Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de marzo de 2013 Num: 940

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los empapelados de las granjas Peri & Sons
Agustín Escobar Ledesma

América Latina,
juventud y libertad

Marcos Daniel Aguilar

Poesía para romper
los límites

Ricardo Venegas entrevista
con Floriano Martins

Clientes frecuentes
Edith Villanueva Siles

El arte de seleccionar:
de los 10 mejores a la construcción del Yo

Fabrizio Andreella

Del suicidio al accidente: tropezar con
la propia mano

Marcos Winocur

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

Guadalajara xxviii (i de iii)

Con poco menos de tres décadas a cuestas, la otrora-pero-ya-nunca-más Muestra de Cine Mexicano rompe el que le vendría bien fuese el último de sus desechados cascarones y, llamado desde hace un rato Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), rubrica su decantamiento iberoamericanista eliminando las secciones oficiales de largometraje y cortometraje de ficción mexicanos, incorporando éstos en las respectivas secciones internacionales.

Con esta decisión el FICG pierde y gana, simultáneamente, según el punto de vista desde donde se le vea: en su calidad de evento cinematográfico, el festival no puede sino considerar que gana –de otro modo no hubiese tomado la medida–, en tanto deja atrás el enfoque local y se autopropone como escaparate de una cinematografía regional, de horizonte sociocultural e histórico natural obvia y reconociblemente compartido. Tanto, por cierto, que en los hechos ha venido a emparentarse –es decir, ahora de lleno– con otros festivales que llevan años haciendo eso mismo, verbigracia Cartagena o La Habana. Nada mal estaría que tan larga ruta en búsqueda de la definición del propio perfil concluyera con homologaciones de otro orden, además de las que adoptó en contenido –de aire irreversible–, comenzando por la certificación o pertenencia al circuito principal de festivales cinematográficos, del que ningún certamen mexicano forma parte y que el FICG, así fuera sólo por antigüedad –y, se insiste, al ya no ser eminentemente local– debería sentirse obligado a pertenecer, donde “obligado” significa que habría de cubrir los requisitos y poseer las características, hoy ausentes, que le permitieran incorporarse a dicha élite festivalera, misma en la cual no abundan las citas cinéfilas realizadas en esta parte del mundo llamada Latinoamérica.

El punto de vista desde el cual el FICG sale perdidoso es el de los cineastas mexicanos o, bastante mejor dicho, son éstos los que salen perdiendo con el plumazo que borró a la sección en competencia que ellos naturalmente nutrían. Crónicamente necesitado de vitrinas en las cuales mostrarse, el cine mexicano –aunque para Mediomundo este concepto sea siempre hiperbólico y con él se quiera decir más bien largometraje de ficción mexicano– tuvo en Guadalajara una ventana que se ha cerrado casi un tercio de siglo luego de abrirse.

Es imposible ver estos hechos sin advertir algunas paradojas. La primera, desde luego, es que un evento nacido para exhibir cine mexicano precisamente cuando éste era un rosario de escaseces –de producción, difusión y exhibición–, a consecuencia de un legítimo afán de crecimiento dé la espalda a su vocación original y, con ella, a su cinematografía connacional, en el preciso momento en el que ésta sigue siendo, salvo en el rubro de la producción, un rosario de escaseces: alguna edición del festival hubo –era la Muestra– con menos de diez largos; ahora se producen decenas cada año, pero al FICG accederán, tratándose de la sección oficial en competencia, cuando mucho tres, quizá cuatro.

Un tercer punto de vista se cae de obvio: no está mal que la cinematografía mexicana busque, bajo los términos meritocráticos consustanciales a un festival, y encuentre su lugar junto a la producción fílmica de la región geográfica/sociocultural/idiosincrásica de la que formamos parte los mexicanos, siempre a despecho de hacedores y veedores de cine que no paran de fomentar su tortícolis mirando siempre más allá de Tijuana y cerca de Silicon Valley.

Si al menos parcialmente esa fue la intención de quienes deciden estas cosas en el FICG, cuando bajaron la cortina de la localía, bienvenido sea. Si los realizadores mexicanos pierden un escaparate, habrá que sumar otros a los que hasta el momento quedan, en diversas modalidades –óperas primas, segundas obras, secciones paralelas, etecé– y, mejor aún, será precisa una fuerte dosis de autocrítica, pues por lo que ha sido posible apreciar cuando estas líneas son escritas –la mitad del festival–, y para decirlo sin ambages, el “capítulo México” de la cinematografía latinoamericana, o la iberoamericana, para ponerlo en el horizonte que abarca el FICG, visto en conjunto, no es por cierto el más robusto, saludable ni propositivo.

Así pues, dieciocho producciones son las que integran la sección oficial en competencia Largometraje Iberoamericano de Ficción, de las cuales cuatro tienen alguna participación mexicana. El resto provienen de Argentina, Brasil, España, Portugal, Colombia, Chile, Uruguay y Perú, con algunas coproducciones.

(Continuará)