Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de marzo de 2013 Num: 940

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los empapelados de las granjas Peri & Sons
Agustín Escobar Ledesma

América Latina,
juventud y libertad

Marcos Daniel Aguilar

Poesía para romper
los límites

Ricardo Venegas entrevista
con Floriano Martins

Clientes frecuentes
Edith Villanueva Siles

El arte de seleccionar:
de los 10 mejores a la construcción del Yo

Fabrizio Andreella

Del suicidio al accidente: tropezar con
la propia mano

Marcos Winocur

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Ciudades en la noche

Juan Domingo Argüelles


Blanco Móvil,
Núm. 121,
Otoño,
México, 2012.

Blanco Móvil y Eduardo Mosches han sido persistentes desde hace más de cinco lustros: casi tres décadas de insistir en una especie de asamblea plenaria que invita a los que escriben a que también publiquen y, con ello, convocar a los lectores a que lean. Parece cosa fácil, pero no siempre es posible, sobre todo porque muchos de los que pueden leer no siempre leen.

Desde 1985, el año del temblor, la revista Blanco Móvil ha propuesto una forma de abordar la experiencia de la lectura con una diversidad de voces, géneros, talantes y afanes que coinciden en un tema acerca del cual nadie es ajeno.

A este espíritu ecuménico responden temáticas como las preguntas sobre literatura y vida, enfermedades, exilio, etcétera, y la más reciente: Ciudades en la noche.

Dice bien Eduardo Mosches, el director de Blanco Móvil, que “esta ciudad es a veces hermosa por las noches. En otras, puede ser lo contrario”. Y lo que vemos y leemos en este número (el 121) de la revista, es una ciudad que oscila entre la belleza y el horror, entre la alegría y la soledad, y que lo mismo nos convoca a acercarnos a ella que a alejarnos llenos de pavor o al menos temerosos.

Es la ciudad literaria que nos entrega Jorge Boccanera, poeta que aquí vivió y escribió y que luego se fue con los recuerdos citadinos que acumuló. La ciudad o más bien las ciudades que Boccanera recuerda son a su vez las que recuerdan y recrean los grandes escritores que él ha leído. Yo diría que toda ciudad es una invención, a partir de la propia experiencia de cada quien.

Como en anteriores números de Blanco Móvil, el tema es casi un pretexto que se abre a múltiples posibilidades de escritura. Mariana Bernárdez nos entrega una ciudad soñada y con sueño; somnolienta y onírica. La de Ana García Bergua es una ciudad eufórica en un ambiente nocturno y boxístico que Cortázar llamaría “la noche de Mantequilla”, pero no aquella de París, en la que Monzón acabó con Nápoles, sino una distinta, en la capital mexicana y en la Arena México. Otra arena, otra ciudad, otra noche, el mismo Mantequilla Nápoles y la misma oscuridad con sus neones.

La nocturnidad citadina de Ana Clavel está en otra parte. No es esta ciudad pero es la misma metáfora de la ciudad. Y las imágenes poéticas de Pedro Enríquez, Alexis Gómez Rosas, David Huerta, José Ángel Leyva, Leticia Luna, Floriano Martins, Fabio Morábito, Eduardo Mosches, Hugo Mújica, María Ángeles Pérez López, Juana M. Ramos, Lucía Rivadeneyra, Bernardo Ruiz y Felipe Vázquez aportan a este número esas luces multicolores en medio de la noche que, como una gran metáfora, se traga o vomita nuestros sueños.

Completan esta imagen nocturna de la ciudad o de las ciudades, los textos de Alfredo Fressia, David Martín del Campo, Agustín Monsreal, Aline Pettersson, Cristina Peri Rossi, Juan Antonio Rosado y las imágenes fotográficas del poeta José Ángel Leyva.

Eduardo Mosches y Blanco Móvil tienen todavía mucha cuerda para muchas noches y muchas ciudades, y para otras imágenes posibles e imposibles en las que se concreta la escritura, ficción o realidad, que nos nombra y que nombramos.


Las causas de la violencia

Jorge Alberto Gudiño Hernández


El cielo árido,
Emiliano Monge,
Literatura Mondadori,
México, 2012.

