Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de febrero de 2013 Num: 937

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Diego en la encrucijada
Vilma Fuentes

Sergio Ramírez,
el cuentista

Marco Antonio Campos

Respuesta a un cuestionario
Marina Ivánovna Tsvietáieva

Cinco poemas
Marina Tsvietáieva

La torre en yedra
Marina Tsvietáieva

El interés por la historia
Raúl Olvera Mijares

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


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Miguel Ángel Quemain
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Susana Romo, la derivas teatrales del adiós

Guadalajara, Jal. Adiós querido Cuco, de Bertha Hiriart, bajo la dirección de Susana Romo, es una propuesta sobre el doloroso mundo de la despedida. El duelo por el perro que le da nombre a la obra y que formó parte de la familia de Pola, la niña que alivia su penar contenida en la ternura de su abuela Titina, es el eje de las elaboraciones sobre un horizonte de sucesos que se inician en la primera infancia y que no dejan de repetirse, inflexibles, a lo largo de la vida.

La dramaturgia de Bertha Hiriart, insuficientemente valorada institucionalmente, es de gran profundidad y rigor. En muchos momentos es un poema que sintetiza las fases del duelo como si se tratara de un fino bordado, configurado como un mandala que termina por sanar la pérdida y la ausencia, una vez que se han recorrido los diversos estados que la mente transita como si se tratara, también, de un veloz descenso tras el cual se asciende nuevamente, más ligero.

Esta historia sencilla, escrita con la fuerza de la complejidad poética, se completa con una concepción escénica de gran riqueza que Romo trazó con gran precisión y solvencia. Cuco es el perro compañero de la abuela en esos últimos años, cuando la soledad de ambos se ve acompañada por las visitas episódicas de Pola, quien debe entender, con tristeza y gradual enojo, que al perro de sus juegos, ese que devolvía y daba alegría a la vida de sus amos/subordinados, se le fueron debilitando los pulmones, las patas, y poco a poco dejará los empeñosos esfuerzos por seguir a la niña.

Esta breve descripción, por ejemplo, está expresada en una estupenda escena donde todos corren como en slow motion, por describir de alguna manera esta exposición en cámara lenta de un movimiento, que pone en evidencia un delicado e inteligente trabajo de dirección, que actúa sobre los cuerpos diligentes y entrenados de tres actrices de gran potencia que interpretan a tres “pajarracos” narradores y a tres personajes: el perro Cuco (Viri Gómez), la niña Pola (Mely Ortega) y Titina (Edith Castillo), la abuela de Pola.

El tiempo de la narración y la escenificación del relato narrado convergen en una teatralidad que no le oculta el artificio a su público, que siempre declara su naturaleza teatral y la poderosa facultad de la palabra para que aparezca sobre la escena aquello que declaran esas aves omniscientes que patentizan la ausencia gradual, la disolución de Cuco, resuelta en brillantes ideas y metáforas escénicas que se nutren de ese instrumental diseñado por Luis Manuel Aguilar, Mosco, como un espacio escénico plegable, móvil, transitable, completado por Carlos Maldonado con una pintura escénica que le da una potente razón plástica a ese conmovedor relato dramático estrenado en 2010, que tuvo temporada en el DF y un recorrido amplio en la región del Centro/Occidente, y que desde el 2 de febrero fluye en el Estudio del Teatro Diana, un espacio de gran afluencia que administra con generosidad de artista María Luisa Meléndrez.

La dirección cuidadosa de Susana Romo se ve compensada con un gran trabajo de concentración y energía de tres actrices de distintos registros en lo emocional, pero bajo una misma exigencia cuando se trata del discurso corporal (que va más allá de lo coreográfico), el cual materializa a los tres narradores emplumados,  o bien cuando pone a correr a Cuco detrás de Pola, tan conmovedoramente anciano.

Una de las ideas directrices en el teatro infantil realizado por Susana Romo consiste en pensar que no se dirige en estricto sentido a los niños, sino a la familia. Para ella, estamos lejos de esa realidad europea que clasifica los contenidos por edades, pues en todos los teatros mexicanos tenemos la presencia del bebé que llora; el niño de tres años que grita; la hermana adolescente que aburrida se la pasa hurgando en su bolsita de golosinas a todo volumen, además del destinatario de la obra.

Esa condición adversa permite tomarle la temperatura a esas familias que, como sea, van al teatro en grupo y lo convierten en una experiencia edificante, como la del recuerdo compartido aunque absolutamente distinto para cada espectador: todos hemos perdido algo, a alguien, y poseemos el recuerdo de la rabia, la impotencia y la depresión, hasta que la serenidad de la resignación/aceptación llega de pronto a nuestras vidas.

Adiós querido Cuco nos da la oportunidad de humedecer los ojos; nos ofrece la certidumbre de que el teatro verdadero es una experiencia que no debe dejarnos indemnes.