Opinión
Ver día anteriorMartes 12 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pinturas coloridas
L

a razón primera que provoca ocuparme de este tema, está relacionada con la tesis doctoral de Arturo Rodríguez Döring, la cual en términos generales versa sobre el color en apartados acerca de la pintura mexicana moderna y contemporánea.

La segunda corresponde a lo siguiente: mi primo hermano, Antonio del Conde, alias El Cuate, agente importante en la Revolución Cubana me sugirió que observara las obras expuestas en la Galería del Centro Cultural Veracruzano, de su amigo el pintor Manuel Zardain.

La pieza propagandística de éste se titula Pescadores de colores: una serie de barcas alineadas sobre eje horizontal pletóricas en pinceladas de color. El pintor quiso decir que los tripulantes de esas barcas lo que pescan son colores.

A esa visita añadí la revisión de una publicación excelentemente impresa e ilustrada sobre el artista yucateco Jorge Roy Sobrino, acompañada de la redición de un texto de Carlos Blas Galindo. Eso suma a mi consideración sobre el importante libro coordinado por Georges Roque, El color en el arte mexicano, producto de un simposio sobre este tema que reunió a varios especialistas de primera línea.

Toca fundamentalmente cuestiones antropológicas y étnicas, no directamente relacionadas con la pintura, sino con el arte popular, señaladamente el textil bajo diferentes manifestaciones, la arquitectura vernácula, los juguetes artesanales.

Incluye también un texto de Renato González Mello sobre el color en la obra al fresco de José Clemente Orozco, artista mencionado, pero no incluido en los apartados específicos de Arturo Rodríguez Döring, cosa que me resulta entendible.

A petición específica, el tesista me expresa lo siguiente: Para muchos estudiosos del arte y la cultura, el uso exagerado del color ha sido sinónimo de subdesarrollo. Sin embargo, decir en México que no somos un país particularmente colorido es a veces entendido como un insulto. Si hacemos una comparación juiciosa con otras sociedades podemos concluir que esto es verdad y la confusión se debe a muchos factores. Uno de los principales radica en la falta de estudios serios sobre el color mexicano y aun sobre el color en general. De lo poco que existe (exceptuando el libro de Roque) casi todo proviene de Europa occidental. De allí se desprende la idea generalizada de que el uso exacerbado de colores brillantes está asociado con culturas exógenas, primitivas e infantiles, y parece ser que nosotros hemos sido los primeros en creérnoslo.

En términos generales coincido con lo que este párrafo enuncia, con la siguiente salvedad. Hay pintores en nuestro país que se enamoran de lo soleado y colorido fincando eje en tal predilección: mientras más colores, mejor. Sin embargo, eso no es privativo de México y según mi sentir responde a un esquema individual en el que el artista-autor parece considerar que no hay razón por la cual haya que discriminar colores, digamos que ilustra un sentir, no infantil, pero en cierto modo acumulativo, no selectivo, respecto al uso del color.

Encontré tal predilección tanto en el pintor veracruzano Zardain, como en el yucateco Roy Sobrino. Si bien el uso colorístico en ambos corresponde a esquemas formales muy diferentes, Sobrino al parecer quedó influido por los procederes colorísticos del grupo COBRA, además, sus zonas de colores están divididas por lineamientos negros u oscuros, a modo de emplomados.

El pintor paisajista Zardain, tiene sus mejores aciertos cuando opta por bosquejar sus temas, cosa que hace en composiciones de pequeño formato realizadas en lona que rasga y pega a unos soportes de madera pintada de negro que le sirven de fondo y de marco. No parece intentar otra cosa que mostrar (no demostrar) que su tierra es jovial, alegre y musical, ya se trate de zonas portuarias que de la ciudad de Orizaba, según se percibe en su versión del parque López que está presidido por una iglesia barroca, en cuyas afueras los vendedores de antojos culinarios, incluidos niños que juegan pelota y hasta un perro, deparan una escena con tintes cómicos igual que sucede en su versión pictórica de una estrofa de La sandunga.

Zardain tiene su público y en éste ha encontrado sus admiradores y sus coleccionistas, a quienes brinda tendencia llamémosle tropical.

El pintor Roy Sobrino persigue un horror vacuo tanto colorístico como formal, impactado también por la gestualidad de los expresionistas abstractos, aunque sin parar mientes en cuestiones como complementarios, contrastes tonales o saturación y si bien es cierto que también ha manejado con exclusividad el blanco y el negro parece tomar el color como un símbolo de riqueza y calidez, con resultados altamente abigarrados, como sucede con su cuadro El ojo del universo, que en cuanto a color no difiere demasiado del titulado Siluetas de aves. Como conclusión, diríase que estos coloridos pintores, propiamente no son coloristas.