Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de marzo de 2013 Num: 939

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Leonardo Padura:
escribir para algo

Gerardo Arreola

Medio Siglo de las luces
Andreas Kurz

La necesaria poesía
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Antonio Colinas

Adolfo Sánchez Vázquez Tecnología y
nuevas artes

Carlos Oliva Mendoza

Ciencia, drogas
y penalización

Tim Doody

Mónica Dower.
Estética de la memoria

Ingrid Suckaer

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Athos Dimoulás

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Hugo Gutiérrez Vega

La literatura de Vilma Fuentes: calzada de los misterios


Foto: José Carlo González

Vilma se pregunta en la novela cuáles son las razones de su quehacer literario y, con excepcional modestia, nos dice que es una diletante que se encuentra muy lejos de la noción clásica de literata. Se pregunta cuál es la razón de buscar, desechar, encontrar, reunir, ordenar y estructurar palabras, párrafos, capítulos, en fin, libros. Son buenas las preguntas y algunas encuentran su respuesta en el mismo libro. Vilma es una periodista ejemplar, dueña de una prosa transparente que fluye sorteando escollos y, por lo tanto, es una literata (ni modo; tienes que asumirlo, y como lo haces con humor y humildad no sólo no haces daño sino que haces mucho bien); una literata que busca y encuentra las palabras para reflexionar sobre las razones de su quehacer en una novela que va mucho más allá del ejercicio nostálgico.

El eje del relato es el personaje, Pingo, su crecimiento, el crecimiento de la ciudad y su hermosa iniciación a la fantasía a través de Las mil y una noches. Los personajes salen de la voz del padre mago que ilumina la noche con su imaginación y con la fosforescencia viva de los cuentos de Bagdad. Su padre periodista fue un iniciador de Pingo en la búsqueda de esas palabras que son un laberinto del que solamente podemos salir pronunciándolas como un conjuro.

En la novela nuestra ciudad se ve como un laberinto en el que se camina, en el que nos perdemos. Pero a Pingo le gusta perderse. Sólo así vive el misterio gozoso y, a veces, angustioso, de la ciudad inmensa, variadísima, contrastada, dueña de una historia fascinante y, generalmente, no sólo inamistosa sino hasta criminal, violenta, ladrona, asesina... Por todo esto, el eje de la novela de Vilma es la interminable Avenida de los Insurgentes. Por supuesto que estamos hablando de un laberinto no sólo físico sino también mental, en él reina lo imaginario.

Vilma niega ser el personaje de la novela (no quiere que sea una autobiografía, pero tal vez, querida Vilma, Madame Bovary c’est moi). Niega ser la niña educada, en todos sentidos, por las monjas. Por otra parte, es cierto que la autora se salvó gracias a su anhelo de libertad, mientras que otras niñas de la escuela aceptaron las consignas, anularon sus identidades y se plegaron a los dictados de una moral social represiva que alababa la sumisión y pregonaba los “valores” de la mediocridad.

Sin embargo, debemos recordar que el Colegio Francés sufrió una crisis muy interesante: las monjas se dividieron. Unas se inclinaron por la opción de los pobres (pensemos en la que fue asistente de don Samuel Ruiz) y por la teología de la liberación; dos lucharon en Nicaragua al lado de los sandinistas, otra se levantó las enaguas y se casó con un jesuita destripado. En fin... todo menos “mediocridad”. Retiro la palabreja.

Vilma apostó por la libertad, por el viaje, por la aventura, por la búsqueda de las palabras, por la magia de la literatura y por el compromiso del periodismo; como su personaje, no gusta de la pasividad de las compañeras de los héroes; de la docilidad de la dama que atiende la fatiga del guerrero. Nada de ternezas convencionales. A Pingo le gusta la acción; es un mosquetero que combate a los esbirros del Cardenal.

Pingo, reina muñequita... el personaje tiene muchos nombres y muchos modos. Yo me quedo con Pingo creciendo con una ciudad, huyendo de ella y, sobre todo, buscando las palabras para nombrar a los seres y las cosas, escribiendo esos misterios (la calzada es el primero de ellos) con la impecable letra palmer del Colegio de Monjas. Pingo es el prodigio de la infancia, la soledad de la adolescencia. Es una ciudad, un personaje, una palabra que renace bajo la luz de la evocación.

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