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Campa y Laborde se opusieron al asesinato de Trotsky
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Valentín Campa en imagen de abril de 1995Foto Archivo La Jornada
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ara José Revueltas, Hernán Laborde, Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Juanito de la Cabada y varios más, ser de izquierda era una forma de vida ligada a la cárcel, a la persecución, a la clandestinidad. ¿Valió la pena? Los escritores y los críticos literarios de hoy tienen totalmente olvidado a José Revueltas, quien en 2014 cumpliría cien años.

De Hernán Laborde, no se sabe nada. A la hija de Juan: Julia Marichal, la asesinaron. ¿Recordará alguien el asesinato del joven José Guadalupe Rodríguez en los años 20 y el de Joel Arriaga en Puebla, el 22 de julio de 1972? El libro de Valentín Campa Mi testimonio: memorias de un comunista mexicano, publicado en 1978, reúne textos sobre la lucha sindical, Cárdenas, el 2 de octubre, los halcones, los charros, los marxistas, las matanzas y demás horrores, y leerlo deja un sentimiento de derrota. Sin embargo, cuando entrevisté a Campa unos meses antes de su muerte, encontré a un luchador, a un líder estoico. A pesar de los años tenía una gran fuerza. Demetrio Vallejo la conservó también hasta el final de sus días. ¿Qué es lo que los impulsaba en medio de tanto rechazo, tanta burla, tanta indiferencia? Supongo que vivían con la esperanza del cambio. Si ahora resucitaran, el cambio los espantaría, porque hoy los supuestos izquierdistas duermen calientitos en su cama de oro.

–¿Cómo era el Partido Comunista Mexicano (PCM) en aquellos años?, porque a veces se tiene la sensación de que se dedicaban mucho a polemizar, a discutir, al papeleo, pero que no hacían cosas concretas por la gente.

–No. El Partido Comunista, en menor o mayor grado, siempre ha tenido un papel importante en la lucha de masas. El partido intervenía en las luchas importantes y yo participé en la primera huelga ferrocarrilera, en 1927, cuando ya el partido tenía una fuerte influencia en el movimiento obrero.

En Tamaulipas encabezamos una lucha de masas muy desenvuelta contra la causa de Ignacio Morones Prieto. El partido siempre actuó en defensa de los intereses de las masas; sin embargo, el factor que más afectó nuestra lucha fue la represión.

–¿Por qué había en el PCM tal adoración por Moscú?

–Fue muy explicable nuestra admiración a la primera revolución proletaria del mundo y al primer país socialista en el mundo. Caímos en actitudes subjetivas de admiración a la URSS y en el error de no querer reconocer las fallas o defectos que tuviera.

“Eso se agudizó con el estalinismo que deformó mucho las cosas, a tal grado que se pretendía que todo lo que hacían los soviéticos era lo mejor. También secundábamos lo que hacían los comunistas de otros países.

Sí. El subjetivismo no es recomendable. Había que solidarizarse con la URSS en contra del imperialismo, pero sin llegar a los extremos a los que llegamos. Aquí en México, lo que deslindó las cosas fue el caso de León Trotsky. Cuando los compañeros europeos acordaron asesinarlo, Hernán Laborde y yo nos opusimos terminantemente y se nos trató muy mal. Después nos expulsaron del partido por órdenes de la Internacional Comunista.”

–¿Cuál era la actitud del PCM hacia las mujeres?

–En el Partido Comunista Mexicano actuaron mujeres muy valientes. Soy de los que sostienen que en este partido, a pesar de la lucha por la igualdad y por el respeto a las mujeres, aún se les discrimina.

Otra cuestión que quedó pendiente en el Partido Comunista, fue la de su actitud ante los intelectuales. Una vez que se examinó el problema, se reconoció que, en general, nunca se había dado un trato adecuado a los intelectuales. Entre ellos, los que más destacaron en el partido, fueron los pintores. Era necesario incorporarlos a la lucha obrera con un trato adecuado y no supimos hacerlo.

“Es imposible que un intelectual se comporte como un obrero; su ambiente, sus condiciones, sus antecedentes. lo dificultan. El Partido Comunista le exigía a los intelectuales un trato igual al de los obreros: que le entraran a las pintas con brocha gorda y que no fueran sólo intelectuales de pincel. Creo que fuimos ingenuos.

“José Clemente Orozco nunca ingresó al partido, aunque por su trayectoria estuvo muy relacionado con él.

“A Diego Rivera, a David Alfaro Siqueiros y a Xavier Guerrero los traté en el Partido Comunista; los tres pertenecieron al Comité Central.

