Opinión
Ver día anteriorJueves 4 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Corea, la divinidad y los medios
L

a imagen es la misma, sólo que la enorme y disciplinada multitud que atesta la plaza está integrada únicamente por soldados, es decir, por ciudadanos vestidos de uniforme con rostros demacrados por la emoción que los altavoces alientan. Todo es rítmico, eléctrico. Los puños en alto se alzan como ráfagas exactas mientras las marchas acompasan las consignas lanzadas con tonos agudos, increpantes al paso de las armas por la avenida. Desde la cuadrícula de esa tribuna espaciosa, donde se ubican conforme a rigurosas jerarquías los invitados y la plana mayor, observé a Kim Il-sung desplazándose despacio en una suerte de paseo ritual para ser visto y adorado por la multitud en éxtasis. Pasó tan cerca que logré ver el bulto que le crecía en el cuello, bajo la nuca, invisible en las icónicas imágenes del culto oficial. Un himno melancólico y combativo a la vez resonaba interpretado por una gigantesca orquesta sinfónica. Cerrado por los edificios emblemáticos del Estado, el escenario, la plaza, es el universo permanente donde se escenifican los grandes mitos del poder, se exalta al líder y se renueva la presencia omnímoda de las masas.

De eso hace ya casi 30 años y, sin embargo, salvo la figura que encarna al objeto de culto, nada parece haber cambiado. Murió Kim Il-sung el padre fundador; murió Kim Jong-il, el querido dirigente, y ahora brilla Kim Jong-un, el heredero, tan parecido a su abuelo retratado en una antigua postal de los tiempos heroicos. Nada ha cambiado. El poder es el mismo, la dinastía se conserva y la parafernalia permanece intacta, sin fisuras, la forma es el fondo como en los viejos despotismos orientales, reciclado en Pyongyang en el nombre de la emancipación del proletariado. Traigo a colación estos recuerdos no porque crea que ellos me autorizan para hablar sobre un país que es un misterio aun para los expertos, sino, justamente, para reclamar en voz alta la falta de seriedad, la desidia y, en definitiva, la deliberada confusión que acompaña a las informaciones occidentales al tratar los asuntos relacionados con la llamada Corea del Norte.

Sin duda hay una escalada norcoreana, pero las señales de alarma no se corresponden con las dudas que los medios expresan. El diario El País, por ejemplo, asume que sus amenazas (del líder coreano) son sólo palabras vacías, dirigidas básicamente al consumo interno, preludio a lo sumo de alguna acción menor. Alexándr Vorontsov, jefe del Departamento de Estudios sobre Corea y Mongolia del Instituto de Orientalística de la Academia Rusa de Ciencias, está de acuerdo en que el anuncio no debe ser interpretado como una declaración de guerra real. Más bien, indica que Pyongyang considera que se han roto los acuerdos de tregua. No se habla de la intención de emprender acciones bélicas, sino de la determinación de comenzarlas como respuesta a posibles provocaciones, asegura en Rusia hoy.

Tales opiniones se justifican por la prudencia del presidente Obama y la voluntad de Rusia y China de no inflar el desafío, toda vez que el pasto en la región está demasiado seco y una sola chispa podría desatar la tragedia. ¿En qué se fundan esas interpretaciones? ¿Qué saben los adversarios del régimen norcoreano que nosotros, los consumidores de información en el mundo, ignoramos? No es un secreto que ese país atípico tiene una larga frontera con China, y una de apenas 17 kilómetros con Rusia, situación geopolítica estratégica vital para los intereses en pugna que buscan establecer su hegemonía en el Pacífico, la cual será clave para gobernar al mundo en este siglo. Pero si queremos saber qué hay detrás de esta ofensiva norcoreana, los informadores nos devuelven a los perfiles sicológicos elaborados por la CIA para desentrañar la personalidad del nuevo líder o a las vagas generalidades que desde tiempos ya lejanos han llenado con fantasías las páginas de los diarios y hoy pasan por verdades indiscutibles. Una y otra vez se repite la noción de chantaje concebida como una maniobra venal para sacar ventajas de una situación que podría caracterizarse como desesperada, pues Norcorea sería incapaz de superar por sí misma las hambrunas que la azotan, según la gráfica expresión usada como cliché, pero cuya comprensión exigiría un análisis más riguroso.

Me pregunto si los editores de la prensa global están en condiciones de confirmar que una de las causas de la crisis es que su inexperto y jovencísimo líder, Kim Jong-un, necesita afianzarse entre sus sometidos compatriotas y ganar credibilidad ante los viejos generales que dominan el formidable aparato militar. ¿Afianzarse entre sus sometidos compatriotas? ¿No será, más bien, que los viejos generales necesitan darle credibilidad al heredero de Kim Il-sung, inexistente hasta su nombramiento como sucesor, haciéndolo pasar por un estratega militar de altos vuelos, dispuesto a todo, incluso a la guerra nuclear, cuando a lo mejor a él sólo le interesa coleccionar autos de lujo, como se propaló en algún momento de la sucesión. ¿No es hora de saber quién manda realmente en la República Popular Democrática, cuál es la fuente del poder y cómo se legitima a partir del culto a la divinidad, encarnada en la figura del líder? El desaseo informativo de las grandes agencias es tal que no hay crónica con pretensiones que no se tropiece en cada frase con la palabra totalitario, pero es increíble que a la hora de buscar cómo funciona el régimen norcoreano, la prensa internacional se conforme por toda explicación con encasquetarle el adjetivo estalinista, sin molestarse siquiera por subrayar algún rasgo distintivo de ese régimen.

A estas alturas, es difícil de creer que tanta opacidad derive sólo del carácter aislado e inexpugnable de Corea, del amurallamiento medieval de un Estado que puede fabricar armas nucleares, cuando todo indica que Estados Unidos sigue al detalle por vía satelital los más pequeños movimientos militares y recibe con regularidad las filtraciones de numerosos disidentes, entre ellos algunos muy importantes, que se han pasado al otro lado del paralelo 38. Se entiende que el presidente Fox ofreciera mediar entre las dos Coreas para alcanzar la paz, desconociendo toda la historia, pero descontando tan lamentables excesos de ignorancia, ¿no es hora de abandonar la propaganda para informar en serio y a fondo sobre un problema que entre bromas y veras puede desatar un conflicto nuclear? ¿O de qué se trata?