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Ver día anteriorDomingo 24 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Ecos de otra temporada autorregulada y de espaldas a la bravura y al público

A

lguna vez el premio Nobel de Literatura, Albert Camus, enlistó algunos mandamientos de la prensa libre: lucidez, desobediencia, ironía y obstinación, pues el periodismo debe rechazar lo que ninguna fuerza le podría hacer aceptar: servir a la mentira. A ver ahora cuántos se ofenden.

Y sí, lo peor que le puede suceder al periodismo, así como a toda expresión cultural que se pretende genuina, es sustentarse en la simulación o, peor aún, en la caricaturización de su esencia. Hay que repetirlo: los enemigos más eficaces de la tradición tauromáquica, los socavadores del arte del toreo, no son los desinformados antis, sino los falsos pros, esos que invierten en modestas ofertas de espectáculo, en la comodidad y en la dependencia.

Son ellos los que han desbravado al toro, sacado al gran público de las plazas, expulsado del tendido a la pasión y a los partidarismos y reducido la fiesta brava de México a tres o cuatro apellidos importados, en una lamentable versión neoliberal del espectáculo taurino: importar calidad en vez de producirla y hacerla competitiva. Es, también, el espíritu autocomplaciente y frívolo del calderonato y del otro aturdido mandatario taurino de clóset que lo precedió, ambos a merced de todo, excepto de la congruencia.

Lo verdaderamente interesante de las voluntariosas temporadas grandes en la Plaza México no son las gloriosas faenas a novillones repetidores, ni menos la concesión aldeana de orejas y rabos por parte de sometidos jueces sin respaldo del Gobierno del Distrito Federal, hace décadas desentendido del espectáculo, sino el termómetro taurino, social y anímico que constituyen los heterogéneos públicos asistentes al coso, así como la autorregulación ineficaz de la empresa. No obstante que ninguna autoridad osa acotarla, en dos décadas la Plaza México ha sido incapaz de hacer repuntar una imagen de la fiesta en el país. En la misma medianía se maneja su multimillonaria competidora.

Además de continuar con la nefasta costumbre de servir ganado cómodo, manso y pasador a las figuras importadas y reses con edad y trapío a los toreros modestos; de no repetir al diestro triunfador al domingo siguiente, de ofrecer combinaciones de toros y toreros poco atractivas –en 19 tardes, sólo cinco de media entrada o más– y de repetir el gastado numerito de Enrique Ponce y sus bureles protestados, la pasada temporada 2012-2013 se caracterizó también por la creciente mansedumbre de los toros y la discreta competitividad entre los toreros nacionales, por falta de estímulos o de celo, con la consiguiente frustración de un público que cada vez recibe menos emociones por lo que paga.

Actuaron 34 matadores, 21 mexicanos, 12 españoles y un francés, y tres rejoneadores, una mexicana y dos españoles. Se concedieron, con obsequiosidad de plaza de trancas, 45 orejas y un bochornoso rabo que ante la rechifla unánime el diestro beneficiado se apresuró a devolver. Se otorgó el indulto a un alegre toro muy discreto de cuerna de la ganadería del empresario. Hubo 10 toros de regalo, 13 salidas a hombros y contados ejemplares que acusaran transmisión en los tres tercios, si bien muchos de los que contribuyeron al triunfo de sus matadores apenas si fueron al caballo, por lo que se premió la repetitividad y el estilo, no la bravura.

En su necesidad de encumbramientos emergentes el público declaró su amor a dos toreros importados, los españoles Morante de la Puebla, más en el detallismo, y Alejandro Talavante, con un atemperado barroquismo, pero jamás externó su descontento por la arbitraria ausencia del triunfador de ruedos de Europa, México y Sudamérica: Sergio Flores. Tampoco protestó porque sólo viniera una tarde Arturo Saldívar, gracias a la intervención del Juli, que si no ni a ésa; o por la única comparecencia del prometedor Juan Pablo Sánchez, o porque ya no repitiera el fino sevillano Daniel Luque tras su espléndida faena a un alegre toro de La Estancia. Por fin, ese dócil público empezó a valorar la sólida tauromaquia del potosino Fermín Rivera, que se hizo de tres meritorias orejas, y al que los conocedores designaron como revelación.

Lo que mal empieza –hamponce y su chou en la corrida inaugural–, mal acaba –los desfiguros del juez Jesús Morales y del mendicante Pablo Hermoso, en la última–, por lo que en la exitista, que no exitosa, temporada grande recién concluida prevaleció una autoridad doblegada por una figura del rejoneo que exigió y consiguió un segundo apéndice de feria de pueblo, y tres jueces sin respaldo, incapaces por ende de recuperar la seriedad que otrora tuvo la Plaza México. Haber soltado el rabo por una pésima estocada, fue el colmo del some-timiento. Empero, la ensordecedora silbatina no atenuó la apoteosis de opereta con salida de los importados-obsequiados en hombros. Imparable la reconquista, en los toros y en lo demás.