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Disturbios en Túnez y Egipto: ¿el comienzo o el fin de las revoluciones?
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Alí Larayedh, nuevo primer ministro tunecino, y el presidente Moncef Marzouki, durante el acto en que se dio a conocer la decisión del parlamento. A partir del nombramiento oficial el premier tendrá 15 días para integrar su gabineteFoto Reuters
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n diciembre de 2010 un solo individuo encendió en Túnez una revolución popular contra un autócrata venal, levantamiento que fue seguido muy pronto por una erupción semejante en Egipto contra otro autócrata venal parecido. El mundo árabe se sorprendió y la opinión pública mundial expresó de inmediato sus simpatías con estas expresiones modelo de las luchas por todo el mundo en pos de autonomía, dignidad y un mundo mejor.

Ahora, tres años después, ambos países están enfrascados en fieras luchas políticas, violencia interna que está escalando –y una gran incertidumbre acerca de adónde conduce todo esto y quién resultará beneficiado. Hay algunos aspectos particulares en cada país, algunos que se reflejan en los levantamientos por todo el mundo árabe o árabe-islámico y algunos aspectos que son comparables con lo que está ocurriendo en Europa y, en alguna medida, por todo el mundo.

¿Qué ocurrió? Debemos comenzar con el levantamiento popular inicial. Como con frecuencia es el caso, comenzó con gente joven muy valiente que protestaba contra la arbitrariedad de los poderosos –a escala local, nacional e internacional. En este sentido su lucha era anti-imperialista, contra la explotación y profundamente igualitaria. Guarda mucha semejanza con la clase de levantamientos que ocurrieron por todo el mundo entre 1966 y 1970, que alguna vez llamamos la revolución-mundo de 1968.

Como entonces, las protestas tocaron una cuerda profunda dentro del país y atrajeron un respaldo público amplio mucho más allá que el pequeño grupo que las iniciaron.

¿Qué pasó después? Una revolución anti-autoritaria generalizada es algo muy peligroso para quienes detentan la autoridad. Cuando las medidas represivas iniciales no parecieron surtir efecto, muchos grupos buscaron domesticar las revoluciones uniéndose a ellas, o por lo menos aparentando unirse. En Túnez y Egipto, el ejército entró en escena y se negó a disparar contra los manifestantes, pero buscó también el control de la situación tras la deposición de los dos autócratas.

En ambos países había habido un fuerte movimiento islamita, la Hermandad Musulmana. Fue puesta fuera de la ley en Túnez y se le había controlado y circunscrito en Egipto con cuidado. Las revoluciones permitieron que emergieran en dos formas: ofreciendo asistencia social a los pobres que habían sufrido por la negligencia del Estado y formando partidos políticos con el fin de obtener una mayoría parlamentaria que les permitiera controlar la redacción de las nuevas constituciones. En las primeras elecciones en cada uno de estos países emergieron como el partido político más fuerte.

Siguiendo con esto, hubo básicamente cuatro grupos compitiendo en la arena política. Además del partido de la Hermandad Musulmana –Ennahda, en Túnez, y el Partido de la Libertad y la Justicia, en Egipto– había tres otros actores políticos: las fuerzas laicistas más o menos a la izquierda, las fuerzas salafistas de extrema derecha que buscaban legislar una mucho más astringente versión de la sharia que la de los partidos de la Hermandad Musulmana y los todavía fuertes simpatizantes cuasi-subterráneos de los viejos regímenes.

Tanto los partidos de la Hermandad Musulmana como las fuerzas laicistas están, de hecho, bastante divididos al interior, especialmente en cuanto a las estrategias que buscan emprender. Los partidos de la Hermandad Musulmana se enfrentan con los mismos dilemas políticos que en años recientes han sido los de los partidos de centro-derecha en Europa. Los países tienen severos problemas económicos continuos, lo que da origen a partidos de extrema derecha o los fortalece, lo cual amenaza la capacidad de que el partido centro-derecha de corriente dominante gane las futuras elecciones. En estas situaciones ha habido quienes, por todas partes, pretenden recuperar votantes de la extrema derecha moviéndose en su dirección y endureciendo su línea con respecto a la izquierda o a las fuerzas laicistas. Y ha habido los llamados moderados que piensan que el partido debe moverse hacia el centro y recuperar votos ahí.

La izquierda o fuerzas laicistas contienen, a su vez, una amplia gama de grupos: grupos en verdad de izquierda (pero múltiples) y los demócratas de clase media que alientan lazos económicos más estrechos con las fuertes fuerzas de mercado de Europa y Estados Unidos. En cuestiones económicas, estos grupos de clase media están, de hecho, bastante cercanos a lo que proponen las fuerzas islamitas moderadas.

Entre tanto, las fuerzas que siguen siendo leales a los antiguos regímenes venales mantienen el control de una institución que es clave: la policía. Es la policía la que dispara en la manifestaciones de las fuerzas laicistas. Cuando estas fuerzas protestan por el asesinato de Chokri Belaid, líder laicista clave, el primer ministro de Túnez, Hamadi Jebali, islamita que se dice moderado, protesta diciendo que está apabullado por el asesinato. A esto, los grupos laicistas replican que los partidos islamitas, en especial los conocidos como de línea dura, son responsables, en cualquier caso indirectamente, de haber creado el clima dentro del cual pudo ocurrir un asesinato así.

Es más, Túnez y Egipto no son países aislados. Sus vecinos en el mundo árabe y más allá también están sumidos en disturbios. La intrusión geopolítica de las fuerzas exteriores es muy grande. Ambos países son relativamente pobres y necesitan de asistencia financiera exterior para lidiar con el creciente y duradero desempleo, que se hizo más severo por la pérdida de los ingresos procedentes del turismo –que para ambos países era una fuente central de entradas.

Así que, ¿a dónde va todo esto? Hay únicamente dos posibles direcciones. Una es el fin de la revolución, al menos por ahora. Los dos países pueden avizorar gobiernos muy incrustados por la derecha, con respaldo de los militares (y tal vez controlados por ellos), con constituciones socialmente conservadoras y políticas exteriores cautelosas. La otra dirección es el inicio de la revolución, en la cual el espíritu inicial de 1968 recupere fuerza, para que tanto Túnez como Egipto se vuelvan, una vez más, faros de transformación social, ellos mismos, para el mundo árabe, para todo el mundo.

Por el momento parecería que las fuerzas que empujan hacia el fin de la revolución tienen la mano. Pero en este caótico mundo es demasiado pronto para bajar la cortina para una fuerza revolucionaria renovada en ambos países.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein