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Ver día anteriorDomingo 14 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La guerra avanza hacia el corazón de Damasco
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Soldados del presidente sirio, Bashar Assad, toman posición en Sheikh Saeed, cerca de la carretera que conduce al aeropuerto, en AleppoFoto Reuters
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amasco bajo sitio? Ciertamente. Pero, ¿en guerra? No estoy seguro. Las granadas vuelan por encima de la ciudad, desde el monte Qasioun hasta Deraya, sin tocar el palacio de Azem, del siglo XVII, y la mezquita, construida en el aire, la gloriosa Umayad, con sus frágiles mosaicos del siglo VIII y lugar donde reposan los restos de Saladino, el imán Hussain y Juan Bautista. El lugar se cimbra con las explosiones. Sin embargo, en mi hostal favorito, cerca del río Barada, el café con leche y los croissants de chocolate están tan frescos como hace ocho meses. La primera plana del periódico gubernamental Thawra muestra una fotografía muy mal coloreada de un soldado en medio de montones de escombros. ¿No he visto esa foto antes?

Rumores de guerra. ¿Un lugar común? Desde luego. Sin embargo, es verdad. El miércoles me dijeron amigos de confianza que el altar estilo iraní de Sayida Zeinab ha sido destruido por el fuego de mortero de los salafistas. La tumba de la nieta del profeta está, o estaba, en un sitio del cuarto califato. Así que en estos días conduje 140 kilómetros hacia el sur de Damasco por carreteras aterradoras, bajo el ruido de las bombas, junto con otros espantados automovilistas, hasta que de pronto me encontré con los minaretes de mármol azul y el domo dorado de la tumba de la pobre Zeinab, hermana de Hussain, la primera mártir del islam. Los morteros rugen y destruyen lo que hay alrededor, pero, salvo por unos cuantos azulejos de mármol, el lugar parece intacto. Hay un tanque T-72 camino abajo y un puñado de soldados del gobierno afuera del recinto. Pero el rumor es falso.

Puede verse el disminuido círculo de la esperanza de la clase media en la publicidad de los autobuses capitalinos. Hasta hace poco los horarios y rutas estaban en carteles. Ahora éstos tienen abundantes enmendaduras, con tinta y cartulinas burdamente pegados con cinta a los parabrisas. El autobús a Jobar ahora termina su ruta al llegar a un suburbio opositor. El autobús a la estación de Samaria ahora termina su recorrido al otro lado del viejo mercado. La gran terminal ferroviaria de Haj no ha visto pasar un tren en seis meses.

Pero, ¿quién está bajo sitio? Los comerciantes y habitantes de clase media del bulevar Mezze, simpatizantes (palabra tramposa estos días) del presidente. Los antagonistas de estos supuestos simpatizantes son quienes viven en el pequeño infierno de Deraya, aquellos que permanecen viviendo en sótanos o que se arrastran como ciempiés entre los restos de muros, salas y pasillos de hogares destruidos. Toda una sociedad devorada, como escribió un periodista sirio.

Y todo un país, podría decirse. Los aniversarios se celebran con pesadumbre apropiada. La fundación del partido Baaz, el comienzo del levantamiento contra el régimen de Assad, el primer ataque contra las tropas gubernamentales. Esto último irrita la narrativa de Occidente, la cual cuenta que durante meses hubo manifestaciones pacíficas que fueron brutalmente reprimidas por las fuerzas gubernamentales hasta que los opositores, a regañadientes, tomaron las armas en el verano de 2011. De hecho, 25 días después del comienzo de la revolución un convoy de la brigada de infantería 145 del ejército fue atacado sobre el puente Banias. Doce soldados murieron y 40 resultaron heridos. Pero la otra narrativa, la del gobierno de Assad, habla de que, en su desesperación por restablecer la democracia y salvar la patria, se hacen necesarios bombardeos cada hora contra terroristas extranjeros. De seguro los muchachos y muchachas de Assad son mejores en eso que en imitar las frases hechas de Israel y Washington, mientras destruyen muchos poblados.

Hablo con un ex funcionario de las fuerzas especiales de la seguridad siria. ¿No recuerda usted la emboscada y el asesinato de siete de nuestros mejores pilotos en la provincia de Hama? –me pregunta con un dejo de desprecio. ¿Es de extrañar que nuestros camaradas hayan querido ir a aplastar a la gente que hizo esto? Qué fácilmente la venganza se vuelve motivo para la guerra en Siria, y en cualquier otra guerra, supongo. Casualmente, casi sin darme cuenta de su significado, me topo con este horrible fenómeno.

