Opinión
Ver día anteriorLunes 11 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

Abusos de los bancos

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Las instituciones de crédito y sus despachos de abogados acosan a los cuentahabientesFoto Guillermo Sologuren
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iempre he pensado que quienes tenemos el privilegio de divulgar en los medios de comunicación nuestras ideas y opiniones no tenemos el derecho de aprovecharnos de ese tiempo/espacio para el desahogo de asuntos personales. La columneta de hoy aborda un tema de ese carácter pero, sin embargo, atañe a cientos, miles de personas, víctimas de atropellos semejantes que paso a comentar. Se trata de delitos que instituciones bancarias y empresas de todo tipo cometen en detrimento de ciudadanos singularmente vulnerables, en razón de su precaria situación económica y del escaso conocimiento de sus elementales derechos. En esta ocasión voy a referirme al banco Santander. Ya vendrán más adelante la telefónica Iusacel, American Express y el propio Buró de Crédito. De manera muy concisa mencionaré los antecedentes del problema que hoy comparto.

Hace años cedí a la presión de mi amiga Violeta Hernández y acepté una tarjeta de crédito de Santander que, en verdad, no necesitaba. Por cada nuevo tarjetahabiente el banco le da una comisión a la ONG en la que hoy por hoy milito, me dijo. Conociendo a Verónica, ésta podía ser: Descendientes del Batallón de San Patricio, Participantes rarámuris en la próxima olimpiada o Vedettes rechazadas de la casa del actor. Ante causas tan incontrovertibles, acepté. De esto hace más años que los que Chespirito tardó en aprender a leer y, más aún, escribir. La usé siempre de manera esporádica, pero con un comportamiento crediticio ejemplar. Un día, como a las 10 de la mañana, recibí una comunicación breve y poco atenta: “Por razones internas del banco, se tomó la decisión de rebajar el límite de su crédito en…” La cantidad era menor a mi cuota anual de tarjetahabiente. Ya salía a la sucursal a desahogar mi furia, cuando en la puerta un mensajero me entregó otra carta de Santander. La abrí y... ¡oh sorpresa! Nos da gusto informarle que, en razón de su sentido de responsabilidad, su cumplimiento, etcétera, Santander ha decidido aumentar su nivel de crédito a la cantidad de…. cifra que rebasaba con mucho mis posibilidades de gasto mensual. El coraje no se atenuó, sólo se reorientó. En la sucursal Revolución le caí a un ejecutivo, le entregué las dos cartas (con idéntica fecha de expedición) y le mostré mi último estado de cuenta. No ascendía a 2 mil 500 pesos, pero incluía unos 800 gastados en Estados Umidos. Puse ante sus ojos mi pasaporte, en el cual no había registro de mi entrada a ese país en los últimos meses. Desconté esos cargos y firmé un cheque por el resto. Allí, delante de él, corté mi tarjeta y se la entregué. El coraje y la prisa me llevaron al error de no pedirle un finiquito oficial. El mes siguiente se iniciaron una serie interminable de exigencias de pago en las que, por supuesto, la cantidad inicial iba en aumento. Dejaron de llegar los estados de cuenta y comenzaron las reclamaciones en un tono cada vez más rudo. Pasó el tiempo y comencé a recibir llamadas telefónicas a todas horas y todos los días. Las voces y las formas de trato variaban constantemente: a veces eran de adolescentes temerosos y casi atentos que se expresaban con dificultades infinitas y otras de verdolagones, patanes y bravucones o muchachas tan desenfadadas y chacoteadoras como iletradas. Éstas me leían, no de corrido por supuesto, una serie de reclamos, insultos y abiertas amenazas. Yo respondía de acuerdo a mi estado de ánimo. Por ejemplo: ¿De parte de quién dice que me llama, señorita? –Del licenciado Muñoz, de Muñoz Corporativo. Por favor, dígale al mentado Muñoz que si quiere hablar conmigo se comunique personalmente o pregunte por Gastón el mayordomo, Jaime el chofer o Eduviges la aya de mis hijos. No tomo recados por interpósita persona. –¡Viejo majadero! –me contestó– Interpósita será su abuela. En otra ocasión hacía voz de plañidera y decía: ¿El señor Ortiz es a quien busca? No sé si le pueda contestar, pero búsquelo en la capilla cuatro de los velatorios del Issste. Falleció ayer. Sin embargo, la respuesta que más me regocijaba era: Sí, señorita, yo soy el señor Ortiz. ¿Sabe cuantos años tengo? –No, señor, ni idea. –Pues soy un hombre de edad provecta, un hombre de la quinta edad. Mis cardiólogos sólo me autorizan, a riesgo de la vida, dos relaciones sexuales al año, ¿me entiende? Sólo puedo ayuntarme, realizar el coito, fornicar, poseer, ejercer labores de varonía, conocer (bíblicamente) mujer, hacer looch o, más contundente, koox dzidz o, definitivamente, tlaquauhtlacaliztli (traducción al yucateco a cargo de la magistrada Cano Bolio), aparearme, montar (En potra de nácar y, en caso de libídicas urgencias, montar en lo que diosito permita), planchar, echarme un palo, un polvo, darme un revolcón, un acostón, medir el aceite, to make love, joder, tirarme, entrepiernarme, dar para las tunas, cepillarme, culear, tener intimidad, hacer cuchi cuchi (Josefina dixit), connubio o himeneo (ya dentro de la ley). Pues este día, a esta hora, señorita, estaba con toda voluntad y esfuerzo, dando inicio a mi segunda franquicia anual, cuando usted se ha introducido violenta y sin derecho alguno a la intimidad de mi alcoba, con los resultados que podrá imaginar. ¿Le resulta extraño, entonces, que a usted, a los ejecutivos de cuenta, a los gerentes, directores de área o generales, a los virreyes autóctonos del corporativo en Santa Fe y a los gachupines mayores de allende el océano me permita, en tan crítica situación, mandarlos a ofrecer una tarjeta de crédito o débito a su ibérica progenitora?

