Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de marzo de 2013 Num: 940

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los empapelados de las granjas Peri & Sons
Agustín Escobar Ledesma

América Latina,
juventud y libertad

Marcos Daniel Aguilar

Poesía para romper
los límites

Ricardo Venegas entrevista
con Floriano Martins

Clientes frecuentes
Edith Villanueva Siles

El arte de seleccionar:
de los 10 mejores a la construcción del Yo

Fabrizio Andreella

Del suicidio al accidente: tropezar con
la propia mano

Marcos Winocur

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Del suicidio al accidente:
tropezar con la propia mano


Ilustración de Juan Puga

Marcos Winocur

Para Alicia Tradatti

De vivir hay modos y modos. Y de morir, también. En la propia cama o rodando por las escaleras; segados por la enfermedad o por las bombas. Aquí nos interesan las víctimas de accidentes fatales y los suicidas. A unos, se supone, las circunstancias les jugaron una mala pasada, a los otros... quién sabe. Cuando Antonin Artaud quiere referirse a Vincent van Gogh y dar cuenta de su trágico pistoletazo, publica un libro cuyo título lo dice todo: el suicidado por la sociedad. Pero hay quienes piensan distinto. Según Dante, los suicidas se cocinan en el Infierno como cualquier pecador. Por mi parte, prefiero el calendario popular de muertos que rige en México, donde no se habla de almas condenadas, sino de celebración. Los accidentados y los suicidas la tienen juntos, en un mismo día, el 28 de octubre. Me parece una idea interesante.

Tal vez una parte de los accidentados sea de suicidas vergonzantes. Con cuidadoso descuido provocan al destino: salen a la carretera en copas o conducen a exceso de velocidad. Lo menos que se les puede decir: se la buscaron. El protagonista de Bajo el volcán, de Lowry, es un forastero que provoca las balas en un medio donde éstas son el idioma: tiene “tan poca suerte” como el peatón que cruza la calle sin mirar a los lados, o como los obesos, los cocainómanos excedidos en las dosis, los sedentarios de tiempo completo, etcétera. Si al llegar a cincuentones les toca una crisis cardíaca, ¿se podrá decir en su defensa que son totalmente ajenos? ¿O se trata de una vergonzante voluntad suicida?

Pues bien, existe una zona intermedia entre los golpeados por la mala suerte, esto es, los accidentados auténticos, y los suicidas. Esa zona es habitada por una especie de individuos que se complace en tentar al destino, no del todo convencidos de su decisión final y tampoco de seguir viviendo. Y en ese claroscuro se debaten. No recurren a la vía rápida donde difícilmente quepa un tal vaivén, no: nada de soga o balazo. Dan un paso hacia la muerte y luego se arrepienten, incluso en la breve pausa que brinda la sobredosis entre su ingestión y la sangre infectada. Es decir, cuando un lavaje de estómago todavía puede funcionar. Entonces, retroceden y piden auxilio. Así los accidentados inauténticos o suicidas de vía lenta y dubitativa.

En fin, entre los obesos compulsivos, que se lanzan sobre el refrigerador sin poder contenerse, plenamente conscientes de que están acortando sus días, y quien muerde el caño del revólver, la diferencia estriba en la velocidad: suicidio lento y diferido, o fast track. Es significativo que el verbo “matarse” sirva tanto para un accidente fatal como para el acto de quitarse la vida: “se mató en un choque de carretera”, e igualmente se dice: “se mató de un tiro en la sien”. Así, accidentados y suicidas, y variantes intermedias, se hermanan en el lenguaje y son muertitos que en la tradición mexicana se dan cita el 28 de octubre.

El suicida es un sujeto para quien el mundo ha perdido habitabilidad. Vincent van Gogh, santo laico de los artistas, es el caso prototípico: otra hubiera sido su suerte de haber recibido un mínimo de reconocimiento por parte de sus contemporáneos. Quien no vendiera sus cuadros en vida, sale absuelto post mortem, y con la mayor de las glorias, resulta que sus pinturas valen millones de dólares, lo cual hace más injusto aún el pistoletazo: la mano aparece guiada por el rechazo de los otros.

Claro, la sociedad siempre algo tiene que ver. Pero el individuo también. Frente a un mundo que a sus ojos ha perdido habitabilidad, las respuestas son variadas. Hay quien no lo soporta y se dice: me suprimo. Y hay quien se dice: suprimo al mundo. Y sale a matar gente, comenzando por quienes más gordos le caen, reservando una bala para sí. Y hay quien se dice: mañana será otro día.

Así, como lo quiere el calendario mexicano, no está mal reunir a los accidentados, suicidas y fronterizos en una misma fecha de celebración. ¿No es acaso el suicida una suerte de accidentado? Claro que sí: un accidentado que tropieza con su propia mano.