Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 14 de abril de 2013 Num: 945

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Paco Ignacio Taibo II,
el desmitificador

Marco Antonio Campos

Cartas de amor en venta
Vilma Fuentes

Tres poetas

Las cuatro vidas de
Enzo Battisti

Fabrizio Lorusso entrevista
con Cesare Battisti

Alas y raíces en Palermo:
una cultura comunitaria

Carmen Parra entrevista con Leoluca Orlando, alcalde de Palermo

ELOÍSA Y SU Príncipe:
un premio para los
libros de cartón

Esther Andradi

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Perfiles
Febronio Zataraín
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Alonso Arreola
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DM/DM

Adivine nuestro lector el nombre del grupo. Inténtelo. Datos no le faltarán. Comenzaremos diciendo que siempre reconocimos, algunas veces con vítores y aplausos, las grandes canciones de este trío electropop surgido en Basildon, Inglaterra, hace treinta y tres años. “Enjoy the Silence”, por ejemplo, es una de las diez composiciones que nos llevaríamos a la isla desierta. Asimismo, es fácil reconocer que piezas como “Never Let Me Down Again”,  “Personal Jesus”,  “Policy of Truth”,  “Behind The Wheel”,  “Precious”  y  “Wrong”, entre otras, son verdaderas joyas del repertorio popular. En ellas se reúnen las mejores cualidades del conjunto: garbo, lobreguez e introspección; melodías elegantes, ritmos vigorosos y armonías profundas que pocas veces llegan al optimismo común.

Por otro lado, aunque somos parte de una generación que vislumbró en ellos un lenguaje que se dejaba entender en fiestas y antros lo mismo que en la soledad de la habitación, continuamente concluimos que sus discos contenían paja. Claro, somos injustos. No hay triunfos sin derrotas. Además, al paso de tantos años juntos ha quedado probada su filosofía: no sacrificaron su visión ni compromiso artístico en pos de la audiencia, pese a su perfil fashionista. Sin embargo, sus tres últimos trabajos, Exciter, Playing the Angel y Sounds of Universe, fueron algo débiles. De allí que nos entusiasme que David Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher hayan vuelto a lo más alto. Su pase de regreso es este Delta Machine (Columbia, 2013). Una espléndida colección de trece piezas que, inusualmente en su carrera, exploran ritmos ternarios y guitarras que clavan agujas voodoo en ambientes tipo blues, pero con los sampleos, programaciones y teclados más sofisticados que hayan desarrollado. Sólo basta echarlo a andar para que “Welcome to My World” establezca una base trip hop que nada debe envidiarle a Portishead. Diáfana invitación a este río, evoluciona en sonidos acústicos con una sorpresiva sección de chelos estirando neciamente sus acordes dominantes: “We’ll watch the sunrise set, and the moon begin to blush our naked innocence.”

La segunda, “Angel”, persiste en el down tempo. Tiene un puente tipo Beatles que flota sin batería para luego proponer un pulso batiente, transfigurado en techno. Indudablemente, lo inesperado es el hilo que borda todo. “Heaven” es otra prueba. Es la más orgánica del disco, la que mejor involucra esa otra personalidad de la banda; la rockera. “Secret to the End” propone un terreno conocido. Moogs (teclados análogos), fraseos distorsionados, percusiones discontinuas, elementos imposibles de contabilizar que revelan otra tesis de la máquina: lo que hoy hace el trío es, básicamente, música clásica. La diferencia entre esto y lo que se escucha en foros académicos es la tímbrica, la voz de los instrumentos. No es una orquesta de alientos y cuerdas sino de innumerables objetos pasados por el obseso tratamiento con el que Fletcher y Gore se comprometen siempre.

“My Little Universe” llega al abismo insondable. Su letra sigue la senda de la primera persona que determina al David Gahan de 2013. Es otra de las que apuntan a la genuina preocupación por los procesos, no por los resultados. “Slow”, la siguiente, está en compás de 6/8. Es una de las semillas mejor plantadas en las aceitosas aguas que separan cada canción. Erótica, desesperante, es sobrevolada por una abeja que taladra el aire. “Broken” es una concesión para los más viejos fanáticos del grupo. Parece compuesta y grabada en los ochenta. Es precisa, pero menos relevante que “The Child Inside”, cantada por Martin Gore (autor, como siempre, de la mayoría del álbum). Otra balada ternaria, cercana al mundo culterano, pero inundada por aspectos de fina electrónica, como si el alemán Alva Noto hubiera sido invitado a poner los aderezos. El viaje sigue con “Soft Touch/Raw Nerve”, una de ésas que, justo cuando diríamos que debieron quedar fuera, impactan al estómago con efectividad. Definitivamente, empero, carece de la relevancia de “Should Be Higher”, que mezcla escalas pentatónicas en plan oriental, con la mejor melodía para coro del disco entero. Una barbaridad de tema.

Y aquí debemos detenernos. Sabemos que esta descripción es aburrida para la lectora y el lector. Perdón. Lástima que no están escuchando el disco a nuestro lado. Aún faltan tres temas por comentar, “Alone”, “Soothe My Soul” y “Goodbye”, pero nos parece mejor terminar hablando de los silencios de Delta Machine. Pocas veces se aprecia la delicadeza y esmero con que los músicos separan cada corte. A veces de inmediato, a veces con un largo aliento, este es un trabajo redondo en forma y fondo. Si duda de nuestro entusiasmo, visite en internet el show que Depeche Mode dio el 11 de marzo pasado en el teatro Ed Sullivan de Nueva York. Porque sí, se trata de ellos. (Y por favor, cuando vea ese video acérquese también un platito para la baba. No vaya a ser la de malas.)