Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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San Carlos: Gottfried Heinwein
L

os diálogos entre artistas contemporáneos con obras de acervo en las colecciones de los museos han desatado discusiones, pero sin duda se han incrementado los públicos. En la muestra del afamado artista austriaco, naturalizado irlandés, no hay tal diálogo. Él mismo eligió la pieza del belga Pieter de Kempener (1505-1580), probablemente debido al título, son las siete virtudes que se contraponen a los consabidos siete vicios, v.gr. contra pereza, diligencia, contra soberbia, humildad, etcétera. Tal vez eligió el título de la muestra: Fe, esperanza y caridad, para complementar la cuestión de la virtudes, pues éstas son las virtudes llamadas teologales.

Eso tendría que ver con el entorno católico-vienés que el artista, nacido en 1948, experimentó en su ciudad fuertemente afectada y sombría durante la posguerra. Se le ha relacionado con la corriente de los accionistas vieneses, que sin hacer grupo propiciaron actividades performáticas en las que la violencia, lo grotesco y lo orgiástico eran simulados mediante actuaciones, aunque ocurrieron sacrificios de algunos animales, ya no como simulacro, motivo por el cual esa corriente no fue bien vista, aunque desde hace tiempo acusa vastas consecuencias.

Una de las temáticas princeps del pintor, fotógrafo, diseñador, performancero e instalacionista son los niños. (Tuvo cuatro hijos y ahora tiene nietos, a quienes también retrata). Su quehacer está basado en el simulacro y en la siguiente máxima: Reconocimiento sorpresivo, esto da a entender que lo que trabaja ya está o ya ha estado en el imaginario, cuestión que se percibe desde el ingreso a la exposición que es recomendable realizar desde el vestíbulo sur, donde se encuentra al centro la escultura de San Sebastián, de Felipe Valero (1857), allí se exhibe un autorretrato suyo que parece fotografía sin serlo, dan ganas de tentarlo para comprobar. Son técnicas mixtas que tienen como arranque la fotografía y la digitalización, a lo que sigue el recubrimiento con óleo y acrílico al modo del hiperrealismo fotográfico que hemos visto en muchos otros artistas desde tiempo atrás, los que se expusieron en la Plaza de la República en torno al Monumento a la Revolución, son fotomurales.

La impresión que queda de está muestra está en relación con la máxima que he mencionado, es decir, son elementos que de algún modo ya se conocían, pero no se sabía exactamente de dónde.

En mi caso lo que fluctuó con insistencia fue la imagen de Andy Warhol, sobre todo en las fotografías de Marilyn Manson y de las de los ídolos del rock que corresponden a portadas de discos, no tanto en las llamadas pinturas y dibujos. La factura de éstos últimos trae a la memoria los trabajos de Miguel Ventura, tanto como dibujante figurativo, como en sus finísimas composiciones abstractas que resultaron ser altamente subversivas.

Las obras del primer espacio tienen como tema niñas hermosas vulnerables e indefensas, algunas cubiertas de una sustancia que el artista aplica como si fuera representación de la sangre, sin que parezca en lo más mínimo serlo, sino compota de grosella y esa impresión de textura mielosa conspira contra el efecto gore, todo es un montaje y la idea de éste probablemente es el punto de partida en el grueso de su producción.

Mucho se piensa en la ópera, pero eso se debe a su escenografía de El caballero de la rosa, de Richard Strauss, que se sabe fue un hit en Los Ángeles, ha escenificado también Macbeth –tema que le queda muy bien- además de El progreso del libertino, ópera de Igor Stravinsky, con libreto de Auden, cuyo punto de partida gráfico está en Hogarth.

Mediante collage fotográfico, rememora a ciertos artistas que son de su predilección. Así su versión de Los reyes magos, pieza que ofrece un excelente tiro visual, se basa en una composición de Mantegna, imbricada con Piero della Francesca, todo resulta profundamente estático, haciendo gala de aquellos efectos volumétricos que tanto alababa Berenzon, efecto que parece serle predilecto, como igualmente la adopción de toques, también estáticos, a la Vermeer, que sin glosar directamente pareciera inspirarlo en las composiciones en las que la figura principal es una niña, como la que está de pie ante una cama cubierta con un lienzo, titulada Los desastres de la guerra 2 (2007), que si aludiera a Goya, la referencia estaría quizá indicada por la sombra que la figura proyecta en la blancura de la tela en oposición con el objeto kitsch de escala mayor que le hace contrapunto, en forma de muñeca estólida.

Otro recurso empleado según mi sentir de modo muy afortunado está referido a fotografías de archivo, que manipuladas o tal cual deparan composiciones tan impactantes, como El encuentro II, que guardan carácter de metáfora testimonial.