Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de abril de 2013 Num: 944

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cuatro décadas sin Alejandra Pizarnik
Gerardo Bustamante Bermúdez

La pintura de Manuel González Serrano,
el Hechicero

Argelia Castillo

Pensar cambia el mundo
Esther Andradi entrevista
con Margarethe von Trotta

Gorostiza: una voz
en medio de la ruina
y los discursos

Hugo Gutiérrez Vega

Erri de Luca: paraísos,
vida y mariposas

Ricardo Guzmán Wolffer

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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Ana García Bergua

Vida de perro en la época victoriana

Para Ali, Dylan y Marley

Se cuenta que cuando Virginia Woolf escribió Flush, una novela alrededor del cocker spaniel de la poeta victoriana Elizabeth Barrett Browning, lo hizo como un descanso en medio del esfuerzo tremendo que supuso escribir Las olas, su gran novela polifónica. Y sin embargo, con Flush, Woolf apostó por algo muy difícil, pues esta novela no es, como se podría esperar, una idealización del carácter alegre y fiel de los perros. Tampoco es propiamente una biografía de Elizabeth Barrett, si bien podría serlo de una manera lateral, pues a su manera la novela cuenta una parte de la vida de esta célebre poeta nacida en 1806, autora de Sonnets from the Portuguese y Aurora Leigh, entre otros, que gozó de gran popularidad entre el público de su época. Enferma y recluida en la casa familiar, víctima de un padre celoso y posesivo, recibió una carta del también poeta Robert Browning en la que le declaraba estar enamorado de su poesía y por lo tanto de ella. El novelesco romance entre Barrett y Browning culminó en un matrimonio furtivo y una posterior huida a Italia, a Pisa y después a Florencia, donde se establecieron. Flush se sitúa en esa época de la escritora, pero en realidad cuenta la vida de este perro que llega al regazo de Elizabeth Barrett y se convierte, en cierto modo, en su espejo:

“Existía cierto parecido entre ambos. Al mirarse pensaba cada uno de ellos lo siguiente:  ‘Ahí estoy…’, y luego cada uno pensaba:  ‘¡Pero qué diferencia!’La de ella era la cara pálida y cansada de una inválida, privada de aire, luz y libertad. La de él era la cara ardiente de un animal joven: instinto, salud y energía. Ambos rostros parecían proceder del mismo molde y haberse desdoblado después; ¿será posible que cada uno completase lo que estaba latente en el otro? Ella podía haber sido… todo aquello y él… Pero no. Entre ellos se encontraba el abismo mayor que puede separar a un ser de otro. Ella hablaba. Él era mudo. Ella era una mujer. Él, un perro. Así unidos estrechamente e inmensamente separados, se contemplaban. Entonces se subió Flush de un salto al sofá y se echó donde había de echarse toda su vida… en el edredón, a los pies de la señorita Barrett.”


Robert Browning y Elizabeth Barret

Así, esta novela resulta ser una especie de estudio sobre la comunicación entre dos seres que se observan, cada uno desde su orilla. Confinado como su ama a Wimpole Street, Flush aprende a refrenar sus impulsos y sus instintos, e incluso es secuestrado por los maleantes que circundan aquella avenida de Londres, una especie de isla en medio de la barbarie, summum de la civilización y las maneras, que es una especie de escenografía, una fantasía codo a codo con la más abyecta miseria humana, tal como la pintaron William Hogarth en sus grabados y Charles Dickens en sus novelas. La irrupción de Robert Browning en la vida de la poeta, las cartas, las visitas, el escape, son señales que Flush registra desde su punto de vista, en el que predominan los olores. Flush no lee, pero huele, y su vida es una sucesión de sensaciones a través de las cuales entendemos lo que está sucediendo en la vida de su ama.

Cuando acompaña la huida de Elizabeth Barrett a Italia, Flush vive la liberación en la Arcadia que significaba dicho país para los victorianos –un ejemplo es la célebre A Room with a View, de E. M. Forster–, un paraíso bucólico en el que la nobleza del clima y la naturaleza templaban lo siniestro de las pasiones humanas. Así, Flush corre libremente por campos y ciudades, entabla amoríos con perritas de toda índole y siempre regresa, y su gozo es en cierta manera un gozo correspondiente al que sienten los poetas juntos y liberados de aquella sociedad londinense tan estricta y a la vez tan cercana al horror. La voz que fluye junto con las correrías de Flush  para dar cuenta de esta vida al aire libre, habla también de las mesas que empiezan a bambolearse y elevarse cuando a la poeta le da por el espiritismo –la moda que arrasó a mediados del siglo XIX con quienes buscaban una espiritualidad separada de la religión–, y las puntuales notas de la biógrafa (un recurso en el que “el narrador” descansa un poco de su perruno punto de vista) nos ilustran sobre la mucama que se enamoró de un guardia italiano o los guantes color limón de Robert Browning. Una delicia en suma esta hermosa novela de la gran Virginia Woolf, editada también hermosamente por Textofilia Ediciones.