Opinión
Ver día anteriorDomingo 5 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Hambre cruzada
E

n Oaxaca una vez más se alzaron las voces en contra del maíz transgénico durante la sesión del Tribunal Permanente de los Pueblos. Más de quinientos asistentes, procedentes de distintas regiones indígenas y de organizaciones sociales y civiles, acusaron al Estado mexicano de ser responsable de la contaminación transgénica del maíz nativo, en complicidad con las corporaciones transnacionales productoras de semillas, y exigieron al gobierno que no permita la siembra comercial de maíz transgénico en el norte del país.

Zapotecos, mixtecos, nahuas, mayas, rarámuris, wixárikas, junto con campesinos de Tlaxcala, Veracruz y Guanajuato coincidieron en las estrategias que utilizan para evitar que la contaminación transgénica en los maíces herencia de sus antepasados se propague: siembran únicamente sus variedades nativas y criollas, no permiten la entrada a las comunidades de maíces desconocidos, no aceptan semillas de los programas de gobierno ni de ayuda alimentaria, no siembran maíz comprado en las tiendas Diconsa, evitan las semillas híbridas que pueden estar contaminadas, revisan las milpas e impiden la polinización de plantas que parezcan raras o malformadas.

Vandana Shiva, quien peregrinó 30 horas desde India para participar en la defensa del maíz, afirmó que Monsanto ha declarado la guerra a los campesinos de todo el mundo, al convertir en crimen la práctica campesina milenaria de guardar semillas para sembrar el siguiente ciclo.

Los campesinos que no dependen de las semillas de las corporaciones son libres. Shiva explicó el patrón que siguió Monsanto y el gobierno de India para introducir el algodón transgénico en su centro de origen: Primero, el Estado desmanteló la producción pública de semillas, después Monsanto compró las compañías semilleras locales y les obligó a vender únicamente semillas de algodón transgénico, pero con la marca conocida por los campesinos, por último Monsanto promovió las semillas transgénicas, con falsas promesas de aumentar la productividad y las ganancias. En sólo un ciclo agrícola la diversidad de las semillas campesinas de algodón se había perdido y los productores que anteriormente obtenían sus semillas gratis, seleccionadas de su propia cosecha, se encontraron en bancarrota y sin posibilidad de cubrir la deuda contraída para obtener el paquete tecnológico de semillas transgénicas. Muchos optaron por suicidarse antes que dejar de ser campesinos.

En México, más de un tercio de la producción de maíz (8 millones de toneladas) no entra al mercado pues se destina al autosustento de las comunidades que lo producen, pero como parte de la Cruzada contra el Hambre, la Secretaría de Agricultura impulsa un programa de agricultura de autoconsumo que, con el pretexto de aumentar la productividad, debilita la esencia de la agricultura campesina al intentar convertirla en dependiente de insumos externos que deben comprarse a las agroindustrias. El programa pretende que las semillas nativas, muchas de ellas endémicas, mejoradas durante generaciones y adaptadas a los nichos ecológicos de cada comunidad, se cambien por semillas híbridas uniformes, propiedad de las corporaciones semilleras, o por semillas criollas mejoradas por los centros de investigación. Una vez más el programa desconoce el conocimiento campesino que impulsa técnicas de agricultura orgánica y tradicional para producir los alimentos de las comunidades, y por el contrario fomenta el uso de agrotóxicos, fertilizantes, herbicidas e insecticidas que más que evitar el hambre, dañarán el ambiente, la salud de la población y polucionarán los campos. Las trojes y coscomates, verdaderas obras de arte, construidas con materiales locales, pretenden ser remplazadas por silos metálicos comprados, que además no son útiles en comunidades donde la humedad del ambiente es alta.

La demanda de los pueblos indígenas, de los campesinos, de los científicos conscientes y de la sociedad civil reunidos en Oaxaca fue la defensa del maíz nativo y de la cultura e identidad de los pueblos de maíz, el gobierno tiene la oportunidad de escucharlos y apostar por las estrategias definidas desde las comunidades antes que favorecer los negocios y el hambre de ganancias de un puñado de agroindustrias transnacionales.