Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de abril de 2013 Num: 946

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Desaparecidos: entre veladoras y charlatanes
Agustín Escobar Ledesma

La última promesa de
Irène Némirovsky

Cristian Jara

Con la bala en la cabeza
José Ángel Leyva

Espejismos
Kyn Taniya

Evodio Escalante y
los estridentistas

Marco Antonio Campos

Irradiador y la luz
del estridentismo

Evodio Escalante

Los tráilers que caen
del cielo: meteoritos

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
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Javier Cruz: La vida es sueño

La realidad es muy limitada, piensa el creador Javier Cruz (México, DF,1952), para quien los sueños han sido la dimensión idónea desde la que plantea su universo pictórico. Pero los sueños en este artista no se limitan al terreno de la fantasía, sino que son alimentados por un importante bagaje cultural que ha ido construyendo a lo largo de su quehacer artístico, y que tiene como principales fuentes de inspiración la literatura y el cine. Con anterioridad ha evocado en su obra a grandes escritores, como García Márquez y Borges, entre muchos otros, y en su trabajo reciente que se presenta en la Casa Lamm bajo el titulo de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, es un mero pretexto para desenmarañar los hilos del azar y tejer las redes del inconsciente que le permiten urdir fragmentos de la comedia filosófica que es la vida misma. Carlos Fuentes solía decir que siempre estaba escribiendo el mismo libro, y asimismo, para Cruz, sus pinturas son la continua evolución de la percepción sensorial e intelectual de su vida captada desde una visión cinematográfica, es decir, desde diferentes puntos de vista, como lo plantea plásticamente en sus composiciones fragmentadas en recuadros que encierran, más que anécdotas, desdoblamientos de su propio yo.

En las obras recientes de Javier Cruz se pueden observar dos estilos pictóricos divergentes, casi diríase opuestos. Por un lado, Cruz construye composiciones muy libres y abiertas en las que se percibe la soltura de trazos ágiles y volátiles que dibujan líneas muy fluidas, como nacidas de un acto de total desenfado; y por el otro, el espectador se enfrenta a composiciones estructuradas más rígidamente, en las que salta a la vista un interés por la solidez y el peso del dibujo más contundente que insinuado, lo que remite a las líneas firmes y gruesas del grabado en madera o xilografía. Y esto no es fortuito, pues Cruz ha destacado también como un extraordinario artista gráfico, como lo demostró en aquella lejana exposición en el Museo Carrillo Gil en 1983: Gráfica y pintura. Tomando en cuenta esta disensión estilística que, desde mi punto de vista, es sumamente atractiva, resalta también la complejidad de su cromatismo que es, sin duda, uno de los rasgos más llamativos de su pintura. Javier Cruz no tiene empacho en aventurarse a explorar las más extravagantes gamas de colores, entre las que irrumpen sus azules profundos de reminiscencia mediterránea, sus candentes y explosivos naranjas y amarillos, y en esta obra reciente en particular, una sutilísima gradación de tonos ligados al paisaje telúrico. Y en este punto concuerdo con Teresa del Conde, quien anota en el catálogo bellamente impreso que acompaña la muestra, que sus colores “tienden a rememorar los colores naturales; la tierra, las polvaredas, el aire, el agua, las matas secas al sol, a veces las llamas, en suma la luz que incide sobre ciertas superficies, la semipenumbra que deja entrever otras, o bien la contundencia absoluta de la bicromía por antonomasia: el blanco y negro que quizá guarda reminiscencia con una tradición gráfica de siglos que se inició con los grabados en madera, procedimiento que poco admite las medias tintas”. Sin embargo, no obstante el impacto que provoca su colorido, éste no es su único valor plástico, sino que también cabe resaltar la calidad de su dibujo y la maestría técnica que consigue en la aplicación de las finas capas texturadas que sobrepone creando delicados juegos lumínicos.  A diferencia de muchos pintores actuales que, por la dificultad de sus formatos o técnicas, recurren a un equipo de ayudantes, Javier Cruz cuida en forma personal y directa –me atrevo a decir que casi obsesiva– desde la hechura de sus bastidores ensamblados por él mismo en finas maderas de caoba, el tensado de sus lienzos de lino alemán y, sobre todo, el riguroso cuidado técnico que dedica a la elaboración de cada pieza conformada por enjambres de dibujos y esgrafiados trabajados como un palimpsesto que recibe las numerosas capas de pintura.


El hombre de la cerradura

Segismundo no aparece en La vida es sueño de Javier Cruz, porque su presencia significaría un interés por la ilustración, y nada más ajeno a este artista que esa intención. Cruz piensa con los ojos y pinta con el corazón siempre el mismo cuadro, como un interminable juego de espejos en el que, quien se mira, mira al otro. En ese juego de desdoblamientos, Javier Cruz propone una realidad fractal y múltiple, la baña de colores disparatados y, con tremenda gracia y arrojo, parafrasea a Paul Éluard, quien sostenía que el mundo es azul como una naranja.