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Ver día anteriorMiércoles 6 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Norberto Rivera en el cónclave
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oberbio, como es, Norberto Rivera Carrera desoye las voces que desde México exigen que no forme parte del cónclave para elegir al nuevo papa. Esas voces han concentrado su llamado en una carta en la que refieren el sistemático proceder del cardenal Rivera al encubrir a sacerdotes católicos cuyos actos de pederastia están bien documentados.

Los promotores del documento tienen proyectado entregarlo en la nunciatura apostólica. Firman la misiva Joaquín Aguilar Méndez, di­­rigente en México de Survivors Network of those Abused by Priests (SNAP, Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales del Clero); José Barba, víctima de Marcial Maciel y precursor en las denuncias contra el fundador de la Legión de Cristo; el académico y experto en el tema de abusos clericales Fernando M. González y Alberto Athié Gallo, quien renunció al sacerdocio católico al comprobar la nula voluntad de Rivera Carrera para desenmascarar la falsa piedad de Marcial Maciel.

En la carta se proporcionan antecedentes de la conducta encubridora del cardenal Rivera Carrera. Los firmantes recuerdan que en 1997, cuando la opinión pública se enteró de los abusos sexuales perpetrados por clérigos a través de muy pocos medios, destacadamente La Jornada entre ellos, Norberto Rivera acusó a esos medios de estar confabulados para dañar a la Iglesia católica. Minimizó las denuncias e incluso hizo socarrones comentarios contra las víctimas de Maciel Degollado. En medio de la primera ola de indignación provocada por las denuncias de don José Barba y sus condiscípulos que en la infancia y adolescencia padecieron la pederastia de Maciel, Rivera Carrera hizo alarde de su amistad con el legionario mayor y hasta concurrió a actos públicos en compañía de él. En su momento de esto quedó constancia fotográfica.

De forma irresponsable, que frecuentemente es resultado del poder que se sabe impune, Norberto Rivera Carrera, a sabiendas de los antecedentes pederastas del cura Nicolás Aguilar, autorizó su traslado a Los Án­geles, California. Allá el padre Agui­lar siguió con su conducta lesiva en detrimento de los infantes; abusó sexualmente, informan los firmantes de la carta, de al menos 26 menores. Cuando el cardenal Roger Mahony, cabeza de la diócesis angelina, le requirió a Rivera Carrera sobre las razones por las cuales no le advirtió del historial abusivo de Nicolás Aguilar, el cardenal mexicano respondió que sí lo había hecho. El supuesto documento en el cual Rivera Carrera presuntamente advertía a Mahony de los problemas conductuales de Nicolás Aguilar nunca apareció ni en Los Ángeles ni en México. Muy probablemente porque nunca fue redactado.

Los denunciantes de los encubrimientos de Norberto Rivera han documentado muy bien su modus operandi. Siempre ha desdeñado las pruebas que señalan sus omisiones e inacciones que permitieron a los depredadores sexuales de infantes multiplicar sus delitos. Otra de sus reacciones típicas ha sido atribuir intenciones aviesas a las víctimas que se han atrevido a romper el silencio y llevar su caso tanto a instancias jurídicas como a los medios de comunicación. Si las acciones legales en su contra no han fructificado en México se debe a que las autoridades evaden tratar como probable responsable de encubrir delitos a uno de los llamados príncipes de la Iglesia católica.

En sus operaciones encubridoras de pederastas Rivera Carrera siguió el guión establecido en Roma. Es necesario recordar que cuando estallaron los casos de pederastia en Es­tados Unidos, allá los denunciantes demostraron fehacientemente que las cúpulas clericales en distintas diócesis actuaron de la misma forma: negar los ataques y cambiar de parroquias a los abusadores. En una institución tan vertical como es la Iglesia católica, tal accionar se explica mediante instrucciones llegadas desde el Vaticano. Tan es así que, más allá de sanciones muy ligeras para tratar de convencer a la opinión pública de que se estaba actuando a fondo, la cúpula eclesiástica no ha defenestrado a personajes como Norberto Rivera Carrera y Roger Mahony, que conspiraron para evitar que sacerdotes y delincuentes sexuales fuesen llevados a la cárcel. Ambos forman parte de los cardenales que van a elegir al nuevo papa.

No cabe duda de que el problema de la pederastia clerical alcanzó a miles de infantes y adolescentes porque la maquinaria eclesiástica decidió tender un manto de silencio sobre el problema. En este sentido la carta que nos ocupa certeramente diagnostica que la mayoría de los victimarios fueron protegidos y encubiertos por sus autoridades respectivas, incluso por las máximas autoridades de la Santa Sede y hasta [por] los mismos papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Es claro que Norberto Rivera cuenta con el pleno apoyo de la cúpula eclesiástica romana. Debido a ese apoyo irrestricto tiene su lugar asegurado entre los cardenales con derecho a voto en la elección del sucesor de Benedicto XVI. Pero si allá hacen oídos sordos a una petición tan legítima como la que hemos venido comentando, aquí todavía el expediente no se ha cerrado, sino que sigue creciendo gracias a esfuerzos como los encabezados por los firmantes de la carta. Hago mías las palabras con las que concluye el documento: Exigimos que [Norberto Rivera] responda públicamente por sus actos. Si no lo hace, que no lo hará por iniciativa propia, tendrá que hacerlo por la presión de quienes con su movilización le van a ir cerrando paulatinamente espacios de impunidad.