Opinión
Ver día anteriorLunes 18 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Aprender a Morir

Francisco el nuevo

L

a siguiente reflexión en voz alta no pretende sumarse a lo que el Vaticano ya calificó de campaña difamatoria en contra del nuevo Papa, como si una figura pública y además líder religioso de los católicos no estuviese expuesta a las opiniones, juicios y antecedentes que cualquier otro mortal en la mira mediática. O como dirían los voceros del falso orden y el escaso progreso: difamar a Hugo Chávez, sí; cuestionar o atenuar las campanas al vuelo en torno al flamante pontífice, no.

En principio, tanto los sencillos como los hombres de buena voluntad –la Biblia dixit– de Latinoamérica y el resto del mundo se han llenado de júbilo ante la elección al papado del jesuita Jorge Mario Bergoglio Sívori (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936), hijo de una pareja de migrantes italianos de la región del Piamonte, y a quien su novia de juventud vio partir ante el indeclinable llamado de una sólida vocación sacerdotal que lo llevaría al mismísimo trono pontificio, donde ya sufrió su primer tropiezo al descender del mínimo y riesgoso alzapié. Pero eso ya parece tango.

A pesar de sus 76 años de edad –la Iglesia apenas se ha andado con efebocracias–, de ser el primer pontífice de la historia nacido en el continente americano, primer vicario de Cristo proveniente de la Compañía de Jesús y tras haber escogido el nombre de Francisco en honor de il poverello de Asís, único santo ecologista y animalista –no obstante la impúdica basílica levantada en su honor, en esa permanente sucesión de contradicciones que ha caracterizado a la Iglesia–, el Papa Francisco enfrenta demasiados desafíos que tienen que ver, más que con la humildad evocada, con un sentido de justicia y de libertad responsable verdaderamente humano.

El rígido concepto de caridad manejado desde siempre por la jerarquía eclesiástica, con una humanidad ficticia y un fundamentalismo a rajatabla, de principios inamovibles ante realidades cambiantes y de estímulo a acatamientos más que de respeto a una fe honesta, la hace rechazar lo que simplificadoramente llama la cultura de la muerte, que no se refiere a represiones ni explotaciones sino a realidades como el aborto y la eutanasia.

El ahora Papa pedía a sus feligreses porteños no tenerle miedo a la esperanza. No, santísimo padre, si de esperanzas hemos sobrevivido; lo que ya no hay que alcahuetear, usted y todos, es a los omnipotentes poderes terrenales con sus devotas pieles de oveja.