Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 28 de abril de 2013 Num: 947

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tomar la palabra...
y sostenerla

Armando Villegas entrevista
con Santiago López Petit

Involuntario Museo
de los Hallazgos

Ricardo Bada

El amigo Paciencia
Guy de Maupassant

Lo trascendente y
lo sagrado en la postmodernidad

Fabrizio Andreella

Arbitraje científico
Manuel Martínez Morales

Los sentimientos
Minas Dimakis

Leer

Columnas:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
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Jóvenes poetas chilenos

Hernán Lavín Cerda


Blanco Móvil,
Núm. 122,
Invierno,
México, 2013.

Celebramos la aparición del número 122 de Blanco Móvil, que corresponde al invierno de 2013. Esta nueva entrega de la revista está destinada a la difusión de una muestra de 50 poetas jóvenes de Chile, que preparó el muy querido poeta y amigo Juan Cameron.

En la década de 1970 la crueldad se entronizó en algunos países de Sudamérica. Dolor, crueldad y más dolor. Exilios e intraexilios. Barbarie en lugar del amor a los semejantes. El fin justificando la crueldad no sólo física. Qué terrible es, a menudo, la criatura humana. No es como para echar las palomas al vuelo. Uno escribe entonces a vuela pluma, a vuela máquina, y dice desde la hondura de los otros lo que siente. ¿Cómo pudo ocurrir lo que ocurrió? Los demonios del Apocalipsis andaban sueltos. ¿Qué hacer para que no se multipliquen y vuelvan a lo mismo de siempre? Mejor hubiera sido permanecer infinitamente en la infancia y no crecer nunca, sí, nunca jamás, sí, jamás de los jamases. Dice Mosches casi al final de su introducción “Los primeros pasos”: “Nos encontramos con cincuenta poetas, jóvenes hombres y mujeres, que van creando sinfonías disímiles pero intensas, sonido profundo a cobre, a dureza de vida, a alegría de carrusel y amor entre las sábanas de pasto verde y algún cadáver que sonriente dice ‘a través del confuso esplendor, a través de la noche de piedra, déjame hundir la mano y deja que en mí palpite, como un ave mil años prisionera, el viejo corazón del olvidado.’”

Vislumbro ecos de los maestros de la poesía escrita en Chile desde los primeros años del siglo XX: Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, y luego Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Alberto Rubio. Y esta continuidad es un fenómeno que reconforta. Ojalá pudieran, asimismo, establecer vínculos con la tradición no sólo poética de otras latitudes. Se abriría así el abanico de las correspondencias anímicas y escriturales. A partir de la tradición interna, volar hacia el mundo que no sólo puede ser ancho y ajeno. Como muy bien lo apunta en su prólogo el poeta y amigo Juan Cameron: “Chile es un país demasiado extenso para su población, con una distancia superior a los 4 mil 500 km entre la nortina Arica y la sureña Punta Arenas. Y además, a causa de un centralismo endógeno (el país semeja un territorio ocupado por la ciudad de Santiago), sufre de incomunicación extrema. Fenómeno que se ve aumentado por una total y, al parecer, definitiva ausencia de referencia crítica, tanto en la prensa escrita como en el mundo académico. Ignorante o desinteresado en la producción en actual ejercicio, el foro no es ajeno a la dictadura del mercado impuesta en el país a partir de 1973. Frente a este panorama, el mundo virtual resulta casi el único puente entre el escritor y su mañoso lector.” Esta introducción fue escrita por el propio Cameron en el puerto de Valparaíso, durante el mes de marzo de 2012.

Debo decir que hay frescura y cierto desenfado en algunos autores, y más aún cuando se toca el tema del erotismo jubiloso. Pienso en algunas poetas o poetisas, para decirlo al modo más antiguo y, no por ello, menos elegante. Qué modo de soltarse no sólo las trenzas del corazón, como tal vez hubiese dicho en su tiempo el inolvidable Rubén Darío, nuestro liróforo celeste.

Yo los invito a que lean en voz baja, a media voz y en voz alta a los jóvenes poetas que aquí aparecen. En estas páginas de Blanco Móvil hay de todo. Soltura, rigor a veces, desparpajo, soledad, coraje, melancolía, erotismo desde el ángulo femenino, naturaleza no propiamente muerta, e incertidumbre hacia el futuro. Los hablantes se multiplican como el derrame de algunos volcanes más o menos contenidos, y de improviso la erupción de la tristeza en estos jóvenes que se multiplican sin descanso. Ellos son los testigos de un tiempo cruel, sin duda. Yo los invito a que descubran el dolor, pero también la esperanza de Chile en la voz de sus jóvenes que nacieron en aquellos días de la crueldad, la barbarie y la desolación.


Pendientes de la historia

Antonio Soria


Cada quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica,
Adolfo Gilly,
Editorial Era,
México, 2013.

Será lugar común, pero eso no le quita un ápice de verdad a la frase aquella que advierte sobre el riesgo de que, al ignorar el pasado, el presente no pase de ser una repetición de aquél. Casi por definición, o cuando menos por profesión, desde luego son los historiadores quienes mejor pueden apreciarlo e, idealmente, actuar en consecuencia.

Consecuencia directa de las flagrantes deficiencias que baldan nuestro sistema educativo –mismas que de seguro no habrán de resolverse con una “reforma educativa” como la hoy en liza, concebida desde una perspectiva laboral y no pedagógica o académica–, con la historia sucede lo mismo que con materias como matemáticas o “español”: son impartidas muy desde el principio del proceso educativo, son reiteradas a lo largo de muchos años, pero nada pareciera bastar para que su adquisición sea sólida y amplia o, cuando menos, suficiente y no tan endeble como lo pone en evidencia cada nuevo examen.

Vale imaginar al politólogo e historiador Adolfo Gilly perfectamente consciente de lo anterior cuando acomete la tarea de escribir un libro como Cada quien morirá por su lado, en el que documenta de manera exhaustiva, estructura de modo revelador y cuenta de manera fascinante los hechos conocidos como la Decena Trágica, es decir los diez días que, en febrero de 1913, torcieron definitivamente el curso de un movimiento revolucionario en ese momento aún lejos de su conclusión. (Insoslayable mencionar, así sea de pasada, la importancia que al respecto tiene La revolución interrumpida. México, 1910-1920: una guerra campesina por la tierra y el poder, del mismo Gilly, publicado por primera vez hace cuarenta y dos años.)

Para la impresión superficial e insuficiente que la ídem educación escolar nos ha dejado, la Decena Trágica no pasa de ser el punto que marca el asesinato de Francisco i. Madero y José María Pino Suárez, a la sazón presidente y vicepresidente de México, a manos del chacal, el etílico militoste asesino, traidor y rencoroso Victoriano Huerta, cuando en realidad esos días terribles y cruciales explican bastante más de lo que hasta el momento era la Revolución mexicana y, de igual relevancia, lo que fue a partir de entonces, así como buena parte de lo que sería una vez concluida la fase armada de la misma.

No obstante la profusión de datos que ofrece y el rigor analítico con que los presenta y ordena, el libro se deja leer con una fluidez envidiable incluso para obras de divulgación histórica que apelan a una sencillez que puede disimular carencias ya de información, ya de perspectiva. Entre sus varias virtudes, una a destacar es la reivindicación –que no debería ser necesaria, pero lo es por culpa de aquello mencionado al principio de estas líneas– de personajes clave de la Revolución mexicana como el general Felipe Ángeles, a quien la Historia con mayúscula, o mejor dicho sus parciales escribientes oficiales, le han hecho la injusticia tremenda de reducirlo tal vez a un par de líneas perdidas y olvidadas en el sopor de clases escolares que se dieron con displicencia y se recibieron con pereza.

Contra todo lo cual funciona, y estupendamente, esta que es la obra de un historiador y ensayista de capacidad y seriedad más que probadas.


Voces del cervantino

Jaimeduardo García


Festival Internacional Cervantino. 40 visiones de un mismo escenario,
Leticia Sánchez Medel,
40 Festival Internacional Cervantino,
México, 2012.

En 1982, en la décima edición del Festival Internacional Cervantino, Rudolf Nureyev (1938-1993) “pidió una tina tras bambalinas, pues saliendo del escenario se bañaba con agua caliente” y no daba entrevistas a periodistas. Una noche, una joven reportera se encontró con él en un callejón de Guanajuato sin reconocerlo. “Al bailarín ruso le gustaba practicar el jogging… para que nadie lo reconociera se disfrazaba y salía a correr. Nuestra compañerita nunca se dio cuenta de que la persona con la que se topó era el gran Nureyev. Tuvo mucha suerte al encontrárselo, pero fue una oportunidad de oro que dejó perder.” Esta anécdota y otras más integran Festival Internacional Cervantino. 40 visiones de un mismo escenario, de Leticia Sánchez, que con más veinte años en la ruta del periodismo cultural rinde homenaje a ese festín artístico.

En este libro entran a escena los testimonios de los periodistas que cubrieron desde que nació este encuentro en 1972 (Enrique Ruelas, profesor de la Universidad de Guanajuato, organizó ese año el Coloquio Cervantino, esa es la génesis), como Carlos Ximénez –decano de los reporteros del Festival Cervantino y a quien pertenece el episodio de la entrada–, hasta quienes tienen diez años narrando el festival, pero cuyas historias tras los escenarios jamás son contadas.

En 40 visiones…, rico en hallazgos, comentarios, remembranzas e historias que se habían quedado en el tintero, los periodistas que han cubierto el Cervantino son los protagonistas y en sus propias letras comparten sentimientos, percepciones y críticas como testigos privilegiados de uno de los festivales culturales más simbólicos del mundo.

En esas ópticas hay coincidencias y divergencias en su historia. De las primeras: a muchos los marcó en su vida periodística; el Cervantino ha mermado su calidad (sobre todo en los sexenios panistas); la mística por cubrirlo y pasión por vivirlo; la continua disminución de recursos y la defensa de su permanencia.

Divergencias. Dos ejemplos: el papel de Luis Echeverría –su testimonio está ausente, aunque la periodista lo buscó le negaron la entrevista– en el inicio del Cervantino, y el fomento de Carmen Romano como la promotora que internacionalizó el festival; algunos reconocen su apoyo, otros lo cuestionan.

En el volumen también se incluyen testimonios de figuras del arte, la música, la danza, y protagonistas del Cervantino, como Miguel Sabido, Nelly Happee, Ramón Vargas, Eugenio Trueba Olivares, Isauro Rionda Arreguín, y una entrevista de Dora Luz Haw y la autora a Carmen Romano.

En 40 visiones… (una versión del libro se guardó en una caja del tiempo en Guanajuato), Leticia Sánchez rescata y hurga en la memoria de los reporteros, sus testimonios construyen una historia paralela del FIC. Es un homenaje al Cervantino y un reconocimiento a quienes han difundido el quehacer artístico de un festival que ha dejado una herencia cultural a varias generaciones en Guanajuato, en el país y en otras latitudes del orbe.


Una idea provocadora

Raúl Olvera Mijares


Obras reunidas vi. Crónica de la intervención,
Juan García Ponce,
FCE,
México, 2012.

Desde el cuento “El gato” la idea de un mirón, un tercero o un espejo domina la visión erótica de García Ponce. De un ensayo sobre Édouard Manet compuesto por Georges Bataille –también él aficionado a la crítica de las artes plásticas–, García Ponce tomará uno de los epígrafes con los que arranca la novela (el otro de ellos no podía proceder más que de Pierre Klossowski). La idea de buscar la triangulación y la consabida perversidad en las relaciones íntimas aclara la intención primera y esencial de una obra que ha suscitado lo mismo la indignación moral que el desprecio estético, a causa de la irrupción en ocasiones de un crudo y llano lenguaje coloquial, si bien calibrado con una serie de elipsis y armonías extrañamente suaves y llenas de nostalgia.

La historia es, en realidad, el desdoblamiento de dos almas gemelas que forman una sola (¿dónde: en la mente del autor, del lector, dentro de la ficción o fuera de ella, en la realidad real?). Una, Mariana, la muchacha soltera, jovencísima y al principio amante de Anselmo; otra, María Inés Gonzaga, la casta, aristocrática y algo más grande esposa de José Ignacio. Ambas son, en tanto que figuras u objetos plásticos de contemplación, enteramente idénticas. ¿Es que se disfraza una para convertirse en la otra? No, ese recurso resultaría demasiado trivial. Por supuesto, entran otros personajes (colegas artistas, comparsas en escenas de sexo tumultuario, personas de influencia política y económica, hasta uno que otro fraile dominicano, émulo de los clérigos licenciosos en las obras del marquis) y lo mismo que en las otras novelas del autor, aparecen historias paralelas –incluyendo la de la pueblerina metida a prostituta y redentora. Proeza verbal, moral, autobiográfica y de vidas posibles, Crónica de la intervención es sin lugar a dudas una de las novelas de mayor aliento en lengua española.

Extraño recorrido el de este autor, del estilo convencional, correcto, de sus relatos y novelas breves que se caracteriza por la alternancia entre frases largas y breves, la elección del léxico, el extremo cuidado con cacofonías, redundancias y pasajes abstrusos; más tarde vino una evolución hacia una libertad un tanto informe, caótica y exuberante, espejo que pretende captar la realidad. Hasta qué punto los estados mentales provocados por la enfermedad hayan tenido que ver con estas peculiaridades de su último estilo es cuestión no desdeñable para el análisis especializado. En todo caso, el desarrollo de su escritura no se refiere a los temas –su autobiografía y el denodado empeño por describir el deseo– sino más bien a la innovación a través de formas narrativas, morales y estéticas que, poco a poco, fueron adquiriendo en su pluma una naturalidad, una inmediatez cuasi gráfica, un carácter directo, una expresividad a flor de piel, para aquel lector que tiene la persistencia y el enardecimiento de llegar hasta el culmen de su obra, la etapa de cabal madurez.


La necesidad de recordar

Ricardo Guzmán Wolffer


Una vida. Infancia y juventud,
Federico Álvarez,
Conaculta,
México, 2013.

Los libros autobiográficos son un reto. Uno puede estar interesado en el punto de vista de una persona sólo por dos opciones: o es un personaje cuya versión de lo que sea es valiosa; o lo que narra nos interesa, sin importar cómo sea advertido: cualquier testimonio puede aportar conocimiento a un momento histórico. Todo fenómeno puede ser percibido desde distintos ángulos y la visión macro es tan útil para la integración de los hechos como la visión micro.

En la autobiografía de Álvarez puede optarse por ambas. En el primer capítulo, este notable académico y escritor explica un poco las razones para recordar. Sabiéndose frente al paredón de fusilamiento a sus casi noventa años, decide recordar su vida: quiere volver a nacer mediante el ejercicio de una memoria notable, asumiendo que sólo en la madurez es el hombre capaz de saber cómo se ha desarrollado su propia niñez que lo ha marcado, pues el infante carece de la conciencia para asumirse humano y avalar la crónica de lo propio. Álvarez justifica su ejercicio a partir de un momento definitorio (la guerra en España) que le permite ver el antes y el después. ¿Cómo habría vivido, se pregunta, si no me hubiera tocado vivir esa guerra? Y la pregunta es trucada, como acepta el autor, pues es muy poco el margen para seleccionar que solemos tener los individuos, más hacia el pasado: en cuanto a los recuerdos, escogemos a partir de percepciones subjetivas y hay que optar entre hechos reales e imaginarios, “fantasmas que eligen por nosotros”. En el deambular de la mente, el mundo de afuera de sí mismo se torna en muro que nos contiene y que deseamos saltar para atisbar lo otro: compaginar lo propio y lo universal en el recuerdo. Cuando el mundo personal se forja, uno no lo hace conscientemente y hasta que brota esa individualidad en el recuento, puede suponerse hecho de fuerzas ajenas, sin la propia elección.

Álvarez asoma la posibilidad de ser una suerte de portavoz de los exiliados, sugiriendo que esa condición hermana a quienes la vivieron. Supone que el arraigo a la tierra puede ser el de la memoria, que el ancla habitacional conlleva a la estabilidad de la evocación por la retentiva que constituye la referencia inamovible. Reconstruye su pasado a partir de fotografías, para imaginar la voz de ese niño que espera que no se haya ido, con el deseo de que le hable. La poesía inesperada del autor en un género atípico para ello.

Infancia y juventud, anuncia el libro y así es: desde los primeros años en San Sebastián (colegio, familia, amigos, libros, cine, profesores, lo que constituye el mundo inmediato de un niño) hasta la llegada de la guerra; el viaje a Cuba; la adolescencia, la religión, la política que vivió, la instrucción que recibió. El último capítulo del libro es “El viaje a México”. Un libro que se espera que continúe, pues la memoria prodigiosa de Álvarez se narra con precisión y eficacia.