Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 3 de marzo de 2013 Num: 939

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Leonardo Padura:
escribir para algo

Gerardo Arreola

Medio Siglo de las luces
Andreas Kurz

La necesaria poesía
Raúl Olvera Mijares entrevista
con Antonio Colinas

Adolfo Sánchez Vázquez Tecnología y
nuevas artes

Carlos Oliva Mendoza

Ciencia, drogas
y penalización

Tim Doody

Mónica Dower.
Estética de la memoria

Ingrid Suckaer

Dos poemas
Athos Dimoulás

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


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Entre el puñado y el montón

A Beasts of the Southern Wild (EU, 2012), ópera prima del estadunidense Benh Zeitlin, le fue asestado un título en español que por infame, bobo y cursi no será repetido en este espacio, para no demeritar ni un ápice la valía de un filme cuyas cualidades recientemente lo hicieron figurar como la-clásica-cinta-buenísima-nominada-al-Oscar-que-nada-ganará, es decir, aquella producción estadunidense de insoslayable calidad cinematográfica a la que no hay más remedio que tomar en cuenta para no verse de a tiro absurdos o ignorantes, si bien a ningún decididor de ese premio se le pasaría por la cabeza seriamente dárselo.

La clave aquí es el adjetivo “cinematográfica” que acompaña a la palabra “calidad”, pues a diferencia de sus últimas competidoras –y más importante: a diferencia de una cantidad inmensa de filmes recientes, de la nacionalidad que sea–, Beasts of the Southern Wild carece de trasfondos claramente ideológico/propagandísticos; no ha sido hecha al son convenenciero de ninguna coyuntura política/racial; no se desvive por  llenarle a nadie las pupilas con el relumbrón cuasicircense de una fotografía apantallaingenuos; tampoco lo cifra todo en la espectacularidad, usualmente anacrónica desde el momento mismo de su primera aparición, de cualquier tipo de efectos especiales/digitales, por sofisticados que puedan ser; ni, last but not least, recurre al efectismo dramático, los falsos –por tramposos e inefectivos– giros de tuerca en la trama, y mucho menos a la inclusión en el reparto de estrella alguna, periclitada o por periclitar.

En otras palabras, a Beasts of the Southern Wild no la aqueja ni una sola de las taras, ni acusa la carga de uno solo de los pegotes, endocinematográficos o exocinematográficos, que casi se diría son el sello característico de sus ya aludidas recientes competidoras, pero también de la porción más grande de la cinematografía estadunidense, esa que nos llena las pantallas hasta cubrir la fea cifra del noventa por ciento.

La maravilla se llama pureza

La maravilla de Beasts of the Southern Wild consiste en poseer todos los atributos antes mencionados, o mejor dicho consiste en mostrarlos en estado puro: en su trama hay una coyuntura político/racial, pero lejos de la huera grandilocuencia de contar la historia de líderes nacionales o matones memorables, dicha coyuntura se manifiesta en el desalojo del que son víctimas los habitantes, casi todos negros y, eso sí, todos pobres, de su hábitat por decisiones gubernamentales; las pupilas del espectador son regaladas con un trabajo fotográfico sobresaliente y unos efectos especiales muy bien hechos, pero jamás puestos al servicio de su propio lucimiento –¿sí se oye, Life of Pi?–; el estilo narrativo permite sostener la densa carga de la historia que se cuenta sin un solo desmayo, y lo consigue de principio a fin –es decir, no hay “lagunas” ni “se cae” en ningún momento la tensión dramática–, puntuada con giros de tono, ora cómicos, ora melodramáticos, más adelante de corte fantástico y simbólico, prescindiendo siempre de los habituales y manidos tics a la hora de editar y musicalizar; y de nuevo last but never least, remata el cúmulo de sus pericias enfocándolo todo –punto de vista, tono actoral, horizonte y/o límites de la trama misma– en un personaje principal memorable, icónico desde el primer minuto, que responde al nombre de Hushpuppie y que es interpretado por Quvenzhané Wallis, una hermosísima niña negra de tan sólo seis años de edad.

Entre menores te veas, Hushpuppie

Comparadas con Beasts of the Southern Wild, magnífico discurso cinematográfico en el que se habla, con sencillez y pureza, de cosas puras y sencillas pero fundamentales como el amor filial, literalmente a prueba de temporales; la solidaridad comunitaria, presente y actuante cuando se le necesita; la estética sin fasto ni oropel de la vida a ras de tierra, que florece entre animales, plantas y el agua sempiterna, dadora de vida pero también de muerte; el arraigo a esa misma tierra y su defensa denodada; el lugar real y simbólico del padre respecto de la vida cotidiana y la emocional de los hijos, figura sin la cual –y aunque algún desavisado suponga o crea que experimenta lo contrario– todo puede volverse desatino… comparadas, pues, con el complejo contenido y la manera simple, clara, eficiente y bella con que es contado en Beasts of the Southern Wild, sus fugaces compañeras de nominación –un puñado– y cronológicas –un montón–, resultan ser obras muy menores, por más estatuitas que vayan a poner en sus vitrinas.