Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 31 de marzo de 2013 Num: 943

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

H.G. Oesterheld: imaginación versus poder
Hugo José Suárez

En el café
Juan Manuel Roca

Lluvia
Efraín Bartolomé

La escritura, antídoto contra la muerte
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Vicente Quirarte

Presupuesto cultural: primer año, primer recorte
Víctor Ugalde

Sociedad de la comunicación y sociedad política
Sergio Gómez Montero

De Ratzinger a Bergoglio: luces y sombras
Juan Ramón Iborra

Dos poemas
Stavros Vavoúris

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Verónica Murguía

Más de taxis

Yo no sé si el lector se ha fijado, pero muchos sitios de taxis tienen nombres decididamente épicos. Claro que los hay con nombres lógicos, relacionados con el lugar en donde están: Sitio Joya de Copilco; Sitio Chabacano, ubicado en las inmediaciones de la estación del Metro; Sitio Cumbres; Sitio Pilares; Sitio del Valle, Sitio Hospital General, etcétera, pero sospecho que cumplir con un oficio tan sucedido y lleno de peripecias ha de suscitar un sentimiento de heroicidad.

Por supuesto, además de los épicos y los geográficos, hay sitios que en el nombre llevan una promesa de eficiencia y seguridad como los Servitaxis, TaxiMex y Seguritaxi. Hay dos bases de puras mujeres, como la asociación Protegiéndonos entre Mujeres ac. Una vez me subí a un taxi de ese sitio, conducido por una señora. Después de mis previsibles exclamaciones de asombro, le conté que en Kabul, la capital de Afganistán, también hay un sitio de taxis de mujeres para mujeres.

–¿Usted que opina de eso? ¿cree que ser taxista y mujer en México sea tan sufrido como ser taxista allá? Porque allá está todo de la fregada. Cuénteme, dígame qué piensa –le pedí.

–Mira, yo cobro por entrevista, porque en la vida todo se paga –me respondió mientras esquivaba a un vendedor de manitas de plástico y asustaba a otro que traía una pila de Tupperwares–. ¿Eres periodista o reportera? Ya han entrevistado a varias compañeras.

–No es una entrevista. Si acaso, escribiré un artículo para el periódico. En el suplemento de cultura. Ni sé cuándo lo haría.

–Por eso.

Guardé silencio, ofuscada por la hostilidad en la voz de mi interlocutora. Pasaron unos minutos y cedió:

–Me han asaltado dos veces. Una vez un tipo, otra una mujer. La segunda fue la peor, porque la vieja me picó con una navaja, aquí en el brazo. Los pinches tiras me llevaron presa a mí también, porque me defendí con la tijerita del manicure que traigo en la guantera. Que porque la tijerita clasificaba como arma blanca. Y para salir tuvo que ir mi esposo y dar una lana. En esa época yo no estaba en el Sitio, pero ahora sí, porque al menos ahora alguien sabe por dónde ando.

Mi silencio la alentó a describir con pelos y señales la crueldad de la asaltante. La historia era horrible; la pobre se la había pasado fatal.

–Oiga, pues sí está tremendo eso de ser taxista mujer.

–Ser mujer donde sea es cabrón –sentenció mirándome por el espejo retrovisor. No puedo estar más de acuerdo, así que sonreí. Seguimos entre peseros y baches. El silencio se había vuelto cómplice.

Cuando me iba a bajar, añadió:

–Pero aunque sea peligrosa, esta es la chamba que a mí me late. Ni de loca trabajaría en una oficina. Te has de aburrir.

Pagué y me quedé un momento en la esquina, mirando cómo el coche se perdía en el tráfico. Seguro que junto al de ella, mi trabajo es aburridísimo. Pero escribir “es la chamba que a mí me late”. Además, manejo pésimo y me pierdo en mi propia colonia. Por eso admiro a los taxistas y me fijo en los nombres de los Sitios y en sus manías; las insignias con las que decoran los vidrios; lo que cuelgan del espejo retrovisor y su tendencia a colocar desarmadores afilados en las ventanas. No han de saber que califican como arma blanca. O más bien, todos lo sabemos.

Armada con una libreta y un lápiz, desde el año pasado me di a la tarea –la verdad, fue un método calculado para no morir de aburrimiento en los embotellamientos– de registrar por escrito todos los nombres que me parecieron extraños. Fueron muchos: el Sitio Garra Dorada; Sitio Caballeros de la Noche; Lobos Nocturnos; Vigías de Plata; Átomos del Sur (éstos con interés en la física); Espartacos; Gorilas; Guerreros de la Ciudad; Coyotes; Leones de Etiopía; Lobos Blancos; Coyotes y Soldados del Volante.

Algunos llevan calcomanías con las divisas y los emblemas en la ventanilla de atrás. En esta heráldica urbana y loca abundan las aves de cetrería: Halcones grises; Halcóndores, nomás imagínese; Palomos; Servihalcones, muy educados, y los del Sitio Huitzil (colibrí) y Sitio Quetzales, para que no falten las aves que pertenecen sólo a esta parte del mundo.

A miles les gusta el horrible Panda Show y andan por el mundo con la calcomanía que los identifica como autores de una broma; otros ya usan GPS en lugar de la Guía Roji.

Son una tribu plural, deslenguada, brava e impaciente. Y a pesar de que me apuro a cruzar cuando veo venir uno por la calle, me caen bien. ¿Cómo viviríamos sin ellos?