Política
Ver día anteriorLunes 25 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nosotros ya no somos los mismos

¿A quién hago el cheque?

Los que vais a entrar perded toda esperanza

Caer en el Buró de Crédito

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Miembros de una organización de deudores hipotecarios protestan frente a la casa de una legisladora del Partido Popular, el lunes pasado en Valencia, España, donde ahora será más difícil a los bancos desalojar a propietarios de viviendas, luego de que el máximo tribunal europeo determinó que las leyes hipotecarias del país eran demasiado durasFoto Reuters
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eguramente todos los ma­yores de la quinta edad recordarán la existencia de un negocio de renta de películas, llamado Videocentro. Era como el abuelito del actual Blockbuster. El formato de los casetes se llamaba Beta (ahora hasta pagan por que alguien los recoja y tire). Luego vino el Super Betamax y finalmente el VHS. Las reproductoras, que un año eran la vanguardia tecnológica de un hogar, terminaban, como algunas mamás grandes, arrumbadas. Yo estaba suscrito en uno ubicado dentro del centro comercial De Todo. Un sábado, al terminar el súper, fui a escoger mis películas para el fin de semana y, ¡oh sorpresa! Los anaqueles estaban por los suelos, las puertas cerradas con candados y sin mortal alguno que pudiera orientarme sobre lo sucedido. El peluquero de al lado y un policía me dijeron que a mediados de semana llegó una mudanza y cargó con todo.

Aunque una de mis adicciones, que no son pocas, es el cinematógrafo, padezco al mismo tiempo acentuada fobia a todos con los que tengo que compartir la maravillosa oscuridad de la sala. Los chavos y chavas que la confunden con un antro sin cadenero discriminador; las viejecitas que tienen su auxiliar auditivo a tal volumen que la cinta parece tener sonido cuadrafónico; los comentarios de los expertos que corrigen el encuadre del viejito Eastwood o que juran que el buen Woody ya no es el mismo que ellos descubrieron hace años. ¿Y el olor de la mantequilla quemada sobre las palomitas de tu vecino de butaca? ¿Y los que te salpican del cátsup de su hot dog? ¿Y ahora los maniáticos tuiteros que, como a la película no le entienden sino una partecita, comienzan a mandar mensajes desaforadamente, y el cine parece orgía de luciérnagas en celo? Mi inolvidable maestro y amigo Emilio García Riera terminó uno de sus libros diciendo: El cine es mejor que la vida. Pero, pueden jurarlo, no se refería a Cinemex, Cinemark y anexas. Busqué inútilmente otra sucursal, pero la clausura había sido general. Me resigné y me dije: esto no puede durar mucho; en los negocios redituables, como en las aguas, jamás hay vacíos, éstos se llenan de inmediato. Así sucedió. Sin embargo, mi tarjeta Banamex incluyó, al mes siguiente, un cargo que tenía como acreedor al Videocentro de marras. Fui al banco y formulé verbalmente y por escrito todos los alegatos posibles. Una gentilísima ejecutiva de nombre Ana Isabel Reyes me aconsejó: son apenas 300 pesos, lo que más le conviene es pagarlos y ya. ¿Lo que más me conviene es pagar lo que no debo? Su amistosa presión me llevó a lo impensable: pagué. Y que se presenta el doctor Kafka. ¿A quién hago el cheque?, pregunto. La señorita Reyes, por la red interna, marcó a cuatro o cinco extensiones: jurídico, cartera vencida, descendientes de deudores fallecidos (condenados en rebeldía, no sé por qué). Ninguna oficina tenía referencia alguna de mi adeudo. ¿Entonces? Ana Isabel me consiguió una carta de un altísimo funcionario (subdirector o vicepresidente del corporativo) donde se hacía constar lo que he relatado. Como quien porta la espada de Excalibur, me apersoné en las oficinas demoniacas de ese engendro llamado Buró de Crédito. No estoy seguro si lo oí de uno de mis maestros preparatorianos del inolvidable Ateneo Fuente, o lo leí por vez primera en la recepción de esta cruel ergástula, ubicada en la lateral de Periférico Sur, oficinas centrales del buró mencionado (¿si tienen otras dependencias se llamarán buró o buroes? Ya ni modo de preguntarle a Julio Alemán).

Lasciate ogne sperance voi qu’intrate. Seguramente fue en mi prepa. Si, como pude comprobarlo, los altos funcionarios de la institución a duras penas se expresan en el castellano de hoy, ¿cómo podrían hacerlo en italiano antiguo? La sentencia de Dante de todas maneras es válida: Los que vais a entrar, perded toda esperanza.