“Con Siqueiros fue con quien más relación tuve, porque cuando vine a México a un congreso sindical, en febrero de 1929, en la Delegación Obrera de Tamaulipas, el congreso eligió a Siqueiros representante de los mineros de Jalisco, como secretario general de la Confederación Sindical Unitaria de México, y a mí como secretario de Organización.

“Como dirigentes obreros participamos en luchas importantes, aunque Siqueiros era bastante inestable. Formamos la Sindical Unitaria a mediados de febrero de 1929. Juntos luchamos en acontecimientos muy significativos.

“Luego Siqueiros se enamoró de Blanca Luz Brum y andaba loco por la mujer. Desatendió por completo la militancia. Precisamente esa inestabilidad lo condujo a separarse tanto del movimiento sindical como del movimiento político del partido e irse a Estados Unidos a dedicarse a la pintura con mucho éxito.

“Su pintura causó escándalo, creció como pintor. Lamentablemente, cuando regresó ya estaba bajo la influencia de compañeros europeos para asesinar a León Trotsky. Quienes nos expulsaron del Partido Comunista Mexicano no fueron los mexicanos, fueron todos aquellos que se unieron en bola para actuar en el Comité Central y tomar acuerdos. Cuando nos opusimos al asesinato de Trotsky, Siqueiros decidió el asalto a la casa de Trotsky, en Coyoacán. Sus planes le fallaron.

“En 1948, cuando luchamos contra las devaluaciones de Miguel Alemán, estuve en prisión por culpa de los líderes charros del Sindicato Ferrocarrilero. Salí absuelto al año dos meses, dos años antes del cumplimiento de mi condena, por falta de méritos.

“Recuerdo bien que Siqueiros me mandó decir que estaba muy contento con mi salida de la prisión. Me mandó un traje con un amigo pidiéndome que lo disculpara por no entregarlo personalmente, porque el Partido Comunista le había prohibido saludarme.

“Estuvimos encarcelados durante el movimiento ferrocarrilero del 58. Siqueiros y don Filomeno Mata pedían nuestra libertad. Hicieron una reunión muy amplia para exigir esa libertad, y en vez de dejarnos libres a nosotros, los aprehendieron a ellos y los metieron en Lecumberri.

“Después volvimos a tener diferencias, porque nosotros, los del Partido Comunista, acordamos no pedir el indulto al presidente López Mateos, sino la amnistía política, contra el artículo fascista 145 y el Código Penal famoso, donde los procesos eran por intención.

“Y resulta que Siqueiros solicitó el indulto, López Mateos se lo dio y fue uno de los primeros en salir.

Lo que sucede es que su situación económica influía mucho sobre él, su mujer Angélica era muy buena administradora. Él pintaba, ella vendía. A pesar de que recibió ofertas, se mantuvo firme en el Partido Comunista hasta que murió. Fue siempre un hombre muy controvertido, pero, con todo y sus veleidades, fue uno de los hombres más constantes en la lucha revolucionaria.

–¿Y Pablo O’Higgins?

–Conocí a O’Higgins cuando éramos muy jóvenes; pertenecía a la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la LEAR, que tenía un local cerca de Santo Domingo. Él era muy querido por todos por su modestia. Fue un compañero muy constante, muy leal, yo lo quise mucho. Lo traté bastante y siempre ayudó al partido con su pintura. Nos decía: ‘Compañeros, tomen este cuadro para venderlo’.

“Al otro que traté mucho, pero en una situación muy dramática, fue a Diego Rivera. Rivera y Siqueiros pertenecían al Comité Central y al Buró Político. Yo era muy joven, tenía 25 años, no tenía experiencia ni conocía bien los problemas, era muy nuevo en el partido, pero me daba cuenta de que Rivera era un tipo muy farolón; a mí me caía muy mal, porque de repente cuando había discusiones muy fuertes, sacaba la pistola, la ponía en la mesa y la comenzaba a limpiar. Además, pintaba con la izquierda y cobraba con la derecha. En un momento dado, se adelantó a nuestra crítica y se defendió:

“‘Bueno, ustedes están planteando mi expulsión del Partido Comunista y la acepto: ‘Diego Rivera, miembro del Buró Político del Partido Comunista, vota por la expulsión de Diego Rivera’. Con lo que no estoy de acuerdo es con que digan que soy un traidor. No. Yo soy un burgués, tengo capital, tengo mi casa, tengo recursos, tengo relación con la burguesía y hoy me regreso con mi clase. Ahora me doy cuenta que traicioné a la burguesía al venirme al Partido Comunista. Regreso a donde pertenezco. ¿En dónde está mi traición?” ¡Qué payaso! Un cinismo bárbaro. Se hizo trotskista y Siqueiros inmediatamente lo señaló, porque la persecución era contra nosotros los comunistas. Los trotskistas no tenían problema. De esa manera él aparecía como trotskista, inclusive como ultraizquierdista, y era en realidad un elemento de derecha. Se camuflaba de rojo.

