Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de mayo de 2013 Num: 948

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

A 50 años de
En el balcón vacío

José María Espinasa

Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez

Elena Poniatowska

Adónde, adonde
Eduardo Hurtado

Sergio Pitol, el autor
y los personajes

Hugo Gutiérrez Vega

La novela policial
Sergio Pitol

Terrence Malick y el sentido del universo
Raúl Olvera Mijares

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Columnas:
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Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez
Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez

Elena Poniatowska

–¿Quién hizo el Estadio Azteca?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién el Museo de Antropología?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién el Museo de Arte Moderno en el bosque de Chapultepec?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién la Basílica de Guadalupe?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién hizo el Palacio Legislativo?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién el Centro Cultural de Tijuana?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién la Escuela Nacional de Medicina en Ciudad Universitaria?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién fundó la UAM (Universidad Autónoma Metropolitana)?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién la Secretaría del Trabajo?
–Pedro Ramírez Vázquez.

–¿Quién el Museo Amparo en Puebla?
–Pedro Ramírez Vázquez.

Cuando lo entrevisté hace más de veinte años,  para defenderse, Pedro Ramírez Vázquez, el arquitecto faraónico a quienes todos los presidentes y los empresarios recurrían, se defendió en contra de las goteras. Las goteras, Elena, son muy frecuentes en México. Aquí las tengo yo en mi casa (se reía muy contento, contentísimo) y de vez en cuando necesito poner mis cubetas. Mire, uno de los problemas más serios que tenemos los arquitectos son las filtraciones que se deben a problemas de tipo climático que muchas veces el cliente no capta. En Ciudad de México tenemos cambios de temperatura hasta de veinte grados del día a la noche y estos cambios provocan dilatación en los materiales que muchas veces no puede absorber el impermeabilizante y provoca una pequeña grieta que le abre paso a la gotera. Esta es una razón técnica muy conocida por los constructores, arquitectos e ingenieros, pero que padecen los clientes y también sufrimos los arquitectos porque en la cubierta de un techo perfectamente hermético y bien impermeabilizado es difícil ver la fisura.


Foto: caracteres.com

Mire usted, a la construcción se le exige mucho. Si usted compra un Ford y a la mañana siguiente se le descompone usted dice: “¡Caray, qué mal salió el Ford!” Lo lleva usted al taller, se lo componen, lo paga, pero nunca dice usted de Henry Ford: “¡Es un ratero y un ignorante!” Pero si a los cuatro años se le forma una gotera en su llave de agua usted exclama: “¡Pero qué ingeniero sinvergüenza!” En una obra, si se truena un tubo, nadie culpa al plomero sino al ingeniero, al arquitecto. El constructor en México es responsable de lo que hace el ochenta por ciento de mano de obra analfabeta que tenemos que formar e instruir durante el desarrollo de una obra. Muchos años de prestigio se ponen todos los días en manos de un conjunto de trabajadores y de colaboradores por los cuales el arquitecto tiene que responder íntegramente porque en la construcción sólo hay un responsable: el que firma.

–Pero también el que recibe el crédito, la fama, el dinero…

–La construcción del Museo de Antropología fue un trabajo de más de setenta arquitectos dentro de 45 mil metros cuadrados de terreno y 5 mil metros de bodegas llenas con toda la riqueza arqueológica de México. Nuestra intención fue enaltecer la cultura mexicana, desde la prehispánica hasta la contemporánea, por eso hay fragmentos de la filosofía náhuatl en los muros seleccionados por el padre Ángel María Garibay K, y frases del poeta Jaime Torres Bodet.

En la entrevista hecha en 1973, le pregunté a Ramírez Vázquez si la Sala Mexica la había concebido como una capilla, un centro de veneración.

“En cuanto a la Sala Mexica, tiene usted razón. Me propuse deliberadamente que el público, como los fieles, viera las piezas con un sentimiento de reverencia, de verdadera y auténtica veneración… Para un arquitecto, hacer un museo como el de Antropología es una empresa por demás exaltante y hermosa y sobrecogedora… A todos nos emocionó mucho trabajar en la edificación del Museo.”

–Como arquitecto, obviamente sabe aglutinar y organizar a la gente: usted es un promotor, un hacedor profesional. ¿Es un rasgo de su carácter o algo que ha desarrollado a lo largo de los años?