Yo no entré, me entraron, y por ese incidente perdí no sólo la esperanza, sino la fe, la caridad, y uno de los rarísimos negocios que en mi torpe e insegura existencia he estado a punto de acometer: había comprado a un banco gubernamental la colita de un terreno. Me lo dieron en verdad barato porque era un auténtico sobrante. Se trataba de un triángulo recto cuya superficie hacía bastante difícil su aprovechamiento. De­cidí construir allí mi departamento. Inicié los trámites con un banco cuyo presidente y generoso amigo era también mi paisano y me conocía de siempre (bueno, ésta es una suposición en mi favor porque, a la peor, si realmente me hubiera conocido, no aprobaba mi préstamo). Lo cierto es que llené todos los requisitos: escrituras, impuestos, comprobante de ingresos y algo importantísimo: otro paisano constructor en serie, es decir, en serio, me regaló el proyecto y me ofreció toda clase de facilidades. De pronto, sobre mi cabeza cayó el rayo de Júpiter Tonante (aunque a mí me resultó tronante). El préstamo era imposible porque mi nombre estaba inscrito en letras doradamente difamatorias dentro de las listas de los condenados/deudores que Caronte, el barquero del Hades, debía transportar hasta el fondo del averno. ¿Pueden ustedes creer que los griegos antiguos enterraban a sus muertos con una moneda debajo de la lengua, a fin de que pudieran pagar a Caronte los gastos de pasaportes, visas, derechos portuarios y transportación al fondo de los infiernos? Pero lo que sea de cada quien, reconozcamos: el Buró de Crédito te borra de sus listas cuando han pasado cierto número de años (generalmente cuando tu esquela sale en los periódicos); con Caronte tenían que pasar 100, para que el viajecito fuera gratis.

La ejecutiva del buró que me atendió la última vez era de mayor peso (y volumen). Se desvivió en explicaciones (disculpas no recuerdo ninguna). Para los robots que despachan detrás de esos escritorios no existen personas, menos problemas concretos o circunstancias específicas. Se trata de clientes, dígitos, claves, códigos y, por encima de todo, disposiciones unilaterales, arbitrarias y, por supuesto, ecuménicas, ante las que no se puede alegar razonamiento alguno. Esta carta, me dijo, es un documento probatorio suficiente para demostrar la inexistencia del adeudo que se le imputa; sin embargo, no lo es para que nosotros podamos borrarlo de la nómina de enemigos del sistema nacional de pagos, de los predicadores de la cultura del no pago. Si en verdad nada debe a Banamex (la duda me encendió las amígdalas), que lo borre con un delete y usted desaparece. El problema no es nuestro. ¡¿Cómo dijo?!, balbucí absolutamente anonadado. ¿Quiere esto decir que es facultad de una ins­titución bancaria, un almacén departamental, una agencia de automóviles, hacer la lista de sus presuntos deudores e ingresarla al sistema del buró para que el organismo automáticamente lo boletine y publicite urbi et orbi? Es decir, insistí, que ustedes no tienen un departamento jurídico, una contraloría, una auditoría, una dependencia que analice los reportes de sus clientes, adherentes, afiliados, socios, que compruebe a plenitud la veracidad de los dichos y hechos que sustentan las denuncias de no pago, con pruebas suficientes como para ir a un juicio ante las autoridades competentes. Claro que el famoso buró no es ninguna instancia judicial ni puede arrogarse funciones, pero entonces por qué de buenas a primeras da a conocer el nombre de un presunto deudor y, sin aviso o averiguación previa de ninguna especie, le sorraja un mandoble mediático verdaderamente aniquilante. Caer (así de objetivo es el término usado) en el Buró de Crédito es tan grave como la difusión masiva de la ficha signalética de una persona, sobre todo si fue una indebida decisión del Ministerio Público y no instrucción de un juez. Si al final del juicio es declarada inocente, ¿quién le quita el palo dado? Bueno, ni la fama pública y universal de la profesora lo justifica. Recuérdese: los delitos de calumnia e infamia.

Seguiremos tratando este asun­to y recogiendo opiniones, aun de los propios funcionarios de este organismo, si es que les importa mínimamente que se conozca su cometido y funciones. Yo pienso acogerme a la sabiduría de un viejo compañero de la universidad que en todas estas cuestiones es mi gurú: Enrique Galván Ochoa. Lo comprometo, abusivamente, sin previo aviso.

Epílogo: mi proyecto se vino abajo. Los precios de los materiales se incrementaron, mi amigo el constructor se ocupó de cosas (y casas) más importantes y con mi amigo el banquero la cara se me cayó de vergüenza. ¿Hay responsables? ¿Los hay del 1° de diciembre pasado o desde diciembre de 1994? El último reporte del buró me llegó antier y me dice: Tu (¿ven?, ya hasta de confianza somos) expediente no tuvo cambios en el periodo reportado.