Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 7 de abril de 2013 Num: 944

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Cuatro décadas sin Alejandra Pizarnik
Gerardo Bustamante Bermúdez

La pintura de Manuel González Serrano,
el Hechicero

Argelia Castillo

Pensar cambia el mundo
Esther Andradi entrevista
con Margarethe von Trotta

Gorostiza: una voz
en medio de la ruina
y los discursos

Hugo Gutiérrez Vega

Erri de Luca: paraísos,
vida y mariposas

Ricardo Guzmán Wolffer

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La pintura de Manuel González Serrano, el Hechicero


Manuel González Serrano, Autorretrato, 1943, colección Andrés Blaisten

Argelia Castillo

Si en las sociedades arcaicas o tribales el hechicero ejerce sus poderes mágicos con el auxilio de huesos, caracoles, raíces, ramas, piedras y cuentas de vidrio, el pintor Manuel González Serrano (1917-1960) hace acopio precisamente de esos y otros elementos propiciatorios para plasmar la realidad con visos de irrealidad, convirtiendo la representación en territorio de imaginarios que medran más allá de los dictados de la lógica, en una propuesta plástica que, al fin oficio de hechicería, atrae y cautiva la mirada, la mente y las sensaciones del espectador.

Lo anterior pudo refrendarse en la exposición Arte moderno de México. Colección Andrés Blaisten, que permaneció albergada entre octubre de 2012 y enero de 2013 en el Instituto Cultural Cabañas, de Guadalajara.

Y es que una de las muchas virtudes de la muestra mencionada consistió en la presentación de algunos cuadros de González Serrano, llamado el Hechicero, quien continúa siendo en buena medida un artista desconocido debido a la escasa o nula inclusión de su producción en los acervos museográficos públicos, en los guiones curatoriales de las exhibiciones temporales y en la bibliografía que versa sobre la pintura mexicana de la primera mitad del siglo XX.

Entre los motivos que refieren la poca atención prestada al legado de este creador figuran, acaso, el hecho de que la suya haya sido una trayectoria truncada por una muerte prematura, acaecida cuando contaba con cuarenta y tres años de edad; que emprendió un itinerario plástico en solitario, y su adscripción a la ominosa estirpe de los artistas malditos, infractores de los convencionalismos sociales.


La ofrenda, ca. 1938, colección Andrés Blaisten

González Serrano nació en Lagos de Moreno, Jalisco, en el seno de una familia acaudalada y de ferviente devoción católica y, al cabo de una vida marcada por numerosos episodios de reclusión en hospitales psiquiátricos, falleció en calidad de indigente, en plena calle, en el centro de Ciudad de México.

De tan atribulada existencia da cuenta la honda melancolía que recorre toda su pintura, cuyos rudimentos obtuvo prácticamente al margen de la instrucción formal, puesto que, una vez establecido en la capital del país durante la primera mitad de la década de los treinta, abandonó muy pronto los estudios iniciados como oyente esporádico en San Carlos y La Esmeralda.

Ahora bien, el de González Serrano fue un autodidactismo informado y abierto a las tendencias artísticas internacionales, nutrido en particular del vocabulario metafísico de Giorgio de Chirico y de la libertad creadora y las connotaciones paradójicas del surrealismo.

Surgen así sus paisajes desiertos y desérticos, inmersos en la quietud y el mutismo, presididos por fragmentos de una arquitectura devenida en vestigio, y salpicados de montículos rocosos, troncos con ramas torcidas y un bestiario del que sólo restan osamentas.


Equilibrio (Equilibrium), ca. 1944, colección Andrés Blaisten

González Serrano pinta el silencio que se cuela a través de los arcos interminables de remotos acueductos, plantados en ocres tierras áridas o en suelos rojizos que se petrifican y agrietan hasta revelar estratos subterráneos.

Tales espacios, donde a veces asoman sombras, estatuas, seres enigmáticos o niños entregados al juego, son terreno de frágil equilibrio entre la fantasía y la transcripción de la realidad, entre la imaginación y la reminiscencia añorante de los entornos laguenses de su infancia, signado todo por un irreparable sentido de pérdida.

Esta paisajística del alma también enmarca algunos de sus expresivos retratos y muchas de sus naturalezas muertas que, dispuestas en primer plano sobre tablas, reúnen con insistencia una flora ostensiblemente erotizada, tallos espinosos, jícamas, granadas, tajadas de sandía y una serie de objetos discordantes, desde pinzas de ropa hasta focos, pasando por los infaltables caracoles, figuras alegóricas de la fertilidad y la resurrección.

Uno de estos bodegones, caracterizados por la exuberancia de las formas, la audacia cromática y el simbolismo hermético, constituye una transición hacia el autorretrato, género en el que descuella González Serrano a juzgar, entre otros, por el magnífico óleo de 1943, elocuente transfronterización del interior al exterior, donde la ansiedad existencial es palpable a flor de piel.

Asimismo, de ánimo autobiográfico resultan los dibujos en que el Hechicero delinea una iconografía crística de raigambre popular, que le permite explorar el sufrimiento personal. Toda su producción, abismada en la tecla del dolor, sabe mucho de flagelación, de martirio y de calvario, pero también de exorcismo y catarsis.


Aprendices de torero, 1948, colección Andrés Blaisten
Fotos: cortesía del Instituto Cultural Cabañas

En suma, un indudable talento plástico y una gran fuerza poética distinguen la estética personalísima de Manuel González Serrano, la cual se resiste al superficial intento de clasificación, en virtud de que está anclada en un lenguaje fantástico de búsqueda intersticial, regido por las profundidades y las intensidades.

De ahí el interés en atender y difundir la mágica obra de el Hechicero, no sólo por sus méritos propios, sino además porque forma parte de un capítulo importante del arte mexicano del siglo XX, a saber, el protagonizado por los fantaseadores disidentes, entre los cuales destacan por cierto varios pintores también jaliscienses: Roberto Montenegro, Carlos Orozco Romero, María Izquierdo, Raúl Anguiano y Juan Soriano.