Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de abril de 2013 Num: 946

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Desaparecidos: entre veladoras y charlatanes
Agustín Escobar Ledesma

La última promesa de
Irène Némirovsky

Cristian Jara

Con la bala en la cabeza
José Ángel Leyva

Espejismos
Kyn Taniya

Evodio Escalante y
los estridentistas

Marco Antonio Campos

Irradiador y la luz
del estridentismo

Evodio Escalante

Los tráilers que caen
del cielo: meteoritos

Norma Ávila Jiménez

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
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Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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La última promesa de
Irène Némirovsky

Cristian Jara

Foto: www.forlagid.is

En 1929, a sus veintiséis años, Irène
Némirovsky (nacida en Kiev, en 1903)
publicó en Francia David Golder. Para
la crítica francesa fue un bombazo; la
novela fue calificada de “obra maestra”.
De la noche a la mañana Irène saltó a la
fama y despertó admiración en el público
y respeto entre autores que veían con
asombro su talento. Para ella fueron años
de vida holgada; tenía una familia
ejemplar y se centró en escribir novelas
de espíritu realista. El esplendor de la vida latía; el horror de la guerra vendría después.

Transcurridos nueve años de su éxito abrumador, y pese a su enorme reputación, le negaron la nacionalidad francesa. Tal rechazo parecía presagiar un destino, el suyo: en 1939 con la idea de sobrevivir a los nazis, ella y su familia decidieron convertirse al catolicismo, pero fue inútil. El cerco se estrechó en 1940, cuando el gobierno de Vichy le impidió publicar más novelas. Por entonces Michael Epstein, su marido, perdió el trabajo en la Banque des Pays du Nord. En medio de ese contexto y pese a la incertidumbre, Némirovsky se embarca a escribir Suite francesa, novela inspirada en la Quinta sinfonía, de Beethoven, con la que buscaba retratar, en un ambiente bélico, los rasgos más crueles de los distintos estratos sociales que en Francia logró conocer.

Al alba, con su carpeta marrón cargada de papeles cebolla bajo el brazo, encontraba refugio a la sombra de los árboles y, valiéndose de una letra minúscula, escribía alrededor de tres capítulos al día. Ya para entonces toda la familia había logrado reunirse en aquella casa de Issy-LÉvêque, en Borgoña, donde un año atrás sus dos hijas –Denisse y Elizabeth– consiguieran refugiarse gracias al incondicional apoyo de su niñera.

Cuando faltaba un mes para la batalla de Stalingrado, los nazis quebraban todas las puertas. Irène tenía treinta y nueve años y un presagio: “He estado escribiendo mucho, me imagino que serán mis obras póstumas, pero cuando menos me ayudan a pasar el tiempo”, le escribió a su antiguo editor. La noche del 13 de julio de 1942, cuatro miembros de la gendarmería francesa llamaron al timbre. “Mamá volverá”, aseguró Irène a sus dos hijas que la miraban aterradas. En ese momento, apoyándose en su condición de exbanquero, Michael acudió al embajador del Reich; le recordó quién había sido y aseguró que su mujer sentía nula simpatía por el régimen bolchevique; que su detención había sido un error. Rechazada la petición, a cambio de ver libre a Irène, Michael ofreció su vida, pero tres meses más tarde quedó también detenido.

Auxiliadas por una tutora, Denisse y Elizabeth empacaron y consiguieron huir de aquella casa refugio; pueblo por pueblo soportaron la angustia de la clandestinidad en graneros y sótanos. En 1945 la guerra llegó a su fin. Por boca de los judíos sobrevivientes corría la palabra dolor; en el caso de Denisse y Elisabeth, la palabra esperanza. Después de escribir los nombres de sus padres en carteles, corrieron a la Gare de l Est, donde afluían los sobrevivientes de los campos de exterminio nazi, pero recibieron la noticia de que su madre había fallecido de tifus en Auschwitz y que, meses después, los alemanes habían asesinado a Michael.

Con el paso de los años, Denisse y Elizabeth descubrieron que el destino familiar había estado marcado por la huida. En 1918, en plena revolución rusa, la pequeña Irène y sus padres se vieron obligados a huir de Kiev; después de una breve etapa en Finlandia y Suecia se instalaron en Francia y ahí fijaron su residencia.

Mediante fotos fechadas y documentos, Denisse y Elizabeth descubrieron lo ejemplar que había sido Irène en la escuela. Dominaba el francés y se había graduado con honores en la Sorbona; leía de manera compulsiva y a sus hijas les quiso brindar el amor que su madre le negó por no soportar envejecer al lado de una jovencita. Descubrieron que su libro favorito era El retrato de Dorian Grey, que tenía devoción por Dostoievsky y Turguéniev y que, por otra parte, había alcanzado éxito con David Golder (1929), El Baile (1930), Nieve de otoño (1931), El vino de la soledad (1935), Jezabel (1936) y Los perros y los lobos (1940), entre otras obras, todas marcadas por la vena cruda del realismo familiar, hasta antes de que se lo prohibieran por ser judía.

En 1975 Denisse abrió la maleta de su madre; entre prendas y olores del pasado halló una carpeta marrón y hojas de papel cebolla escritas con una letra minuciosa. Ante el miedo a extraviar un legado familiar, valiéndose de una lupa, ella y Elizabeth emprendieron la titánica tarea de pasar en limpio aquel manuscrito que conformaba una novela inconclusa. Hicieron dos copias, pero el entusiasmo se detuvo cuando Elizabeth enfermó de cáncer. Aun así, en 1992 escribió Irène Némirovsky, la biografía imaginada de su madre. En 2004 Denise envió el manuscrito de Suite francesa a un editor. Por primera vez en la historia, un autor muerto fue galardonado con el Premio Renaudot de literatura. Aunque a Denisse le habría gustado celebrarlo con su hermana, fallecida en 1996, sabe que se ha hecho justicia y más tras el descubrimiento y publicación en 2007 de El ardor de la sangre, drama rural impregnado de traición, muerte e intriga, escrito entre 1937 y 1941. Olivier Philipponnat y Patrick Lienhardt, actuales biógrafos de Némirovsky, la rescataron de documentos que pertenecieron a André Sabatier, su editor de aquellos convulsos años, lo que le otorga mayor azar al regreso fortuito de esta autora.

Denisse tiene ahora ochenta y tres años, vive en Toulouse y ha erigido un santuario en nombre de su madre que aquel día de 1942 prometió volver... Irène cumplió su promesa.