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A la mitad del foro

Los retos de los poderes reales

L

a violencia persiste. Y no resalta por las cifras amargas de los caídos, ni la reduce el trato cuidadoso del marco jurídico en lo mediático desechar las imágenes de detenidos alineados como si ya los hubiera sentenciado un juez. Los logros iniciales del sexenio no desaparecen entre las ruinas del edificio de Pemex; llega la hora de distinguir entre los acuerdos y las convicciones ideológicas de los pactantes: la reforma energética será escenario para el debate parlamentario, o remedo de la patética farsa del gobierno débil en el que ni el Ejecutivo ni el Legislativo supieron ni quisieron hacer política.

Se acabó la luna de miel. Se acabaron los cien días napoleónicos que Franklin D. Roosevelt transformó en el poder constituido del new deal, del nuevo trato que instauró la rectoría del Estado, la izquierda reformista, el impulso vital para la permeabilidad social que dejó atrás la era de los Robber Barons, dueños del dinero y del poder real en la larga fase del capitalismo salvaje. Tímido reflejo el de este brillante inicio de Enrique Peña Nieto en la Presidencia de la República. O más breve. En todo caso, cimentó el acuerdo en lo esencial para poder fincar las iniciativas de reforma que su partido, PAN y PRD consideran urgentes. Aunque difieran en el cómo y en si los beneficios han de ser para la mayoría empobrecida o exclusivamente para los dueños del dinero y el poder real que representan.

Las voces que llenan las redes sociales de la era del espectáculo virtual circulan en el ojo del huracán del lenguaje reducido a signos de número limitado y alcances infinitos. Son guardianes equivalentes a las brigadas de autodefensa de las comunidades de Guerrero, pero sin correr riesgo alguno. Son, por eso, sonido y furia para una historia narrada por políticos con miedo, ricos timoratos, académicos escondidos en diplomas como criaturas bajo las sábanas. Pesan, influyen, son de impacto efectivo esas voces. Pero no son un grupo de poder real. Como el de las armas, el del dinero, el de la Iglesia católica apostólica y romana. Aunque participen en el coro los servidores del poder constituido. Aunque la red portentosa, cuyos creadores la concibieron gratuita, se haya convertido en gran negocio, nido de los multimillonarios en el umbral de la era del conocimiento.

Se acabó el placentero inicio del poder sexenal. Con un estallido en Pemex; con un lamento en los dimes y diretes del Ifai y los balbuceos en el IFE que exhibieron a tirios y troyanos. Grave accidente el primero. Penosos incidentes los otros. Pero todos buen caldo de cultivo para las teorías de la conspiración que imperan en la globalidad y en México son factor clave de la incredulidad ciudadana, dogma de dogmas de la verdad que se niega a sí misma. Pero el golpe mayor fue el de los señorones y señoritos del Consejo Coordinador Empresarial, irredentos patrones del sistema Reagan-Thatcher, seguros de que son sus sirvientes quienes se ocupan de la cosa pública. La reforma hacendaria ha de mantener el yugo de la austeridad y déficit cero, proclaman. ¿Cómo va a resolver el secretario Videgaray el dilema de la conjunción ineludible de las reformas energética y hacendaria?

Esa es la tormenta perfecta de la que habla desde Davos Agustín Carstens, el del catarrito que ha cobrado más víctimas que la gripe española que siguió a la Primera Guerra Mundial. Y a la Revolución Mexicana, con su millón de muertos y el vigor formidable que le permitió llegar al final del siglo XX como referente obligado de los mexicanos, de lo mexicano. Y ahí el golpe del poder real por excelencia: el del vecino del norte. Y a través del otrora cuarto poder, del The New York Times, nada menos. La nota afirma que Washington vetó el nombramiento del general Moisés García Ochoa; de fuentes anónimas, bien informadas. Nada, pues. Pero ahí queda la visión de la facultad imperial de vetar la designación de un secretario de la Defensa de los Estados Unidos Mexicanos. No hace falta prueba alguna: polarizada la República, cada facción cree lo que quiere; y los mismos que creen en el poder omnímodo del presidente Enrique Peña, creen que acató el veto.

Formalmente, Miguel Ángel Osorio Chong respondió al cuestionamiento con tajante negativa. Se apoyó en la norma constitucional, según la cual el Presidente designa y despide libremente a sus secretarios encargados de despacho; a su gabinete, pues. Conspira que algo queda, dirían los del culto a la conjura en la cúspide, en el pequeñísimo círculo del poder, que sólo ellos saben quiénes lo integran. Son 30, dice Andrés Manuel López Obrador: los de la mafia que encabeza Carlos Salinas de Gortari. Pero esos son otros López. El ejército es poder real. El poder está atrás de la mira de un fúsil, dicen que dijo Mao Tse Tung. El nuestro, el de la Revolución Mexicana ha dado muestras de estar, además, en las páginas de la Constitución General de la República, norma que señala al titular del Poder Ejecutivo de la Unión como jefe supremo de las fuerzas armadas.

Cien años de la Marcha de la Lealtad se conmemoraron el sábado 9 de febrero. Hecho de carácter fundacional para México, dijo el general-secretario Salvador Cienfuegos Cepeda; de un siglo que nos heredó un patrimonio imprescindible. La violencia no cede. Pero las tropas del Ejército Mexicano tienen que volver a sus cuarteles lo más pronto posible; no puede seguir el penoso desgaste del papel de policías y violaciones a los derechos humanos; el estado de excepción impuesto por Felipe Calderón sin autorización del Congreso. Y hace cien años estalló el golpe de estado, se inició la Decena Trágica. Y Victoriano Huerta asumiría el poder dictatorial después de asesinar al presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez.

Dice José Manuel Villalpando en el prólogo de su libro, Las Fuerzas Armadas y la Ley: “A estadistas de la talla de Benito Juárez y de Venustiano Carranza no les tembló la mano para decretar la desaparición de las fuerzas armadas existentes en su tiempo. Los dos tuvieron poderosas razones (...): los ejércitos cuya disolución resolvieron fueron no sólo sus antagonistas, sino quienes sostuvieron los regímenes que ambos caudillos civiles derrotaron.

“Juárez liquidó en 1861 al Ejército llamado permanente cuya existencia se remontaba al año de 1763, Era el mismo Ejército realista que se opuso a Hidalgo y a Morelos y que se transformó en Trigarante al desertar de sus banderas en 1821 para consumar la Independencia de México. Fue el mismo Ejército que defendió a la patria en 1847 y que fue acusado de abusar de su fuero, creando un casta de criminales que (...) quitaba y ponía, mediante cuartelazos y motines, a los gobernantes y se convirtió al final de su existencia, en un instrumento ciego del partido conservador.

Carranza disolvió en 1914 al Ejército federal, creado por Juárez con las tropas que combatieron en la Guerra de Reforma, durante la intervención francesa y contra el imperio de Maximiliano. Más tarde (...) se convirtió en apoyo incondicional de don Porfirio, quien para mantener la fidelidad de sus oficiales los corrompió y permitió que se corrompieran. El anquilosado Ejército federal se enfrentó al movimiento revolucionario de Madero y fue luego protagonista del cuartelazo de la Ciudadela, al transformarse en brazo ejecutor de los dictados del usurpador Victoriano Huerta...”

El Ejército de la Revolución Mexicana: lealtad al mando civil, al imperio de la ley. El priato entró en coma. Y el PAN lo sacó de Los Pinos sin disparar un tiro. Efectivamente, el siglo nos dejó una herencia imprescindible.