Opinión
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Elefante blanco
U

na herencia del Imperio Romano es el Senado. Se dice que su creador fue Rómulo, el fundador de Roma, quien seleccionó a 100 de los hombres más nobles a los que se dio el nombre de patres; sus descendientes se convirtieron en patricios.

Se trataba de un consejo asesor integrado por ancianos, de ahí su nombre (senectus en latín es anciano). Durante la época de la República romana, el Senado se integró con 300 ancianos, todos ellos de clase patricia. Al cabo del tiempo los plebeyos tuvieron también acceso al puesto de senador.

En México, el Senado nació junto con la Cámara de Diputados al establecerse la República y promulgarse la Constitución de 1824; la de diputados representando a la población y el Senado a los estados de la Federación. Ambos integraban el Congreso. Su primera sede fue la Iglesia de San Pedro y San Pablo, razón por la que recientemente se estableció en ese lugar el Museo de las Constituciones, del que hace unos meses escribimos una crónica.

A partir de 1829 se instaló en el Palacio Nacional –donde permaneció hasta 1872–, recinto que padeció un severo incendio.

Al promulgarse la Constitución de 1857 se suprimió la Cámara de Senadores, haciéndose el Congreso Unicamaral. En 1874 el presidente Sebastián Lerdo de Tejada propuso la restauración del Senado de la República, que volvió a instaurarse el 13 de noviembre de 1874, y el Congreso quedó constituido desde entonces en forma bicamaral.

Hace un par de años los senadores estrenaron su nueva sede: una mole de proporciones monumentales que recuerda esa frase de elefante blanco que se ha usado por décadas para designar obras ostentosas e inútiles. Con todo respeto para los senadores que sí toman en serio su trabajo, la opinión de la mayoría de la población, según muestran las encuestas, es que sirven para poco y cuestan mucho.

La construcción prácticamente invade la acera del Paseo de la Reforma, donde se yergue ostentosamente. Está integrado por una torre de oficinas de 71 metros de altura, un hemiciclo y el pleno. Se había calculado que costaría mil 699 millones de pesos; el importe final, tras muchos meses de retraso en la entrega de la obra, fue de 2 mil 563 millones de pesos, 50 por ciento más de lo presupuestado.

Se ha dicho que el Senado va a ahorrar 100 millones de pesos mensuales por concepto de rentas. Sin embargo, se sabe que están buscando espacios en los alrededores ¡para ampliarse!

Con relación a los retrasos en la obra se dijo que se debieron a comportamiento inesperado en el subsuelo, lo que no deja de sorprender, ya que se supone que la tecnología actual permite prever estas situaciones, lo cual explica la construcción en la misma zona de edificios de gran altura, como la Torre Mayor.

La obra apareció en el programa Megaestructuras, del canal de National Geographic, como muestra de la excavación más grande del mundo en un suelo lodoso. Con las adecuaciones que se hicieron se logró que la construcción supere los más altos estándares en materia de sismos que marca el reglamento de construcciones de la capital mexicana, según dictamen del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Su ubicación en una de las esquinas del Paseo de la Reforma con la avenida de los Insurgentes es privilegiada. A una cuadra se encuentra el señorial Hotel Imperial, que se dice que fue el primero de la ciudad. Lo estableció uno de los hermanos de la familia Braniff, famosa entre otras cosas porque uno de ellos fue el primero en Latinoamérica en volar un avión; el padre inició los ferrocarriles. Una de las descendientes, María Silanes, escribió una interesante novela, Los senderos imposibles, que cuenta la vida de la familia.

Aquí se encuentra el restaurante Gaudi que ofrece excelente comida española. Muy recomendable es la sopa de cola de res, el pámpano a la sal y el lechón al horno. De postre: la tarta de santiago, con el fino sabor de las almendras dulces, acompañada de su bolita de helado de vainilla.