Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de abril de 2013 Num: 947

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tomar la palabra...
y sostenerla

Armando Villegas entrevista
con Santiago López Petit

Involuntario Museo
de los Hallazgos

Ricardo Bada

El amigo Paciencia
Guy de Maupassant

Lo trascendente y
lo sagrado en la postmodernidad

Fabrizio Andreella

Arbitraje científico
Manuel Martínez Morales

Los sentimientos
Minas Dimakis

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Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
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Javier Sicilia

Camus y la fidelidad a la infancia

Quizá la afirmación de Freud, “infancia es destino”, tenga su más hermoso ejemplo en Albert Camus. Él mismo lo sabía cuando en 1945 escribió:  “No sería el hombre que soy si no hubiera sido el niño que fui”, y cuando al final de su vida, como una conmovedora explicación y un homenaje a ese testimonio, escribió El primer hombre. ¿Cómo ese niño pobre, que perdió a su padre en la primera guerra mundial cuando tenía un año, que fue criado por una abuela brutal y una madre silenciosa y analfabeta, en un ambiente de toneleros, entre las chábolas de Argelia, se convirtió en la más alta conciencia moral del siglo XX, ajena al resentimiento, a las pasiones tristes, al rencor, al odio y al deseo de venganza? La respuesta no sólo está en El primer hombre, sino en los primeros capítulos de la biografía que Michel Onfray le dedica, El orden libertario.

Muchas son las capas donde las raíces de su moral se hunden y encuentran su alimento en una tierra pobre y miserable. Pero hay una, además de la ternura que a través de su silencio su madre le enseña: la de la justicia que le viene de la fidelidad al padre.

Aunque nunca lo conoció, aunque fue una figura cuyos rasgos se habían perdido en la orfandad, un gesto de Lucien Camus –que le narra el director de la escuela, quien lo presenció, y que le refuerza esa figura paterna de substitución, Louis Gemain, su profesor de primaria que había peleado al lado de Lucien Camus en la batalla del Marne donde perdió la vida y a quien Camus dedica el discurso de recepción del Premio Nobel– forja su conciencia y su destino en la justicia: el destacamento de su padre acampa en la cima de una colina en el Atlas. Lucien y el director tienen que relevar a los centinelas. Los llaman, pero no responden. Están degollados y en su boca llevan el sexo emasculado. Frente a ese horror, Lucien dice que los que han hecho eso no son hombres. Contra las justificaciones que da el director, Lucien grita:  “No, un hombre se contiene. Eso es un hombre, y si no… Yo soy pobre, salgo del orfanato, me ponen este uniforme, me arrastran a la guerra, pero me contengo.”  “Hay franceses que no se contienen”, vuelve a decir el director. “Entonces –Lucien exclama entrando en su tienda pálido como un muerto– tampoco son hombres. ¡Raza inmunda!”

En esa anécdota, narrada en El primer hombre, está una gran parte de Camus: El hombre rebelde, La peste, Los justos, La caída, sus grandes alegatos contra la pena de muerte, su condena a las ideologías que justifican el crimen, sus discusiones con Sartre y la izquierda. En esa fidelidad y en el agradecimiento al gesto de ese hombre duro, huérfano de padre y madre, que había trabajado como trabajan los pobres, que había tenido que matar en la guerra porque se lo ordenaron, que apenas sabía leer y escribir, y que murió a los veintinueve años, “pero que en el fondo guardaba una negativa, algo inquebrantable”: la pobreza que no se elige, pero que puede conservarse, el niño Camus encontró al hombre que sería y la lección de altísima moral que le legó al mundo. “Para volverse un hombre –escribe Onfrya–, ese hijo sin padre debía obedecer al padre sin hijo –al menos al padre que no tuvo tiempo de educar a su hijo.” Allí “nació el proyecto existencial de un niño lanzado a la vida para convertirse en un hombre: ser fiel y agradecido a las palabras silenciosas del padre”, es decir, a la moral de la infancia. Sin la fidelidad a ese gesto del padre y al apoyo paterno que le brindó Luis Germain, el hombre en el niño se habría perdido. Esa fidelidad y ese agradecimiento lo externará en su discurso de recepción del Nobel: “Quisiera recibir este premio como un homenaje a todos aquellos que, compartiendo el mismo combate, no recibieron ningún privilegio y conocieron, en cambio, la desgracia y la persecución. Sólo me queda dar las gracias, desde el fondo de mi corazón, y hacer pública en señal personal de gratitud, la misma y antigua promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a sí mismo, silenciosamente, todos los días.”

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad y resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón.