Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 21 de abril de 2013 Num: 946

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Desaparecidos: entre veladoras y charlatanes
Agustín Escobar Ledesma

La última promesa de
Irène Némirovsky

Cristian Jara

Con la bala en la cabeza
José Ángel Leyva

Espejismos
Kyn Taniya

Evodio Escalante y
los estridentistas

Marco Antonio Campos

Irradiador y la luz
del estridentismo

Evodio Escalante

Los tráilers que caen
del cielo: meteoritos

Norma Ávila Jiménez

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


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Juan Domingo Argüelles

La poesía de Silvia Eugenia Castillero

“Singular y rigurosa experiencia verbal” denomina Ernesto Lumbreras al nuevo libro, En un laúd-La catedral (2012), de Silvia Eugenia Castillero, poeta que suma este volumen a otras obras suyas también rigurosas y de excelente lirismo.

Desde sus libros anteriores (Como si despacio la noche, 1993; Nudos de luz, 1995; Zooliloquios, 1997; Historia no natural, 2004, y Eloísa, 2010), Castillero ha ido construyendo una obra poética en cuyas páginas sobresalen el excelente uso del lenguaje, la depuración de la palabra, el ritmo, el símbolo y el certero significado.

En un laúd-La catedral (publicado por el Fondo Editorial Estado de México, y con el cual obtuvo el segundo premio del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz en 2011), más que describir la arquitectura, su entorno y los seres humanos que le dan vida, lo que hace Castillero es erigir con palabras ese universo de música congelada: “Tocada en un laúd/ –de piedra la catedral./ En un jardín el laúd vocaliza/ la expansión de un salmo/–catedral./ Toca el laúd donde hay un jardín,/ no hay piedra –ni construcción–/ es la cuerda: vibra en el vitral/ el quiebre con la plegaria./ Notas de flauta bocetan ojivas,/ plañidera del canto./ De piedra las quimeras/ –gorgonas, muchachas–/ versiones encontradas: veneno y misericordia:/ gárgolas de la catedral./ Nos escupen. Si solea sobre la piedra/ son indiferentes./ En el jardín –sobre el ocaso. En ángulo agudo. Un laúd.”

Silvia Eugenia Castillero es, además de editora (dirige la revista Luvina de la Universidad de Guadalajara), una traductora excelente de poesía, que conoce plenamente el lenguaje. No es casual que su poesía esté llena de sonoridades, aliteraciones y finos ecos que rebotan en la piedra maciza del idioma. “Vibra en el vitral el quiebre con la plegaria”, dice por ejemplo, y el vibrar no sólo lo escuchamos sino que lo vemos: hace visible un verbo auditivo, y de esta misma manera hace táctil (en la piedra, en los relieves, en las ojivas) la música del laúd, instrumento de raíz árabe como las manos que construyeron tantas catedrales.

Mientras leía los poemas de En un laúd-La catedral, recordé muchos momentos de mi lectura del clásico del hermetismo El misterio de las catedrales, de Fulcanelli. Así como Castillero nos conduce, paso a paso, del pórtico a la cripta, Fulcanelli hace lo propio y nos dice: “La catedral es el refugio hospitalario de todos los infortunios... Es asilo inviolable de los perseguidos y sepulcro de los difuntos ilustres. Es la ciudad dentro de la ciudad, el núcleo intelectual y moral de la colectividad, el corazón de la actividad pública, la apoteosis del pensamiento, del saber y del arte.”

Castillero nos guía y canta: “Desde la altura/ el santo de mirar/ translúcido abastece de luz/ al templo. Monolito vertido en/ incienso hacia los puntos cardinales,/ captura los rayos del sol. Sus ojos/ trafican brillos de cuarzo y ágata/ con siete árboles rojos/ dentro y en su tronco/ un tinte de piel salpicado/ de opacidad: Mirada de color/ sanguíneo, con círculos casi artificiales./ Por la espalda se llega al santo,/ sus ojos en la perfección/ se vuelven pura bóveda.”

La bóveda es la del cielo, pero también la de la catedral: la de un mundo dentro de otro mundo (“ciudad dentro de la ciudad” dice Fulcanelli), que del modo siguiente nos la muestra Silvia Eugenia: “No comprendo esa cara,/ cristal, pura luz/ ¿es mirada deshilada?/ Frontera que toca/ la bruma de mirarnos/ ¿lleva un rumbo?/ Es un escalofrío trepando mi cuerpo/ furtivo, insólito,/ contorno afilado con fechas./ Estrangula –me coloniza–/ se extingue en mí./ Es perfección aislada:/ temblor de vocales,/ anuncio del aire/ –muralla./ Anchura del tiempo./ No comprendo esa cara,/ acrobacia en los ojos/ para subir a la bóveda./ Y los reflejos tartamudean./ Un rostro incomprensible/ arde contra el cielo.”

Poesía táctil y música pétrea. Con ellas, Castillero nos conduce hacia las puertas del secreto o de los muchos secretos y milagros de esta ciudad dentro de la ciudad, que bien puede ser la catedral de Notre-Dame. Con su guía poética, nos descubre “rosas furtivas”, “diablos disueltos en el polvo de los siglos”, “diablos ígneos”, “diablos aéreos”, “pliegues que se hunden en aceite”, ríos de piedra, olas de luz, colores, rezos, máscaras y, por supuesto, reflejos, destellos, relámpagos: la piedra que es gota o es esfera, sueño, gárgola y pesadilla “en el último nivel de la luz”.