestros pueblos se avergüencen de lo que fueron y de lo que son, y de esta manera, olvidando su pasado quedan en la indefensión, y a partir de entonces sobreviven siguiendo las pautas de la “cultura ganadora”, que por cierto, es ganadora por los despojos que hizo a la perdedora, y que a fin de cuentas eso es lo que quieren ocultar estos críticos.

Es cierto que las especies viven en competencia y gana la más predadora, la más violenta, la más mañosa, no precisamente la más fuerte, pero el género humano tiene la oportunidad, por su inteligencia, de cambiar este reflejo natural, este instinto de sobrevivencia sin raciocinio, porque no hacerlo genera seguir viviendo silvestremente, echando a la basura siglos de esfuerzo humano por ser mejores, por darnos elementos que nos saquen de aquellas penumbras del nonato. Por eso justificar el arrebatar a alguien su hogar, su sustento, tanto material como cosmogónico, porque vive como chango, porque no usa la rueda, porque no come con tenedores, porque no tiene mis creencias, es ocultar, es ser beneficiario del despojo cometido, que es a fin de cuentas lo que hay atrás de estos críticos.

Hay otros escritores que también tienen sus ideas cuando se refieren a la vida de los pueblos indígenas, incluso algunos de ellos de origen indígena aunque escribiendo en español, que consideran que la situación que pasan estos pueblos, a pesar de siglos de colonialismo, es esperanzadora, más buena que mala, porque ven algunas expresiones organizativas que se han generado en estos pueblos como respuesta a la discriminación y olvido, y las consideran una característica diferenciadora y casi histórica de los pueblos indígenas. Hay mucho de romanticismo en estas ideas, quienes tienen esta posición generalmente son individuos que no han vivido ni han padecido las peripecias que ha pasado un indígena allí en su pueblo, incluso le han encontrado un nombre. Uno de los más entusiastas sostenedores de esta ideas, Jaime Luna, de Guelatao, Oaxaca, dice en su libro Eso que llaman Comunalidad: “No es gratuito que nuestro modelo de organización comunitaria se esté planteando como modelo de acción en todo el país por medio del Programa de Solidaridad, y tampoco lo es que sean las comunidades indígenas quienes hayamos obtenido un mejor modelo para la conservación de la naturaleza”.


Centro Histórico, ciudad de México.
Foto: Francis Alÿs

Ahora resulta que los apoyos asistenciales y la financiación de proyectos para capitalizar y dinamizar la economía en estas regiones, que claramente han mostrado sus deficiencias y lo erróneo de esta política, son hechos propuestos por los mismos indígenas. Qué manera de cambiar las cosas. Con qué ojos se necesita mirar a la naturaleza que rodea a estos pueblos para decir que cuentan con el “mejor modelo para la conservación de la naturaleza”, cuando el entorno y lo fundamental para la conservación de la naturaleza, a pesar de lo aislados que se encuentran estos pueblos, han sido desvastados sin misericordia y allí se ven y se sufren los casos más graves de desforestación, contaminación de ríos y lagunas, inundaciones y derrumbes, la proliferación de basura industrial, la contaminación visual y auditiva por copiar modelos de construcción y de música, en algunos casos hasta irreflexivamente. Esta manera de ver las cosas tranquiliza conciencias y hasta posiblemente aliente, pero oculta lo más grave de la realidad. Tal vez por eso, no es nada casual, estas ideas se están introduciendo con mucho vigor a las escuelas de estos pueblos, casi dando por hecho esa forma de ver.

No se puede hablar de personas que han influido en la creación y surgimiento de la literatura indígena sin hablar de dos publicaciones, una con muchos años de dedicación a la causa indígena: Ojarasca, suplemento del periódico La Jornada. Su director, un agudo observador de la realidad que convierte en sensibles crónicas, Hermann Bellinghausen, durante años en este suplemento ha publicado a casi todos los escritores indígenas. La otra, más reciente, también suplemento, es El Colibrí, que dirige Gerardo Poic.

Si bien es cierto que los críticos de la literatura indígena aún no son lectores en la lengua, gracias a las traducciones al español hay un buen número de estudiantes nacionales y extranjeros, aspirantes a doctorados, maestrías y licenciaturas en diversos aspectos de la literatura que se han acercado a la hecha por indígenas. Algunos han dedicado su tesis a un determinado escritor, otros a un género en especial, y también discurren sobre la literatura indígena.

Javier Castellanos, escritor zapoteca de Oaxaca. Este ensayo, con el título “Bene wezetilla yelawezoja” forma parte del libro bilingüe Dxebeja binne. Semillas para sembrar. Ensayos sobre literatura y lengua indígena, aún inédito.