“Políticamente, Rivera era detestable y lo demostró; él mismo votó por su expulsión. ¡Y ya ves el derrotero que siguió: insultó, atacó al Partido Comunista, a Laborde lo calumnió, a Stalin, ni se diga a la Internacional Comunista! Pasados algunos años renunció y se hizo antitrotskista y cuando se enfermó de cáncer viajó a la Unión Soviética a curarse. Y a su regreso al país hizo la apología de Stalin, de la Unión Soviética y de todo aquello.

“Respecto de su arte, yo tuve mis dudas desde el principio. El contrato de los murales se lo dio Calles, justo en los días en que fusilaron a Guadalupe Rodríguez Durán.

“Nunca he sido muy conocedor, no soy crítico, pero reconozco que Orozco y Siqueiros tenían más méritos. Aunque también a Siqueiros lo criticamos mucho cuando aceptó que le quitaran a la pintura del Sindicato de Cinematografistas el número 17 impreso en la portada de un libro. Siqueiros se defendía diciendo:

‘Yo acepté quitarle el 17, pero todo el mundo sabe que esa es y sigue siendo la Constitución’.

“Y le dije:

‘No, ya no, porque los que no conocen el problema podrán decir que el libro pintado es el catecismo del padre Ripalda: el 17 era lo que le daba fuerza al mural’.

“También traté a Xavier Guerrero; era un tipo muy especial, muy abnegado, muy constante y muy modesto. Él luchó con nosotros en todo el periodo de la represión callista, estuvo escondido con nosotros cuando el partido era ilegal, entre el 29 y el 34. Como miembro del Comité Central participaba en el área de organización del partido. En esa época asaltaron la imprenta de El Machete, que habíamos levantado con gran esfuerzo mediante una colecta nacional.”

José Revueltas

“A José Revueltas lo mandaron a las Islas Marías como en el 30 o el 31 junto con Miguel Velasco, (El Ratón) Rosendo Gómez Lorenzo y otros. A Revueltas lo tomaron preso en Monterrey, en una huelga de obreros agrícolas. Nos tratamos mucho desde jóvenes. Él era militante en la Juventud Comunista cuando yo vine a México; siempre fue muy activo, muy discutidor, muy estudioso: buen militante. Cuando asumió actitudes contrarias al Partido Comunista, discutimos porque él se contradecía.

“La diferencia más grande que tuvimos fue en 1946, cuando Vicente Lombardo Toledano convocó a una mesa redonda entre marxistas y yo participé como dirigente del Sindicato Ferrocarrilero y Revueltas representaba al grupo Espartaco, en el que estaban dos poetas: Enrique González Rojo y Eduardo Lizalde. Él apoyó a Lombardo Toledano contra nosotros y a mí me pareció totalmente inconsecuente. Sostenía que nosotros queríamos agrupar fuerzas marxistas para plantear un régimen distinto al de la Revolución Mexicana que, según él, todavía estaba en marcha. Le gritamos a Revueltas que era un menchevique y se enojó. Era muy inestable, a veces tenía actitudes muy derechistas y de repente, cambiaba y aparecía muy izquierdista; atacaba al partido por tener posiciones de derecha, reformistas, etcétera.

“Cuando escribió su libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza me mandó un ejemplar, a pesar de que en el movimiento comunista me llamaban trotskista y gran aventurero.

“Después del 68, Pepe adquirió un gran prestigio en la universidad y fui a polemizar con él. Discutíamos fuerte, pero nos respetábamos. La última vez introdujo en el debate los problemas del Partido Comunista e insistió en lo del proletariado sin cabeza y yo lo refuté:

El problema es que tú crees que por donde tú andas, ahí sí hay cabeza, y estás equivocado.

Valentín Campa vio nacer, crecer y morir al siglo XX. Su compromiso, fundamental en la construcción de una fuerza de izquierda en México, abarcó la dirección del Partido Comunista, pasando por el Comité Central del PSUM, y luego la militancia en el PRD. En alguna ocasión un dirigente alegó que Campa había dirigido el PCM sin haber leído El capital. Campa confirmó: “No conozco El capital, pero conozco a los capitalistas”. Hoy Campa espera un reconocimiento; que se le dé su nombre a la estación de trenes Buenavista. Es lo mínimo que podemos devolverle en agradecimiento por haber permanecido leal a sí mismo hasta el último de sus días.