Debería resultar evidente: la materia prima de los escritores es el lenguaje. Parte de su responsabilidad radica en estudiarlo, apropiárselo y volverlo maleable: llevarlo al límite de sus posibilidades. No por nada muchos autores han hecho propuestas estilísticas que descansan en los valores y los antivalores del mismo. Por eso resulta tan molesto toparse con obras en las que las palabras apenas alcanzan para insuflar vida a los personajes, para describir un escenario o para adentrarnos en la trama. La literatura está plagada de lugares comunes; las novelas de oraciones insuficientes, mediocres. Da la impresión de estar atrapado en un mundo hecho por principiantes. Por fortuna, no siempre es así.

Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) conoce el poder de las palabras. En sus dos libros anteriores (Arrastrar esa sombra y Morirse de memoria, ambos editados por Sexto Piso) ya resultaba evidente su preocupación por el lenguaje. Tanto, que hasta podría decirse que dejaba a la historia en un segundo plano, regodeándose con la sonoridad de sus enunciados, con el ritmo interno de su prosa. Eso no quita, por supuesto, el disfrute profundo de la lectura de dichos libros.

En El cielo árido (XXVIII Premio Jaén de Novela) se nota la evolución lógica de un autor preocupado por hacer literatura. Ahora hay una historia que atrapa de inmediato. Germán Alcántara Carnero ha sido un hombre violento. Nacido con el siglo XX, la miseria y la injusticia lastraron la primera parte de su vida. Escapó por casualidad, huyendo tras rebelarse de la furia paterna. A partir de entonces su suerte cambió pero no sin sufrimiento. Fue uno de los entusiastas que quemaron iglesias repletas de personas, torturó a sus enemigos para dejarlos morir de inanición dentro de un baúl en su oficina, mató a quienes debía y a quienes no. Cuando esa vida ya tuvo sentido, decidió retirarse al ámbito de lo privado. Ahí tendría que pagar sus culpas, destinado como estaba a perder todo lo querido.

El cielo árido es un retrato preciso de un país acechado por la violencia. Monge ha decidido no condenarla, pero tampoco hacer una apología. Porque las causas de esta violencia radican en la miseria de ese entorno rural; de la miseria y la falta de oportunidades; de la miseria y la ignorancia. Así, no resulta difícil tomar partido por un personaje siniestro, encantador y vengativo. Un personaje tan poderoso como la prosa que lo narra.

Y no es casualidad. A partir de una estrategia narrativa diseñada con la meticulosidad del artesano, Emiliano Monge consigue sumergir a los lectores en un mundo complejo, saturado de dolor. Lo hace, también, gracias a un lenguaje que se queda reverberando en los oídos, en las ansias por continuar la lectura. Y ese recuerdo, en el plano de los sentidos, es el mejor argumento a favor del lenguaje, algo que pocos escritores consiguen pero que todos deberían procurar.


Juego de identidades

Edgar Aguilar


El doble, el otro, el mismo. Cuentos clásicos,
Bruno Estañol (compilador),
Ediciones Cal y Arena,
México, 2012.

Ediciones Cal y Arena ha dado en los últimos años por publicar antologías de cuentos, algunas con mayor fortuna que otras. En el caso que nos ocupa, es muy justo decir que la selección de las presentes narraciones es de un altísimo nivel literario. No cabría esperar otra cosa, puesto que los cuentos antologados –llamados genéricamente clásicos– pertenecen a autores de sobrado renombre y de gran aceptación por parte del público, gozan –lo que hace por añadidura más atractivo este volumen– de amplio conocimiento entre muchos de los lectores, pues muchas de las piezas son verdaderas obras maestras del género.

Considerado lo anterior, podemos afirmar que el tema del doble, tan socorrido por la ciencia, específicamente por la psiquiatría y por los recientes estudios de los cada vez más comunes desórdenes mentales a los que se enfrenta el hombre, halla sus representaciones profundas, complejas e ¿ilusorias? en la creación literaria. Esto, sin embargo, lo expondría de modo por demás pertinente alguien versado en la materia. Así, Bruno Estañol, novelista, cuentista y admirable ensayista (y uno de los neurólogos más connotados de México), quien tuvo la agudeza de llevar a cabo la compilación de los textos, señala en su excelente prólogo: “El doble simplemente puede ser el que encarne todo lo malo que tenemos dentro de nosotros y no podemos aceptar. El doble puede ser también el que encarne todo lo bueno que tenemos dentro de nosotros y no podemos aceptar.”

