Opinión
Ver día anteriorViernes 15 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El humo (silencio) sonoro de la nada
!Y

este hoy que mira ayer y este mañana/ que no cesa tan viejo!/ Y esta esperanza vana de romper el encanto del espejo.

Dice Antonio Machado y remata con media sevillana:

Tras el vivir y el soñar/ Está lo que más importa/ Despertar.

“Si hubiera que describir al pensador francés, en función del nombre propio de otro filósofo sería preferible decir de él que es el último heideggeriano. La obra de Heidegger es su mejor contexto de circunscripción. M. Garrido en Jacques Derrida (Editorial Catedral, 1999)

Derrida está de acuerdo con Heidegger en la necesidad de liberarse del cielo protector elaborado por la metafísica tradicional mediante el procedimiento de destruir las bases de esa ilusión. Pero su crítica pretende ser más radical. Lo que diferencia al programa que Heidegger llamó Destruktion de la estrategia denominada deconstrucción por Derrida es que este último ve un nuevo sueño metafísico en el modelo heideggeriano del ser como presencia.

Donde Heidegger aguarda la presencia del ser, Derrida detecta el agujero negro de la ausencia del otro. Y para dar cuenta de este perturbador fenómeno forjó el concepto, o mejor, no-concepto de diferenzia (ídem).

En este sentido suele trazarse un paralelo entre Derrida y Levinas, que propugna superar la clausura del pensamiento griego en la mismidad o identidad del ser con la fundamental alteridad o apertura al Otro. Derrida se sitúa en una especie de punto medio entre el helenismo de Heidegger y el judaísmo de Levinas, un punto que, parodiando a Joyce, igualmente puede ser caracterizado de grecojudío que de judeogriego.

Así ser poético no le replantea a Antonio Machado filósofo problema alguno, es decir, no plantea el problema de su realidad, pero en cambio de la nada sí. Es la nada que lo convierte cuanto es, o cuanto parece, en problemática, y por eso canta el poeta, por el asombro de la nada al ver proyectado el ser sobre la nada. Así hablaba por voz de Juan de Mairena.

En Machado, como en Heidegger, es junto a la nada como se revela la trascendencia del ser, ese dramático impulso hacia lo otro, hacia el más allá, que no encuentra nunca su meta. Así, los que buscamos en la metafísica una cura de eternidad, de actividad lógica al margen del tiempo, nos vamos a encontrar definitivamente y metafísicamente cercados por el tiempo. “Se ha hablado del ‘temporalismo’ de Antonio Machado y se ha insinuado que es en esto en lo que consiste verdaderamente el parecido entre él y Heidegger”. Ello es cierto, mas necesita ser precisado, puesto que el poeta no hace ningún análisis metódico del Dasein y, por tanto, la temporalidad como reconcentrada esencia de ese análisis. Heidegger descubre como sentido del ser el ente que llamamos Dasein, que no es lo mismo, que es mucho más simple que la temporalidad a la que Machado se refiere al hablar de la poesía –dice (A. Sánchez Barbudo) el filósofo español, en Escritos sobre Galdós, Unamuno y Machado (Editorial Lumen)–. A pesar de que ambos tengan que ver con la angustia por el paso del tiempo, no se parecen por lo que escriben de la temporalidad o la angustia, sino por lo que escriben de la nada, del ser y la nada.

Por eso canta el poeta, por el asombro de la nada, al ver proyectado el ser sobre la nada. Lo que el poeta contempla aparecer, gracias a la nada, erguido sobre el vacío milagrosamente sostenido. Y así el poeta canta:

Todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar/ pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar.

Tiempo y movimiento hacia la muerte, tiempo fugitivo en el que todo fluye.

“Al corazón del hombre con red sutil envuelve/ el tiempo, como niebla de río una arboleda/ ¡No mires: todo pasa; olvida: nada vuelve!/ y el corazón del hombre se angustia… ¡Nada queda!”

Machado, supo la fugacidad el instante, producto de sus propias reflexiones. Estudioso de Heidegger, supo de soledades y exilio y en consecuencia pensaba; sólo en silencio, que es el aspecto sonoro de la nada, puede el poeta gozar plenamente del gran regalo que le hizo la divinidad, para que fuese cantor, descubridor de un mundo de armonías. Quiso poner la lírica dentro del tiempo o el tiempo atemporal dentro de la lírica.

“¡Qué importa un día! Está el ayer alerta/ al mañana, mañana al infinito;/ hombres de España; ni el pasado ha muerto,/ ni está el mañana –ni el ayer– escrito.”