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Cine de autor en la Riviera Maya
A

l término de la segunda edición del Festival de Cine de la Riviera Maya, se impone una constatación evidente: el rasgo realmente distintivo de este evento es su apuesta total por un cine de autor con presencia insuficiente en festivales locales de mayor calibre. Aunque su premiación busca estimular y distinguir la producción independiente de cine mexicano, es preciso señalar que este cine tiene presencia, distinción y apoyos constantes en los festivales de Guanajuato y Morelia, entre otros, y hasta fechas recientes también en Guadalajara. No sucede lo mismo con un cine internacional de autor, cuyas obras suelen no tener otras oportunidades de exhibición en nuestro país.

Ese cine de autores europeos, asiáticos o africanos tuvo por varios años una plataforma privilegiada en el desaparecido FICCO (Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México), y sus promotores y curadores más entusiastas reflejan en lo posible aquel impulso en las propuestas de programación de la Cineteca Nacional y también en ese laboratorio caribeño de búsquedas creativas y diálogo con nuevos públicos que es ahora el Festival de Cine de la Riviera Maya.

En estos momentos en que, a propósito de la visita a nuestro país del presidente estadunidense Barack Obama, se discuten posibles modificaciones a algunas cláusulas del TLC (Tratado de Libre Comercio), no faltarán las voces que incluyan en el debate algo ya impostergable: la necesidad de un marco legal que limite o condicione la presencia avasalladora del cine comercial estadunidense en nuestras pantallas, cuyo efecto más durable y pernicioso es obstaculizar el impulso más creativo del cine mexicano.

Una película como Iron man 3, de Shane Black, blockbuster típico de entretenimiento masivo, termina siendo en realidad, con sus mil 200 copias en el país, un enorme bulldozer que ocupa la mayoría de las salas y cancela o tritura las posibilidades comerciales de cualquier cinta mexicana que no tenga el dudoso privilegio de parecerse a Nosotros los nobles. Paradójicamente, el cine mexicano de calidad atraviesa hoy por uno de sus mejores momentos y es crecientemente valorado a escala internacional, aun cuando de modo irónico o lamentable tenga la calidad de un arrimado perpetuo en ese hogar suyo que debiera ser la cartelera nacional.

Los festivales de cine cumplen, entre varias funciones, una que es esencial, fomentar el gusto por el buen cine y elevar los niveles de exigencia del público en la valoración estética y en la recepción crítica de las películas. De muy poco servirá apoyar retóricamente, con el nacionalismo en automático, al cine mexicano si no se programa y difunde de mejor manera las obras de los maestros declarados de nuestros mejores realizadores. En cuanto a los maestros de los realizadores del cine mexicano que sí triunfa en cartelera (El estudiante, de Roberto Girault, o No eres tú, soy yo, Alejandro Springall, el asunto está resuelto: ellos ya ocupan de cualquier modo el 90 por ciento de la programación comercial, sin señales de que eso pueda cambiar en un futuro próximo.

El Festival de Cine de la Riviera Maya presentó en su sección Plataforma mexicana 14 películas nacionales de bajo presupuesto, buena factura, y notable diversidad temática, muchas de las cuales pugnarán ahora por una distribución medianamente digna. En la sección Panorama autoral, el evento tuvo un lucimiento formidable con 24 títulos que incluyeron obras recientes de Alain Resnais (¡Aún no has visto nada!) y Raúl Ruiz (La noche de enfrente), cintas perturbadoras de Shane Carruth (Color contracorriente), Takeshi Kitano (Furia, más allá), o de Nikolaus Geyrhalte (Hospital Danubio), o la espléndida película rusa, Vivos, de Vasili Zigarev, por mencionar sólo unas cuantas. Hubo otras secciones más, igualmente valiosas. La selección arriesgada y rigurosa estuvo a cargo de Michel Lipkes y Maximiliano Cruz, y conserva el sello firme del FICCO capitalino que aparentemente sólo desapareció para renacer, multiplicado, en las sedes que hoy y mañana seguirán promoviendo el mejor cine de autor.

Lo que importa destacar es la necesidad de diseminar a lo largo del territorio nacional los espacios para proyectar un cine novedoso e inteligente que sea el contrapeso saludable al cine rutinario que hoy se nos presenta como única opción atractiva y viable de entretenimiento. Es en esos espacios donde el mejor cine mexicano –el de Carlos Reygadas, Amat Escalante, Rubén Imaz, Fernando Eimbcke, Everardo González, Nicolás Pereda, Pablo Delgado, Pedro González Rubio, José Luis Valle, y tantos otros artistas sólidos– encontrará al fin su público y su distribución idóneos, al lado de sus mayores maestros nacionales y extranjeros, en programaciones de un nivel impecable. Un sueño guajiro, sin duda, muy a tono sin embargo con las gratificaciones cinéfilas que brindó el pasado Festival de Cine de la Riviera Maya.

Twitter: @CarlosBonfil1