Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 17 de marzo de 2013 Num: 941

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Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

La entrevista perdida
con John Lennon
(y Yoko Ono)

Tariq Alí y Robin Blackburn

Emily Dickinson vista por Francisco Hernández
Marco Antonio Campos

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Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
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Felipe Garrido
Al Vuelo
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Miguel Ángel Quemain
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Jorge Moch
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Jorge Moch
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De violencia y muerte

Desde hace casi cuarenta años –tengo varios más– he tenido contacto con la violencia brutal en México. Crecí en un sistema podrido, patriarcal, misógino como sólo puede ser un colegio de curas. Fui víctima y victimario de hostigamiento y agresión, eso que ahora afectadamente llamamos bullying. La escuela era más bien jungla violenta que templo de conocimientos. Hasta los maestros nos pegaban. A los doce años vi en Veracruz mi primer baleado en primera fila, el instante preciso en que un líder estudiantil salió corriendo de su auto mientras un tipo le vaciaba en la espalda el cargador de una metralleta. Recuerdo su silueta moviéndose como si convulsionara, y el estruendo terrible rebotando en los edificios, el silencio inmediato, luego los gritos, los rechinidos de llantas. A los diecisiete vi a policías judiciales masacrar a tres albañiles: el momento terrible en que el pecho de uno de ellos estallaba con algo parecido a una nube de polvo. He visto muertos por la otra violencia, la del desamparo y la indiferencia, de hambre y de frío. Me tocó levantar algunos en la sierra Tarahumara. Ese episodio terrible lo conté en mi primera novela. También he sido encañonado. Vi cuando la temible banda de el Pollo en Guadalajara asaltaba un banco. Poco después lo mataron. También vi el momento, desde la acera de enfrente, en que cuatro fulanos secuestraron a un señor gordo y mayor en la avenida Homero, en una de las “mejores” zonas de la perla tapatía.

Vi campales en estadios y calles con descalabrados y mucha sangre. Logré evitar en dos ocasiones el asalto, una en Guadalajara, la otra en Ciudad de México. He sufrido en mi vida al menos seis robos a mi casa. Nunca fueron hallados culpables ni recuperadas mis cosas. Como a millones de mexicanos, me han robado, amenazado y estafado. Por décadas. Ni uno solo de los perpetradores ha pisado la cárcel. Conozco víctimas de secuestro y madres que lloran hijos desaparecidos. Sé de casos de hijas que parecen esfumarse y un día aparecen golpeadas, violadas, usadas y desechadas. Pero lo peor de todo han sido los amigos y conocidos que han sido asesinados. Ya he mencionado a algunos. Hoy me veo obligado a rememorar.

A Carlos lo levantaron después de mediar en un pleito de discoteca. Amaneció encajuelado en su coche, con dos tiros en la cabeza, amarrado con alambre y un papelito cobardemente anónimo desde luego, que rezaba el ahora conocido hasta el aburrimiento “pa’ que aprenda a respetar”. Lo mató el hijo de un narco, dicen. Al hermano de Alejandro lo cosieron a balazos mientras mostraba un auto que iba a vender. El objetivo era su cliente, pero de todos modos los cuernos de chivo se lo llevaron entre las pezuñas. Al Gato lo secuestraron cuando tenía quince años. Su familia pagó el rescate pero de todos modos sus captores lo asesinaron. Al hermano de Gerardo lo detuvieron unos presuntos judiciales y luego apareció en una cuneta con el tiro de gracia. Al novio de Georgina lo asesinó de un tiro en la espalda un policía en plena plaza de Tapalpa. Al hermano de Nora lo ejecutaron sus socios. A mi tío Gerardo lo mataron en Ciudad Juárez los sicarios del gobierno –hay quien dice que fue uno de los compinches del entonces procurador, Álvarez del Castillo– y lo tiraron, desnudo y envuelto en un tapete, frente a la casa de Joaquín Hernández Galicia. Con ese asesinato Salinas se coronó presidente. Yo tuve que decirle a mi madre que acababan de asesinar a su hermano. Es una mujer muy fuerte y nunca antes la había visto derrumbarse. Los verdaderos asesinos de mi tío tampoco pisaron la cárcel. Son ricos. Poderosos. Impunes.

He presenciado, como tantos de nosotros, la degradación violenta de un país traducida en decenas de miles de muertos y desaparecidos. Un plan de exterminio quizá no hubiera dado tan eficientes resultados. Hace una semana asesinaron en Guadalajara a Chuchín Gallegos. Recién había sido nombrado secretario de Turismo de Jalisco. No fuimos íntimos pero sí fuimos buenos cuates en la prepa. Su asesinato da rabia, pero también tristeza.

Mientras México sigue siendo un moridero, la mayoría de los medios cantan loas al gobierno, golpean a sus opositores, distraen. Son tan cómplices de la violencia como los que la ejercitan. Hay estados como Veracruz y Tamaulipas donde ser periodista es casi acto suicida.

Y mientras nada cambia, los funcionarios de turno seguirán llenándose los bolsillos de dinero y los hocicos de demagogia. Y algunos seguiremos haciendo recuentos necrológicos y obituarios que nadie pidió.