Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de marzo de 2013 Num: 940

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los empapelados de las granjas Peri & Sons
Agustín Escobar Ledesma

América Latina,
juventud y libertad

Marcos Daniel Aguilar

Poesía para romper
los límites

Ricardo Venegas entrevista
con Floriano Martins

Clientes frecuentes
Edith Villanueva Siles

El arte de seleccionar:
de los 10 mejores a la construcción del Yo

Fabrizio Andreella

Del suicidio al accidente: tropezar con
la propia mano

Marcos Winocur

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Columnas:
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Argo y la historia mejorada

Oscar a la mejor película

Pocas cosas más atractivas para Hollywood que un filme que cuenta una aventura emocionante y exótica, con resonancias políticas oportunas, un ajuste de cuentas revanchista con el pasado y una reivindicación de la industria cinematográfica al presentarla como herramienta de liberación y justicia.

Producciones cia: golpes de Estado y películas inexistentes

En noviembre de 1979 un grupo de estudiantes iraníes tomaron la embajada estadunidense en Teherán. La revolución para derrocar al régimen del shah Reza Pahlevi, impuesto por EU y Gran Bretaña tras el golpe de Estado organizado por la CIA contra el primer ministro, democráticamente electo, Mohammad Mossadeq (1953), había terminado en abril y se rumoraba que EU planeaban dar otro golpe de Estado para regresar al shah. Los estudiantes islámicos tomaron a cincuenta y dos rehenes por 444 días. Seis empleados del Departamento de Estado lograron escapar en medio de la confusión y fueron a refugiarse en la casa del embajador canadiense. Para rescatarlos la CIA asignó al agente Tony Méndez (interpretado por Ben Affleck) y, tras considerar varias alternativas, se eligió la que parecía más delirante y absurda: hacer pasar a los empleados como parte del equipo de filmación de una película en busca de locaciones exóticas en Medio Oriente. Méndez echó mano de sus contactos en Hollywood para obtener un guión y lanzar una falsa producción con carteles, reparto, vestuario e incluso rumores en la prensa especializada acerca del filme de ciencia ficción Argo.

Dos filmes

Argo, el tercer largometraje de Affleck, parte de acontecimientos reales y navega entre el thriller político y la comedia negra, beneficiado por un elenco espléndido (John Goodman, Alan Arkin y Victor Garber en particular), un trabajo de cámara soberbio, que va de la luminosidad californiana a las sombras opresivas y granulosas de las tomas en Teherán, así como un trabajo de ambientación notable. Sin embargo, es un filme bipolar, incapaz de reconciliar sus dos personalidades, de manera que la cinta sobre Hollywood está cargada de ironía, chistes, referencias internas y mordacidad, mientras que los empleados reclusos nunca parecen más que extras que tratan de cuando en cuando de gesticular opiniones ante el desinterés del resto del reparto y del público.

Síndrome de realidad

En su propio recuento, Méndez describe la misión como un trabajo complejo y riesgoso especialmente en términos de la falsificación de documentos, pero definitivamente despojado de tensión dramática escalofriante o de persecuciones en la pista del aeropuerto, y sin villanos que sospecharan de cada uno de sus movimientos. Sin embargo, eso no daba material para una cinta de acción, de tal manera que el director y su guionista se tomaron una serie de libertades para inyectar emoción y suspenso a la trama. Esto es válido y totalmente común en el cine, sin embargo, resulta una curiosa coincidencia que este año cuatro de los filmes nominados para mejor película en los Oscares sean adaptaciones libres de la historia: Argo, Lincoln, de Steven Spielberg, Django Unchained, de Quentin Tarantino y la muy comentada en estas páginas Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow. Estos filmes pretenden ofrecer una visión fiel a los hechos sin intentar ser documentales. El revisionismo histórico está en el ambiente y responde en esencia a una mentalidad del  “pietaje encontrado” promovido por los reality shows televisivos, del mismo modo en que YouTube y otros sitios de internet que ofrecen un diluvio de visiones crudas de situaciones cotidianas y actos estremecedores que crean la ilusión de mostrarnos la realidad (toda ella, en todo momento) en el monitor de la computadora.

La pregunta que nos hacemos muchos ante este tipo de obras es: ¿hasta qué punto es legítimo cambiar la historia en pos del entretenimiento? Es obvio que manipular la historia como parte de una estrategia de desinformación o de propaganda es un crimen contra la historia y la memoria; sin embargo, las modificaciones que buscan volver un relato más emocionante, respetando su esencia, son más difíciles de descalificar, ya que son en gran medida inevitables e inseparables de la labor de contar historias. Podemos asumir que en el caso de Argo los cambios son inocuos, simples ajustes de velocidad y tono para agilizar y hacer más vibrante la trama. No obstante, la imagen caricaturesca de los iraníes como villanos y la celebración del heroísmo e ingenio de la CIA están en consonancia con la imagen “cuasi periodística” del filme de Bigelow, y reflejan el Zeitgeist de nuestra era marcada por el voyerismo, la tortura y la guerra.