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El Papa de todas las ambigüedades
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Jorge Mario Bergoglio, durante la audiencia general del pasado día 3 en la Plaza de San Pedro, en RomaFoto Ap
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irando al pasado de Jorge Mario Bergoglio y a las primeras declaraciones del papa Francisco, la ambigüedad parece una clave para entender a este complejo personaje.

Un jesuita más cercano al Opus Dei. Seco, tosco, sabe ser accesible y afable. A menudo dice una cosa en privado y otra en público. Hoy paga por su hotel, como arzobispo iba en Metro, pero como provincial de jesuitas no se movía unas cuadras sin coche ni chofer.

Su postura durante la dictadura (1976-1983) fue muy ambigua –así dijo el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, rezando por que éste no llegara a ser papa en 2005.

Como provincial hacía una limpieza ideológica entre sus súbditos y fustigaba al mismo general Pedro Aruppe por permitir las infiltraciones marxistas en la compañía.

Criticaba a los curas que se adherían a la teología de la liberación por meterse en la política, aunque, claro, no hacía lo mismo con los que hacían la política uniéndose a la junta y dándole un respaldo teológico a la exterminación de unas 30 mil personas (Rubén Dri, teólogo y ex cura libertario, lo tachó de teología de la muerte).

A los jesuitas que trabajaban en las villas de miseria veía igual que los militares: comunistas, subversivos y terroristas.

Su papel en el secuestro y encarcelación de dos de ellos –Orlando Yorio y Francisco Jalics– en mayo de 1976 es confuso (véase: Horacio Verbitsky, El silencio, Bs. As. 2005, pp. 256, y Página/12, 17/3/2013). La hermana de Yorio no le perdona la doble cara: mostraba compasión, pero fue él quien denunció a Orlando. Su hermano añade: Conozco gente a quien él ayudó. Esto sólo confirma su doble cara (...) Siempre fue un maestro de ambigüedad.

Verbitsky, respondiendo a los que lo acusaron de difamar al Papa y reaccionando a los testimonios de la gente salvada por Bergoglio, subraya que esto no significa que en aquella ocasión no pudo haber hecho algo malo (Página/12, 21/3/2013). No es una contradicción; es una ambigüedad.

Ahora Pérez Esquivel dice que en los 70 le faltó valor a Bergoglio, no colaboró con la dictadura y prefería una diplomacia silenciosa. ¿Será que fue tan silencioso que Yorio, Jalics o sus familiares lo confundieron con un verdugo? (El primero nunca retiró sus acusaciones; el segundo lo hizo apenas ahora, en dos pronunciamientos contradictorios).

Jon Sobrino, jesuita vasco-salvadoreño, ícono de la teología de la liberación, dijo: Bergoglio no fue un Romero. Se alejó de los pobres durante el genocidio argentino, pero destacó algunos gestos sencillos del nuevo Papa (Deia, 16/3/2013).

Todos ya han hecho gala de ellos y del nombre elegido. Se hizo de buen tono darle el beneficio de la duda, como han hecho casi todos los teólogos de la liberación (Boff, Betto, Gebara, et al.), que esperan que trabajara por los pobres. Los analistas también prefieren esperar “para ver a qué tradición de la Iglesia se adherirá (Página/12, 31/3/2013)”.

Sólo la hermana de Yorio sigue engañada: ¿Cómo puede ser un Papa de pobres alguien que entregó a los que verdaderamente trabajaban con los desposeídos?

Francisco insiste: Quiero una Iglesia pobre y para pobres. Jmm... ¿Y no será que para eso habría que liquidar el Vaticano?

Según Michael Löwy, su enfoque hacia la pobreza es muy tradicional, carece de referencias históricas, no pasa por la política ni por el empoderamiento de los oprimidos: los pobres se consideran objeto de compasión y caridad, no sujetos que deben liberarse (Le Monde, 15/3/2013).

Rubén Dri añade: “Nunca escuchamos al Papa apoyar los gobiernos progresistas que han hecho tanto para los pobres (…) para él la pobreza se resuelve siguiendo las directivas de la Iglesia. Para que ello sea posible es necesaria la derrota de los movimientos populares (Miradas al sur, 17/3/2013)”.

En cambio, se conocen sus ataques a los gobiernos kirchneristas por abrir la brecha de la desigualdad (¡sic!), su apoyo al paro agrícola (cuando las regalías que se negaban a pagar los paristas eran claves para irla nivelando...) o su declaración de guerra santa por la ley del matrimonio igualitario (cuando a la junta no le declaró ninguna y menos una santa...).

A nadie se puede exigir una postura valiente en una dictadura, pero en la democracia sí. Y la postura de Bergoglio al respecto de la búsqueda de justicia fue igualmente ambigua.

Cuando se reabrieron los juicios de militares dudó que fuera buena idea; las Abuelas de la Plaza de Mayo temen que de Papa puede influir para terminar con ellos.

Declarando como testigo en los casos de la ESMA y sobre el robo de bebés negó saber algo, por ejemplo de la isla El silencio (ex propiedad de la Iglesia, dónde hubo un campo de concentración, caso en el que no estuvo involucrado, pero que conocía y se lo contó una vez a Verbitsky) o de la apropiación de los niños (aunque a la familia De la Cuadra, que en 1977 buscaba un bebé nacido en cautiverio, contestó que éste ya estaba con una buena familia y que la situación de su madre era irreversible –usando un lenguaje típico de la junta).

Para Nancy Scheper-Hughes, antropóloga que estudió aquellos estenogramas, lo más perturbador incluso no era lo que Bergoglio decía o no, sino como: usando un lenguaje ambiguo, hasta sarcástico, relativizando las atrocidades y suavizando la historia (Counterpunch, 20/3/2013).

Al escucharlo, el procurador que lo interrogaba soltó: ¡No hay duda. Él denunció a Yorio y a Jalics!

“Mother of all… (“La madre de todos/as…) es una expresión popular en inglés para referirse a un ejemplo más grande o característico de una cosa.

Se vale dar el beneficio de la duda y/o esperar los primeros pasos para juzgar, pero por lo visto estamos ante un Papa de todas las ambigüedades, único de su clase.

* Periodista polaco