Las acciones se fueron radicalizando. Ya no me ponían jóvenes de carne y hueso al teléfono (porque ya había cooptado a varios, a quienes les invitaba una cerveza en La Providencia y los volvía radicales antigachupines). Ahora eran mensajes grabados y entonces las mentadas que yo les regresaba les llegaban muy diluidas. Mi identificador me prevenía para no contestar los números ya conocidos, pero tenía que desconectar el teléfono antes de dormir. Compré, para urgencias, un celular a otro nombre, y sólo la familia y unos cuantos amigos conocían el número. Me impuse en este frente, pero entonces se inició el ataque epistolar. No sé qué prestigiada empresa de head hunters (seguramente con sede en la acreditada Universidad Vicente Fox, de San Francisco del Rincón), le recomendó a banco Santander, los despachos jurídicos que atienden los asuntos de sus múltiples deudores. De qué tino, esmero, precisión, hicieron gala para seleccionar a equipos tan conspicuos de analfabetas funcionales, de verdaderos oligofrénicos, para encargarles los problemas de su cartera vencida. Ofrezco, para demostrarlo, la que algún día fue considerada la reina de las pruebas, la confesional: presento a ustedes transcripción de la comunicación que me fue enviada por uno de esos bufete-pandillas:

¡DOMICILIO SUJETO A INSPECCIÓN DE PROCESO EXTRA JUDICIAL!

CARLOS ORTIZ TEJEDA le informamos que USTED ha recibió DEMASIADAS llamadas y notificaciones por parte del despacho Muñoz y Asociados, pero esta pendiente la visita de nuestros notificadores que verifican de forma visual los bienes con los que cuenta y con los que podrá comercializar para hacer frente al crédito, pero sus constantes NEGATIVAS para solucionar el adeudo con Banco Santander, se hace sentir que prefiere llegar a estas instancias. Desafortunadamente es notable su negligencia compromisoria hacia la solución de SU problema, mismo que tratamos de finiquitar, por ende y debido a su rotunda NEGATIVA DE PAGO es la SEGUNDA Y DETERMINANTE OPORTUNIDAD que SANTANDER le otorga antes de proceder y turnarlo a su grupo de abogados externos quienes tienen las facultades de proceder bajo normas jurídicas. Realice un único pago con EXCELENTE bonificación.

Aclaro que las mayúsculas, los signos de puntuación, la conjugación de los verbos, la sintaxis y las cantidades arriba anotadas son transcripción fiel del documento que el despacho de Santander me hizo llegar.

El próximo lunes veremos el dulce y delictivo ultimátum (sic) que Santander envió a mi domicilio, también la compensación de sus pérdidas en España y la eurozona, que realiza con los dineros que produce el trabajo mexicano (¿no que el Siglo de Oro español había sido el XVI?) y el dictamen aprobado en comisiones, por la Cámara de Senadores, que esperemos sirva para evitar que sigamos engrosando la faltriquera del Botín (no, la mayúscula no es una de las exageraciones arriba criticadas, así es el apellido del mero mero, a escala mundial, del Grupo Financiero Santander): Botín–Sanz de Sautuola García de los Ríos Emilio. ¿Karma, quesque así le dicen?