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Ver día anteriorSábado 13 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Foro de la Cineteca

Meteora

F

ábula del pecado original y la pasión transgresora. Meteora, segundo largometraje del realizador greco-colombiano Spiros Stathoulopoulos, narra con elegancia y despliegue de inventiva visual una historia inspirada en sucesos acontecidos en el siglo XII, pero ambientados en la época contemporánea y situados en Meteora, una región agreste del centro de Grecia. El relato se presenta como una leyenda inmortalizada en un gran tríptico que muestra del lado derecho a Teodoro (Theo Alexander), un monje ortodoxo griego, y del izquierdo, a Urania (Tamila Koulieva), una monja rusa. Entre los dos religiosos hay la ilustración de un laberinto y en la base de la pintura una evocación del infierno. Al fondo, el paisaje es grandioso y sombrío. De modo esporádico, el director rompe con la solemnidad de esta representación incluyendo escenas de animación en ocasiones a contracorriente de la nota de fatalidad que se desprende del conjunto pictórico.

Lo que se relata es la pasión contrariada de los dos religiosos que residen en monasterios situados cada uno en lo alto de colindantes formaciones rocosas de acceso complicado. Para compartir en tierra firme diversas faenas con el resto de los mortales, deben sortear las dificultades de los desplazamientos; emprender Teodoro largas marchas por escalinatas interminables; bajar y subir Urania con ayuda de la canasta que tirada por cuerdas transporta los víveres hasta el monasterio. Sus encuentros furtivos en los lugares públicos son la ocasión de un largo ritual de seducción que también ilustra por momentos la técnica de la animación.

La resistencia de la monja, las solicitaciones tenaces de Teodoro, las metáforas de la mortificación de la carne con el monje colocando clavos en las manos de Cristo, o el placer solitario de Urania como anuncio de una liberación que vendrá incontenible, son elementos que rompen con la monotonía del relato. No hay, sin embargo, en Meteora desbordamientos barrocos con flagelaciones corporales a partir de la tiranía del deseo carnal, como en Los demonios (1970), de Ken Russell, ni los arrebatos místicos de religiosas poseídas como en Madre Juana de los Ángeles (1961), de Jerzy Kawalerowicz. El relato tiene aquí un tono distinto. A las contrariedades del encierro y el dogma, posible fatalidad insuperable, la pareja opone, a su manera, el afinamiento de una espiritualidad que va de la mística y el sufrimiento a la aceptación serena del placer mundano.

Se exhibe a partir de mañana domingo, sala 7 de la Cineteca Nacional.

Twitter: @CarlosBonfil1