Opinión
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El corporativismo que se soñaba inmortal
G

ilberto Guevara Niebla fue directo al punto: la reforma de la educación básica supone disminuir el poder del SNTE sobre la gestión del sistema educativo. Este poder incluye, por un lado, la potestad del sindicato sobre algunos secretarios de Educación y subsecretarios de ciertas entidades federativas; lo dijo en el foro México con educación de calidad para todos, parte de la consulta ciudadana que es obligación legal del Ejecutivo realizar, para formular el Plan Nacional de Desarrollo.

La primera lealtad de esos funcionarios es con el SNTE o la CNTE, antes que con la autoridad educativa, dijo, poniendo sobre la mesa lo que todo el mundo sabe, pero que pocos se atreven a expresar; lo dijo directamente al Presidente de la República y al titular de la SEP, a una sección del SNTE del estado de Veracruz que estaba presente (parte de la cual se escurrió de la reunión, ante la alocución de Guevara).

Es preciso, señaló, reformar el Reglamento de las Condiciones Generales de Trabajo, que data de 1946. Es una perversión añeja que el SNTE ejerza el control sobre las plazas docentes; éstas tienen que ser sometidas a concurso. A este respecto es claro que hay muchas disposiciones que es preciso reformar. Es obvio que en el tema académico no puede haber conquistas históricas que alegar porque –como hemos insistido en este espacio– está de por medio un interés superior, de terceros, objetivo de la educación: el interés de los niños y los jóvenes estudiantes. Un profesor incompetente no es un profesor. Es un crimen tenerlo frente a un grupo de alumnos. Los profesores no son los culpables de origen: a partir de los años sesenta los gobiernos abandonaron la escuela básica pública, y el resultado está a la vista.

Guevara habló por la sociedad al expresar la herencia y la venta de plazas por los miembros del SNTE es una perversión. Las probablemente más de 2 mil personas que se hallaban en el recinto aplaudieron ruidosamente, mientras el Presidente se comprometía frente al público presente y a los medios –mediante ademanes y gestos que intercambiaba con el secretario Chuayffet–, a poner toda esa basura en su lugar. Las posiciones de director, inspector, supervisor no pueden ser plazas del SNTE, como hoy ocurre, sino puestos de confianza de la autoridad educativa –subrayaba Guevara con voz tranquila–, en manos de profesionales aptos, agregaría.

El regocijo de los asistentes se traducía en aplausos, mientras la islita que le armaron a un medio centenar de miembros del SNTE, guardaba un silencio acre y furibundo.

Después, Juan Díaz de la Torre, líder sustituto del gremio magisterial, que durante todo el acto, sentado a la vera Chuyffet permaneció pétreo, en entrevista banquetera, soltó una previsible graznada: el investigador (Guevara) tiene derecho a expresarse, pero fundamentalmente me parece que no ha dejado de ser un líder estudiantil. Díaz no ha dejado de ser, ni dejará de serlo, una cabeza corporativa.

Las plazas que ocupa el SNTE, no sólo en el sector educativo, y la influencia demencial que por décadas ha ejercido en medio de una corrupción de podredumbre, permitida y aun auspiciada por los gobiernos de turno, es una de las áreas más negras del corporativismo mexicano.

Extirpar el corporativismo del área educativa –como de todas las áreas– es una necesidad imperiosa del futuro nacional; será seguramente una lucha en medio de las deyecciones que el SNTE ha arrojado a generaciones de niños y de familias mexicanas, pero será desmantelado, si el Presidente cumple el compromiso anunciado para la educación. Es en lo único en que puede traducirse el compromiso presidencial de recuperar para el Estado la rectoría de la educación.

La reforma democrático-electoral y la alternancia no sólo no desmantelaron el corporativismo, lo exacerbaron. El corporativismo mexicano no fue un producto espontáneo o una necesidad histórica nacida de la Revolución Mexicana. El corporativismo fue expresamente adoptado como una copia del fascismo italiano. Es un sistema que implica la integración de los ciudadanos de un país al aparato de Estado por medio de corporaciones, ya sea en forma de asociaciones cívicas, vecinales, de comerciantes, sindicatos de trabajadores y cámaras patronales, con la finalidad de mantener el orden establecido, garantizando la participación del Estado como mecanismo de gobernabilidad (resume así Jorge Robles la intervención en tribuna, en 1932, del diputado Ezequiel Padilla, hombre de Plutarco Elías Calles y ex embajador en Italia).

En el mundo del trabajo las corporaciones no son otras que los sindicatos de trabajadores y los sindicatos patronales. Los patrones se fueron aquí por sí solos en el gobierno de Echeverría.

El corporativismo utiliza a las organizaciones como correa de transmisión que une al individuo con el aparato de Estado, con la pretensión de garantizar de manera eficaz la aplicación de las respectivas legislaciones en cada sector, tratando de mantener el control social de toda la población. La política corrupta del corporativismo magisterial hundió la educación básica mexicana, con la colaboración de los gobiernos de turno.

“Así como Estados Unidos sostiene su lucha de clases, su libre competencia…, y así como Rusia no admite la lucha de clases…, el sistema fascista, no quiere ni una ni otra cosa: busca el equilibrio, la coherencia, la cooperación de las clases. He allí su premisa fundamental.” Palabras de Ezequiel Padilla en 1932. El corporativismo sigue vivo.