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Bajo la lupa

Pacto comercial trasatlántico de Obama contra China: ¿OTAN económica y/o G-2 geopolítico?

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El presidente estadunidenese, Barack Obama, al salir de la casa Blanca, el miércoles pasadoFoto Ap
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n su mensaje sobre el estado de la Unión, Obama lanzó una idea audaz –de apariencia comercial inocua, pero de enorme profundidad geoestratégica que encubre un su­perbloque holístico que representaría la máxima superpotencia militar y geoeconómica del planeta (50 por ciento del PIB global y la tercera parte del comercio planetario) –para crear un bloque de libre comercio Nor-Trasatlántico (TAFTA, por sus siglas en inglés) entre los tres países del TLCAN –obviamente, ni permiso pidió el omnipotente presidente de EU a sus denominados socios de Canadá y México– con 27 países de la Unión Europea (UE-27). La UE-27, si es que no se balcaniza antes y se salva de la grave crisis del euro, podría incorporar la cuatripartita Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés: Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein) y quizá, siendo exageradamente optimistas, mediante la agenda de expansión europea, a los países balcánicos escindidos de la antigua Yugoslavia y hasta Turquía, donde se libra una batalla ontológica sobre su destino euroasiático.

No hay que ser genios para juzgar que el audaz proyecto de Obama, susceptible de transformar las coordenadas de la geopolítica global, ha sido concebido para contrarrestar el ascenso irresistible de China, de por sí cercada doblemente: desde el punto de vista militar, por el nuevo pivote de Obama –que ya empezó a cobrar sus frutos con la escalada de tensión en el noreste asiático, tanto por la colisión de intereses entre Japón y China sobre las islas Diaoyu, como con la reciente prueba nuclear de Norcorea– y, desde el punto de vista mercantil, por la creación del bloque comercial Alianza del Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) del que curiosamente forma parte el México neoliberal itamita totalmente emasculado y entregado al esquema geoeconómico/geopolítico de EU.

La idea del TAFTA es añeja y fue considerada en la década de 1990, en la fase unipolar, cuando EU, en la era clintoniana, anhelaba conquistar el mundo subrepticiamente mediante tratados comerciales multisectoriales ( v. gr. el fracasado ALCA para el continente americano). Ahora, en la incipiente fase multipolar, Obama resucita el TAFTA, de mayor envergadura, con el fin de someter a China, cuyos multimedia han permanecido apagados, para no decir perplejos, al respecto.

Nadie como la prensa británica y el premier David Cameron, un fundamentalista neoliberal, han recibido en forma ditirámbica el proyecto mercantilista de Obama, al que se han sumado con entusiasmo redentor tanto la atribulada canciller alemana, Angela Merkel, como los apparatchiks de la Comisión Europea, con la notable reticencia del presidente galo, François Hollande.

De la literatura desplegada va­le la selección de Philip Stephens, de The Financial Times (14/2/13), portavoz de la globalización financierista, quien, al unísono de la euforia del oligopolio multimediático anglosajón, exulta que el Pacto Trasatlántico promete un premio mayor con la resurrección del orden (¡supersic!) político liberal que recientemente parecía en retirada. Stephens vislumbra el advenimiento del TAFTA como un fin geopolítico (¡supersic!): la economía como medio de un fin. No lo dice, pero entona las resonancias de un G-2 geopolítico entre las otrora poderosas geoeconomías hoy alicaídas a los dos lados el Atlántico Norte.

El desprecio británico a Europa continental no lo oculta Stephens: Europa no es más el centro del interés geopolítico de EU frente a los supuestos chantajes de Vladimir Putin (nota: no explicita el autor, pero se ha de referir al gas ruso y a la detención de la expansión de la OTAN en el Cáucaso). Su ultraje al zar ruso es superior al que dedica a Europa: el líder ruso es alguien que da risa más que miedo. No comment!

Más allá de las cifras economi­cistas ( v. gr. 3.5 millones de millones de dólares en acciones de inversiones compartidas) que sirven de plataforma de lanzamiento para la gran alianza geopolítica en ciernes, se encuentra el interés compartido para preservar (sic) un orden (¡supersic!) internacional abierto basado en reglas como el mejor garante de la seguridad (¡supersic!) occidental. ¿Se apresta EU a deglutir militarmente a la UE-27 hoy cruelmente vapuleada con la grave crisis del euro y el espectro de su balcanización? ¿Llevará el pacto a una unificación monetarista de las dos mayores divisas del planeta con un euro castrado y totalmente sometido al dólar?

Stephens define el poder en términos modernos que se suman a las cifras secas del economicismo y que condensa en la seguridad (¡supersic!) que reside en la aceptación amplia (sic), de normas y valores internacionales como en la fuerza militar bruta (¡supersic!) con la capacidad de configurar los eventos. Se conforma con la consecución de 50 por ciento del total teórico del proyectado pacto y fulmina contra los tecnócratas, a quienes los políticos deberán usar el látigo (sic). ¡Uf!

El problema es que tras más de tres décadas de la teología neoliberal, el género político está en vías de extinción frente a la proliferación contaminante de tecnócratas ignaros a quienes se les desplomó su modelito financierista/monetarista.

Pese a sus disonancias cacofónicas y afónicas, Stephens no pierde de vista la realidad que deben entender los políticos cuando los tecnócratas se encuentran discapacitados: El sistema (sic) emergente es una vez más multipolar (¡supersic!) y menos multilateral. El orden global no pertenece más a Occidente.

Lo importante (“el verdadero precio”), a su juicio muy sesgadamente británico, reside en que “el sistema (sic) permanezca arraigado en algunos (sic) valores universales –el imperio de la ley, la seguridad colectiva, el respeto a la dignidad humana y la contabilidad gubernamental”. Sin duda alguna.

El grave problema es que al Occidente neoliberal, presa del barbárico y misántropo síndrome Shylock, se le olvidaron sus valores humanistas trascendentales.

Aun sin contabilizar los obs­táculos que parecieran infranqueables entre EU y la UE-27, si la paralizada ronda Doha y los choques culturales desde los alimentos genéticos alterados pasando por el repulsivo fracking, hasta los pollos clorados son ilustrativos, falta ver qué tanta risa provocan las ojivas nucleares de Vlady Putin cuando Washington y Bruselas exclaman estar aterrados por las bombas nucleares de Irán que aún no existen.

¿Acabará el nuevo pacto invitando a Rusia a formar parte de su OTAN económica? ¿Aceptará Vlady Putin, quien prefiere jugar al pivoteo euroasiático entre la UE-27 y China?

¿Cuáles serán las medidas preventivas y defensivas de la cercada China, que cuenta con las mayores reservas de divisas globales y que, pese a las Casandras globalistas/Nor-Atlantistas, sigue creciendo en forma impresionante?

Una probabilidad insondable todavía es que el pacto empuje a un mayor acercamiento del RIC (Rusia, India y China), extensivo a los BRICS (con Brasil y Sudáfrica), cuando el restante de los países escogerán con cuál bloque jugar a su cuenta y riesgo.

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