En efecto, habría que reconocer que en esta sencilla fórmula se condensa prácticamente todo el imaginario que acerca del doble tenemos. Pero la mejor literatura es sutil, y ciertos escritores han poseído la suficiente sapiencia para desarrollar tramas en que el doble, de alguna u otra manera, bajo el revestimiento de tal o cual forma, sugerente o sugestiva, se manifiesta… Aquí los reproducimos –para fines prácticos, autor y obra– por orden de aparición en dicha antología: Nathaniel Hawthorne (“La hija de Rappaccini”), H.G.. Wells (“El caso del difunto mister Elvesham”), Robert Louis Stevenson (“Markheim”), Marcel Schwob (“El hombre doble”), Franz Kafka (“La verdad sobre Sancho Panza”), Guy de Maupassant (“¿Él?”), Nicolái Gogol (“Diario de un loco”), Ambrose Bierce (“Incidente en el puente de Owl Creek”), y Edgar Allan Poe (“William Wilson”). Nueve autores y, por ende, nueve relatos. De los segundos, algunos conocidos y otros (como el lector ya se habrá percatado) no tanto. Muy engorroso sería detallar cada uno. También cuestionar si determinado cuento cumple o no con el tema del doble. Si bien en algunos cuentos el doble se muestra claramente (por ejemplo en “El caso del difunto mister Elvesham”, “El hombre doble” o “William Wilson”), en otros se revela metafórica, alegórica, o aun intrínsecamente. Las distintas perspectivas, no obstante, apuntan a un inocultable –no por ello obvio– juego de identidades.


Gerardo Deniz narrador

Raúl Olvera Mijares


Imdinb,
Gerardo Deniz,
FCE-Taller Ditoria,
México, 2012.

Un deslinde fundamental que es necesario emprender en el caso de los hombres de letras que son conocidos por cultivar una vertiente particular, cuando incursionan en otra, consiste en hacer tabula rasa de su trayectoria anterior e intentar acometer la nueva manifestación en forma independiente y autónoma. A fin de mantener clara la percepción, debía realizarse en puridad este ejercicio, si bien en ocasiones resulta arduo e incluso imposible, como en el caso de tantos que han conocido primero al Deniz poeta que al Deniz narrador. Entre la prosa y el verso de un mismo autor existen vasos comunicantes insoslayables. En el caso de Gerardo Deniz, el idioma es el mismo –el español y no como otros entre sus colegas quienes prefirieron reservar el catalán para la lírica– e igualmente los juegos con palabras inventadas pero que se entienden a la perfección, el gusto por mezclar distintos registros, popular o elevado, en sentido poético y científico, o bien los giros sintácticos complejos y algo arcaizantes, los contrastes entre mexicanismos y españolismos, adjetivación insólita y tantas cosas más. El autor, Gerardo Deniz, nacido en Barcelona en el año de 1934, bajo el nombre real de Juan Almela, es uno de los poetas del exilio español más notables.

¿Qué es el Imdinb? Es un instituto de señoritas consagrado a la investigación de las ciencias ocultas. Una sátira, encajada en la rica tradición que va desde Petronio y Apuleyo, hunde raíces en la cultura inglesa con nombres que abarcan desde clásicos del género, como Jonathan Swift, Laurence Sterne o Samuel Butler, hasta autores aficionados a la ciencia ficción, como H. G. Wells, Aldous Huxley o George Orwell, combinada con cierto gusto por la sordidez y la lascivia –ése sí muy francés– con el marqués de Sade, Georges Bataille y Pierre Klossowski a la cabeza, sin mencionar el rico arsenal en las letras hispánicas con el Arcipreste de Hita, Pedro López de Ayala, Francisco de Quevedo, y la picaresca en general, Camilo José Cela y Juan Goytisolo, por nombrar a los más recientes y conspicuos.

El Deniz narrador se sostiene por sí mismo sin necesidad de recurrir a la imagen del poeta. Es sólo por una deformación de ciertos críticos que se desmerece su obra en prosa a favor de su obra lírica. El texto es tal que –aun en una edición ordinaria– resistiría la prueba de un lector exigente, que maneje con soltura la narrativa moderna. Este libro de un hombre, pronto octogenario, tiene el ímpetu de los relatos alegóricos y algo herméticos de algunos narradores actuales que difícilmente sobrepasarán los cincuenta años, entre los que descuellan escritores de Japón, del mundo anglosajón y también del ámbito de la lengua española. Texto vivo, no sólo material de estudio para el filólogo. Huelga decir que, como en el caso de la mejor narrativa desde Flaubert, el tema es lo de menos: todo principia y termina con el lenguaje.