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El tigre y la pantera: la danza del encierro
Oponemos nuestra idea de libertad a un hecho concreto: el encierro. Queremos ser libres pero no sabemos en qué consiste nuestra libertad. Huelga decir que hay muchos casos en los que las personas encuentran su libertad (emocional y espiritual) una vez que han sido privados de su libertad física, como quienes han pisado la cárcel o han padecido una larga enfermedad que les impedía salir de un espacio determinado. Y también sucede lo contrario: gente que, estando en completa libertad física, se siente aprisionada por ideas, por miedo, por costumbre. “ Sitiado en mi epidermis/ por un dios inasible que me ahoga”/, diría José Gorostiza en aquel monumento poético llamado "Muerte sin fin". Muchas personas creen que la libertad es algo por venir; quizá por ello no miran “las pequeñas libertades” que pueden ejercer. También es cierto que lo que ocurre en nuestra sociedad es como una ola violenta que a todos alcanza (de una u otra manera) y nos sentimos enjaulados.
Resulta triste esta condición porque, en gran medida, el hombre es un maestro en el arte del encierro; basta visitar los zoológicos: la naturaleza oprimida, encerrada, para satisfacer nuestro deseo de “ver” lo que somos capaces de dominar. En una genial prosa poética, titulada “Obra maestra”, Ramón López Velarde toma al tigre como ejemplo para disertar sobre su miedo a la paternidad que “asusta porque sus responsabilidades son eternas”. Al inicio describe el encierro al que ha sido destinado el tigre: “El tigre medirá un metro. Su jaula tendrá algo más de un metro cuadrado. La fiera no se da punto de reposo. Judío errante sobre sí mismo, describe el signo del infinito con tan maquinal fatalidad, que su cola, a fuerza de golpear contra los barrotes, sangra de un solo sitio.” El anterior texto me lleva a un poema de Rainer María Rilke: “La pantera”, cuyo comienzo dicta lo siguiente: “Su mirada se ha cansado de tanto observar/ esos barrotes ante sí, en desfile incesante,/ que nada más podría entrar en ella./ Le parece que sólo hay miles de barrotes/ y que detrás de ellos ningún mundo existe./ Mientras avanza dibujando una y otra vez/ con sus pisadas círculos pequeños,/ el movimiento de sus patas hábiles y suaves/ va mostrando una rotunda danza."
En ambos poemas vemos reflejada la capacidad que, como especie, tenemos para provocar dolor en los animales que, paradójicamente, hemos convertido en símbolos. Es verdad, no todos somos partidarios de esos métodos, pero lo cierto es que, incluso contra sí mismo, el hombre aplica esta tortura: sólo hay que mirar los barrios, los pueblos, ciudades, estados enteros que se han convertido en jaulas mentales y físicas, en las que damos vueltas en círculo, despojados de la libertad que algún día creímos nuestra. La imaginación y nuevas maneras de comprender el mundo son la única salida a este encierro. Escribir es cerrar los ojos para que otros los abran.
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