Opinión
Ver día anteriorJueves 14 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Telecomunicaciones
Y

o nací cuando el teléfono, el telégrafo y la radio eran los medios más rápidos de comunicación e información. Cuando yo era niño había dos principales compañías telefónicas, una filial de la Bell de Estados Unidos (La Mexicana) y la otra filial de la sueca Ericsson (Mexeric). Los suscriptores de una no se podían comunicar con los de la otra. Se usaban, en caso de la primera, números y letras, y sólo números en la segunda. La marcación era mediante operadoras, las Cuquitas las telefonistas de la película El hijo desobediente (1945). Así funcionaban antes de 1950 los teléfonos en Monterrey, donde yo vivía.

En 1947 se creó Teléfonos de México (Telmex), que más tarde absorbería a Mexeric y luego a La Mexicana. Sin embargo, los propietarios de Telmex seguían siendo las mismas empresas extranjeras. Era un monopolio privado y extranjero. Éste se mexicanizó posteriormente y en 1972 se convirtió en empresa paraestatal con 51 por ciento de las acciones. Eran los tiempos en que para tener una línea telefónica uno compraba (y vendía en automático) las acciones correspondientes. Los principales accionistas eran bancos y grandes empresas nacionales. Cuquita la telefonista desapareció poco a poco al automatizarse las llamadas de larga distancia desde 1970, lo cual volvió combativas a las operadoras (principal apoyo de Hernández Juárez en su pugna contra Salustio Salgado en 1976).

La tecnología semielectrónica comenzó a declinar y las operadoras del 02 y el 05 fueron las más explotadas, sobre todo las que laboraban en los turnos discontinuos. La verdad es que cuesta trabajo creer que hace menos de 40 años existieran esas condiciones de trabajo para las mujeres de Teléfonos de México. Finalmente llegó la era electrónica de la telefonía, en combinación con la informática. El sistema analógico de señal fue sustituido por el digital. Surgió entonces el marcado de teclado y luego el correo electrónico. Teléfonos y computadoras de escritorio se convirtieron en factores insustituibles de comunicación. Mis primeros artículos a La Jornada fueron enviados, con dificultades técnicas, vía computadora-teléfono, mediante un programa de decodificación y a una velocidad que ahora nos parecería antediluviana (unos 300 bytes por segundo). Todavía no existía la fibra óptica y los mensajes eran contaminados con ruido, es decir, garabatos que luego debían limpiarse. El fax todavía se usaba pero tenía el inconveniente de necesitar su transcripción: doble trabajo.

Telmex mejoró, habrá que reconocerlo, cuando fue comprado en 1990 por su actual dueño, Carlos Slim. Dicha mejora no hubiera sido posible, también debe decirse, si no hubiera coincidido con las nuevas tecnologías electrónicas y digitales de comunicación. En esto Slim también fue visionario al comprar Prodigy y América Móvil, uno de los cinco principales operadores de telefonía móvil en el mundo. Una gran revolución que se ha ido integrando a la radio y a la televisión. En la actualidad podemos ver televisión en alta definición y al mismo tiempo consultar Internet, bajar programas, películas y juegos. Podemos, desde la computadora o la televisión, tener videoconferencias con amigos en Canadá, Morelia o Singapur, como si estuviéramos uno enfrente del otro (Skype), y además gratis. Este artículo llegará a La Jornada en unos segundos y ya no habrá ruido ni garabatos en el mensaje ni nadie tendrá que transcribirlo.

El desarrollo tecnológico de las comunicaciones rebasa cualquier cosa que yo haya imaginado desde que veía Misión Imposible en 1966 por televisión. Veinte años después tuve mi primera computadora de flopies sin disco duro, luego una con disco duro de 10 megabytes: todo un logro que costaba arriba de 2 mil dólares. Ahora estamos en los tiempos de los gigabytes, terabytes, petabytes y mayores capacidades de almacenamiento que escapan a mi comprensión. Computadora, teléfono, fibra óptica, televisión por satélite, celular, etcétera forman parte de nuestros recursos de comunicación e información, igual para ver una película que algunos cuadros del Louvre, escuchar un concierto con imagen de la orquesta o una conferencia sobre casi cualquier tema y verle las imperfecciones de la piel o la mancha en la corbata al conferenciante. La full HD está obligando a los actores a usar nuevos maquillajes para evitar que las caras se les vean con costras de apariencia plástica. Ahora pueden hacer series o películas con computadoras y una nueva versión de Cleopatra no requeriría miles de extras porque se pueden hacer y disponer desde un escritorio.

Todas estas maravillas, sin embargo, tienen un problema: la calidad y la orientación de lo que vemos tanto en periódicos (en línea o en papel en nuestros monitores) como en programas y noticiarios en televisión. Desde luego que entre mucha basura hay programas de calidad y de todo tipo de cultura, pero lo que ve la mayoría de la gente es la basura de la televisión abierta, que es la gratuita. Cierto es que la libertad de expresión permite que oigamos, leamos y veamos incluso a racistas, xenófobos, retrasados mentales, publicistas de los valores de los países imperiales y casi nunca, para no decir nunca, a gente progresista ni mucho menos de izquierda.

Con la nueva ley de telecomunicaciones en vías de aprobación al momento de escribir estas líneas se habla de libre competencia e incluso de la entrada de empresas extranjeras al cien por ciento de inversión, pero la libre competencia en el capitalismo es exclusiva para quienes pueden competir, es decir, los mega o giga empresarios y no los obreros o los campesinos que forman la mayor parte de la población. No está mal que Televisa o Tv Azteca tengan que competir con empresas más profesionales, pero la ideología y la fuerza del mensaje no es algo que se ceda a los sectores progresistas y de izquierda que, normalmente, no son empresarios. Que el Estado regulará las telecomunicaciones, bien, pero no olvidemos la ideología de quienes lo representan en su materialización gubernamental.

En fin, mucho que agradecer a la revolución tecnológica de las comunicaciones, pero poco a quienes usan éstas para informar y moldear la conciencia de quienes son sus objetivos pasivos.

rodriguezaraujo.unam.mx