En el puesto de Al Jdeideh, entre Siria y Líbano, un periodista sirio-turco tiene que volver a Estambul vía Beirut. Ir en auto a su hogar por la frontera norte es imposible. Mi pueblo queda al sur de la frontera turca. Los opositores mataron a mi sobrino. Esto fue un mensaje dirigido a mí. El hogar de una personalidad de televisión siria-armenia fue atacada en Damasco. Los abuelos de Yerardo Krikorian provenían de Kilis, en la antigua Armenia. Los turcos mataron a su abuelo en el genocidio de 1915; su abuela escapó. Ella es de Aleppo. Los rebeldes sabían que yo vivo aquí, me cuenta. “Trataron de matar a mi hermano cuando vinieron a la casa. Solicité al puesto de control local del gobierno que nos protegiera cuando vimos hombres armados en el área. Dijeron que su deber sólo era defender los cuarteles de la inteligencia (mukhabarat) que están camino abajo. Cuando los mismos hombres armados atacaron a la policía secreta, los soldados del gobierno finalmente se vieron obligados a combatir.

Los mukhabarat, torturadores, golpeadores, intimidadores y asesinos del régimen tienen la culpa. Es sorprendente cuántos dentro del cada vez más disminuido círculo del gobierno afirman lo anterior. Los soldados dicen lo mismo. La culpa es de los mukhabarat, ellos comenzaron ese horrendo asunto de atacar adolescentes que hacían pintas en las paredes de Deraa. Actuaban como dementes, se creían reyes. Se deshicieron de todos esos malvivientes. Hay decenas de miles de ellos y muchos soldados del ejército que aún es leal al gobierno quieren destruirlos. El peligro consiste en que quién sabe a qué bando se afiliarán los mukhabarat.

De verdad, Robert, este país siempre fue complicado y ahora es más difícil de entender que nunca, me dicen. Está el ejemplo del comandante opositor que supuestamente ofreció 750 mil libras sirias por cada uno de los 25 tanques del gobierno que fueron capturados. Se dice que quien tenía dichos tanques en su poder anunció orgullosamente que no vendería por menos de un millón de libras cada tanque. Un millón de libras sirias es basura. Los tanques valen un millón de dólares cada uno.

En el santuario de Sayyida Zeinab los soldados tienen órdenes de dejarnos pasar. Dentro de una pequeña habitación, donde está el retrato del ayatola Jamanei, el líder supremo de Irán, y de Hassan Nasrallah, dirigente de Hezbolá. Después de todo, este es un santuario chiíta. En él hay un hombre sonriente que es el jefe de seguridad en el recinto, un extranjero. Sospecho (los lectores resolverán fácilmente este acertijo) que habla con gran soltura. Sí, tenemos agua y otras cosas para proteger el santuario si es atacado. Tenemos experiencia en estas cosas. No se puede proteger un lugar santo de ataques de mortero con el Corán, dice.

Su mensaje es simple. Este santuario no es para los chiítas, sino pertenece a todos los musulmanes, porque Zeinab era la nieta del profeta. Queremos proteger este santuario y todos los demás, pero éste nos preocupa, porque si resulta dañado los chiítas del mundo enfurecerán más contra los sunitas y estamos protegiendo a todos los musulmanes. Este es un amistoso hombre que vive y duerme en la mezquita de Sayyida Zeinab y lo ha hecho desde hace un año. El último mortero dañó una pequeña parte del techo hace unos días. Sabemos quién, exactamente, está tratando de destruir este edificio. No son los sunitas, porque ellos no piensan así. Son los salafistas, afirma. Ah, esos grandísimos destructores de tumbas y de santuarios que atentan también contra budistas, los salafistas. Ciertamente están en Siria ahora y son financiados por nuestra vieja y próspera amiga Arabia Saudita.

Camino hacia el gran cuadro de mármol destinado para el rezo y ahí encuentro con otro a Zeinab. Una mujer siria con dos niños muy pequeños en una carriola. No tengo miedo, dice. Todo es normal aquí. Eso no es verdad, por supuesto. Ella mira a los dos soldados que están en una esquina. También me acerco a Moratada Alí, de 30 años, originario de Nayaf, Irak. ¿De Irak?, le pregunto incrédulo. Me explica que llegó como refugiado hace dos años y medio para escapar de los horrores sectarios de su país. Él sí admite que tiene miedo. Vive a la vuelta del templo con su esposa y dos hijos. Afirma que el santuario le habla. La mujer, apostada no lejos de Zeinab, es una verdadera originaria de Zeinab, que cuidó su vasta familia cuando Hussain murió desangrado, y dice que reza a la nieta del profeta para que la proteja.

Sólo por casualidad, un amigo sirio mencionó en estos días que su hermano fue secuestrado hace seis meses. Nunca me lo había comentado. Aún lo estamos buscando, dice, y me doy cuenta de que él está bajo estado de sitio y Damasco no. No es Leningrado en 1941 ni Stalingrado ni Troya. Ni siquiera es Beirut en 1982. La mejor descripción que he escuchado de un colega es que Damasco se está perdiendo, pero definitivamente no se ha acabado.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca