Opinión
Ver día anteriorMartes 30 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La ley del subdesarrollo
E

n La salida del atraso, Ugo Pipitone distingue con agudeza el momento histórico en que podemos hablar de países atrasados y avanzados, del momento, posterior, cuando hablamos de países desarrollados y subdesarrollados. En el segundo momento se ha fortalecido sustancialmente el mercado mundial, y el centro desarrollado refrena y aun profundiza el subdesarrollo. La superación del atraso dependía del esfuerzo propio.

Después de los primeros avanzados (Inglaterra, Francia), Alemania, y algo más tarde Suecia, Noruega, Dinamarca, Suiza, Italia, Japón, deben acelerar el paso para salir del atraso. Japón ciertamente lo hará con el apoyo obligado de Estados Unidos, después de aplastarlo con dos bombas atómicas.

En adelante las décadas se alargan y el subdesarrollo se congela. Los teóricos de la dependencia, empezando con Andre Gunder Frank, hicieron esfuerzos mil para mostraros que desarrollo y subdesarrollo eran las dos caras de la misma moneda.

Salir del subdesarrollo, según la teoría de la dependencia, implicaba salir del capitalismo y erigir una sociedad socialista. Ahí estaba el socialismo (real), soviético, o chino, que nos apoyarían, o la vía de la guerrilla latinoamericana, para sacudirnos las relaciones de dominación de las grandes potencias, con Estados Unidos en la cumbre de la hegemonía mundial. Pero…

La crisis mundial iniciada en los años setenta en los centros hizo una charamusca de la historia, y las certidumbres de todos los terrícolas se esfumaron. El futuro se volvió incertidumbre por antonomasia. En el centro hegemónico se inició el acelerado desarrollo de una tercera revolución industrial con las nuevas tecnologías que velozmente se extendieron a todo el mundo desarrollado. Las nuevas tecnologías y la ruda construcción de la globalización neoliberal polarizaron al mundo como nunca. En el centro se acumularon fortunas inimaginables y los miles de millones pobres del mundo resbalaron cada vez más hacia el abismo de una pobreza aterradora. El muro de Berlín se derrumbó.

Pero la charamusca continuó retorciéndose: al finalizar la primera década del siglo XXI se dejó ver nuevamente una crisis que no se había ido, de muy largo plazo, o que es acaso una crisis de civilización, según cavilan otros estudiosos. Y entonces la más brillante y más arrogante de las estrellas del nuevo firmamento neoliberal globalizado, el sector financiero, se pudrió y se tornó un infecto parásito engreído que con instrumentos, instituciones e ideas probadamente contraproducentes, lleva hacia la anorexia a la Unión Europea, mantiene a Estados Unidos en un estado de estancamiento a la japonesa, y el mundo pobre, como vive en un subdesarrollo donde la bancarización y la bursatilización comparativamente apenas han penetrado, al tiempo que alimentos y materias primas aumentaron sus precios internacionales, han permanecido esta vez menos tocados por la crisis; aun así, algunos comenzaron a mostrar que era posible salir del subdesarrollo superando la pobreza vil y el hambre inhumana que azota aún a millones en el mundo.

Salieron del subdesarrollo España, ahora país en transición del desarrollo al subdesarrollo, Irlanda, Islandia, con experiencias análogas; Corea (con una buena ayuda de capital externo en el arranque, pero con un aporte valiosísimo propio en la educación y en la industria), una parte de India, y algunos que se aproximan a la posibilidad de salir del subdesarrollo ruin, como Brasil (si su cuerda floja no se afloja más), China (llamativo oxímoron: potencia subdesarrollada, con un PIB per cápita de un tercio del de México); Rusia (potencia espacial subdesarrollada), y por ahí se apuntan Turquía, Sudáfrica…

No creo que los mexicanos se hallan en el subdesarrollo. Pero los hilachos que quedan de la ideología del nacionalismo revolucionario son un obstáculo de lonsdaleíta (materia 58 por ciento más dura que el diamante).

Véase este microscópico botón de muestra. Dijo el pasado viernes un inconforme del CCH Naucalpan: “Ha­ce una semana la torre de rectoría fue ocupada para exigir un diálogo con el rector de esta universidad, también para que se le dé cumplimiento a nuestras legítimas demandas.

“La negativa, agregó, ahora va acompañada de amenazas de la posible entrada de la fuerza pública…, y va de la mano con denuncias penales que atentan… con (sic) nuestra libertad, integridad física, sicológica y con (sic) la autonomía de esta universidad”.

Estos inconformes nutren su cabeza de los valores del nacionalismo revolucionario, que se presentó siempre como una defensa a la mexicana de la justicia social. Pero que no se preocupó jamás por la cultura de la legalidad.

La rectoría fue ocupada (¿por quiénes?). Exigen un diálogo con el rector. Es decir, conminan, no solicitan. Se refieren a sus legítimas demandas; ¿qué las hace legítimas, que son de los encapuchados? Los inconformes exigen ese diálogo y además que se cumplan sus demandas. Entonces, ¿para qué es el diálogo?

Y terminan con un despropósito: temen la entrada de la fuerza pública: sí, la extraterritorialidad no está incluida en la autonomía. Temen denuncias penales que van contra su libertad física y sicológica. Saben que cometieron delitos, pero por alguna razón, muy natural para ellos, no debe aplicárseles la ley. ¿Por qué no? ¿son mexicanos especiales, presuntos universitarios y encapuchados?

Si usted echa una mirada a la República verá numerosos movimientos que –algunos tienen razones históricas–, haciéndose las víctimas llaman a los delitos que cometen criminalizar la protesta social. Los criminales resultan ser quienes tienen la responsabilidad de aplicar la ley.

No aplicar la ley es la ley del subdesarrollo.