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El instinto de muerte a plenitud
L

a comunidad puede ser distinta vía a la desgracia si, a partir de lo desacostumbrado, podemos ser diferentes. ¿No existirá la posibilidad de que las neurosis traumáticas como secuela lógica de las pérdidas: muertos, heridos y aterrorizados en Estados Unidos y otras partes del mundo que se quedaron con las imágenes vía la televisión del atentado terrorista ejecutado en Boston esta semana, puedan ser elaboradas con una nueva forma de ser y no cual es nuestro signo, con el lamento, la resignación y nuevas pérdidas?

Ante estos lamentables acontecimientos vale la pena detenerse en la reflexión del filósofo francés Guilles Deleuze, uno de los grandes constructores del siglo pasado, quien planteó, entre otros pensamientos, un segundo Más allá del principio del placer freudiano, segunda síntesis del tiempo en el inconsciente como tal. La primera síntesis pasiva presentaba la repetición como vínculo o ligazón, según el modo recomenzado de un presente vivo. Este garante de la fundación del principio del placer de Freud en dos sentidos complementarios, del que emanaban a la vez tanto el valor general del placer como instancia en que la vida síquica se encuentra sometida y la satisfacción particular alucinatoria, viniendo a llenar cada yo pasivo con una imagen narcisista de sí mismo.

La segunda síntesis, la de Eros, plantea la repetición como desplazamiento y disfraz y funciona como fundamento del principio. La interrogante que se planteó Deleuze era saber cómo el principio se aplica a aquello que gobierna y bajo qué condición y las limitaciones y profundizaciones que lleva a cabo.

La pulsión, definida por Deleuze solamente como excitación ligada, emerge como una nueva forma diferenciada: pulsión de conservación ligada a una línea activa de realidad y como pulsión sexual en una nueva dimensión de profundidad pasiva. Es así que Freud se mostró escrupuloso en el momento de distribuir la diferencia y la repetición, desde el punto de vista de Eros, en la medida en que mantenía la oposición entre ambos factores, e intuía la repetición bajo el modelo material de lo que Deleuze enunció como la diferencia anulada al definir a Eros por medio de la introducción o incluso mediante la producción de nuevas diferencias.

Eros implica la unión de dos cuerpos celulares; Deleuze introduce así nuevas diferencias vitales: No hemos podido discernir en el instinto sexual sino en la tendencia a la repetición, cuyo descubrimiento nos ha llevado a concluir la existencia del instinto de muerte. Al enlazar de nuevo en este discernir a los objetos virtuales y al narcisismo, el carácter esencialmente perdido de los objetos parciales y el carácter ineludiblemente travestido de los objetos reales, fueron, según la óptica de Deleuze, potentes motivaciones del narcisismo. Cuando la libido retorna al yo, el yo pasivo se torna narcisista en su totalidad, y se interioriza la diferencia entre las dos líneas, al experimentarse a sí mismo como perpetúame desplazado en una y disfrazado en la otra.

El yo narcisista es inseparable de su herida constitutiva al nacer de ese trazo que dolerá siempre, marca indeleble de la incompletud, entretejido en los desplazamientos y disfraces constituyentes de su modificación. Máscara que cubre otra máscara, trasvestimiento encubridor de otro travestimiento, en palabras de Deleuze: El yo que no distingue sus propios bufones y marcha a la pata coja sobre una pierna verde y una roja. La noche que no puede distinguirse entre sus propias sombras, como el sol se pierde entre sus propios destellos. Al mismo tiempo que el yo pasivo se convierte en narcisista, la actividad debe ser pensada (proceso secundario) y no puede serlo sino como efecto, al remitir la modificación que el yo narcisista experimenta por su cuenta a la forma de un yo que se plasma sobre sí como Otro.

Un yo activo pero fallido, origen y correlato de un yo narcisista, pasivo y herido, producto complejo: bien denominado por Paul Ricoeur (otro de los grandes pensadores franceses del siglo pasado) cogito abortado. A final de cuentas lo que existe es el cogito abortado, sujeto larvario reflejo de esa fractura del yo que no es otra cosa que el tiempo como forma pura y vacía desprendida de los contenidos. El yo narcisista aparece nítidamente en el tiempo, pero en modo alguno constituye un contenido temporal: el reflujo de la libido hacia el yo hace abstracción de todo contenido. El yo narcisista se perfila como el fenómeno correspondiente a la forma del tiempo vacío sin llenarla, como fenómeno espacial de dicha forma en general: fenómeno espacial cuya presentación es distinta para la automatización sicótica que para la castración neurótica.

El tiempo en el yo como determinante de un orden, un conjunto, una serie. El conjunto del tiempo confluye en la imagen de la acción formidable, la acción=x, prohibida y predicha. El yo narcisista repite, una vez más siguiendo el modelo trazado del antes o de la falta.

Por eso canta nuestro poeta:

¿Es que acaso se vive de verdad en la tierra?
¡No por siempre en la tierra
Sólo breve tiempo aquí!
Aunque también sea jade: también se quiebra
aunque sea oro, también se hiende y
aun el plumaje del quetzal se desgarra
¡No por siempre en la tierra
Sólo breve tiempo aquí!