–Mire, cuando tengo que hacer algo, me pongo a hacerlo, llueva o truene; he ahí el secreto. Llamo además a todas las personas que me pueden ser útiles y me pueden enseñar, compruebo su eficacia y me pongo a trabajar con ellos. Aquí en esta avenida del Pedregal número 170 tenemos un taller de carpintería, uno de vidrio, uno de herrería y todos trabajamos con las manos, absolutamente todos… Esta mesa frente a la cual me siento, fue hecha aquí –me dicen que tengo complejo de primaria, porque mire usted, en realidad es un pupitre; levanto la tapa y ahí están mis lápices y mis apuntes–; es una simple mesa de pino… El techo también es de ocote. Algún amigo me dijo: “¿Cómo vas a trabajar una madera tan corriente?” Y repuse: “No hay materiales corrientes; lo corriente puede ser la forma de tratarlos.

Y así es. Luis Barragán tiene en su casa una escalera preciosa hecha con tablones de pino, que ha sido reproducida –y con mucha razón– por todas las revistas técnicas del mundo… “Para que vea usted, Elena, Luis Barragán es uno de los grandes maestros de la arquitectura auténticamente mexicana. Considero que las enseñanzas más positivas de los últimos años en  arquitectura se las debemos a Barragán, porque nos enseñó a ennoblecer los materiales y la mano de obra artesanal; sus texturas en los aplanados, su forma de usar el tabique, las maderas que abundan en México, el pino, son lecciones que no tenemos con qué pagar. Luis Barragán es un maestro de la arquitectura mexicana; nos ha enseñado a entender los espacios, la nobleza de los grandes paños lisos, el uso del color en esos grandes paños lisos que él maneja en forma magistral.”

Entrevisté a Pedro Ramírez Vásquez una primera vez, el 19 de marzo de 1967, año y medio antes de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco y una segunda vez el 22 de noviembre de 1973. En esa ocasión me dijo que Carlos Pellicer, quien fuera su maestro de Historia General, decidió su vocación “al relatarnos un día en clase la vida de la gente sobre el gran espacio de la Acrópolis. Me fascinó en tal forma que le pedí permiso para ir a verlo en la tarde a su casa en las Lomas. Fue tan generoso con su tiempo que toda la tarde habló conmigo y esto fue definitivo para mí, porque en ese momento decidí ser arquitecto. Mi hermano mayor, Mariano también actuó como un padre –porque yo estaba pequeño cuando murió mi padre y hay una gran diferencia de edad entre Mariano y yo–, y me ayudó en mi formación normando mis lecturas y encauzando mis entusiasmos. Por esto le decía yo que además de las formas arquitectónicas que captamos los arquitectos hay valores más profundos que son intangibles y nos enseñan a entender la arquitectura. En mí han ejercido su influencia Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Gropius, Van der Rohe y Constantino Dioxadis, quien ha estado varias veces en México y es uno de los grandes urbanistas. […] También han salido de México notables influencias al mundo internacional de la arquitectura. Pienso en Félix Candela, con sus soluciones de cascarones de concreto y sus cubiertas que vuelan  […]y en  Luis Barragán, otro gran maestro.

–¿Y a quién considera usted el mejor arquitecto mexicano?

–A quien más le debemos todos los arquitectos es al maestro José Villagrán García. Personalmente, le debo muchísimo al arquitecto José Luis Cuevas, con quien me formé y que fue un gran urbanista. Creo que mi manera de trabajar y mi forma de concebir la arquitectura se la debo a él, al menos espero habérsela heredado; él valía mucho. Decía el arquitecto Mies van der Rohe que en la arquitectura no hay ni pasado ni futuro. Sólo al presente se le puede dar forma. Es difícil crear una manera de hablar de arquitectura exclusivamente desde el punto de vista formal, porque la arquitectura es esencialmente una disciplina de carácter utilitario: tiene que servir…

–Usted, arquitecto Ramírez Vázquez ¿se propuso enaltecer nuestros materiales?

–Siempre; este es un principio básico de la arquitectura que nos enseñó a toda una generación de arquitectos el maestro José Villagrán García: debemos utilizar nuestros materiales para que nuestra arquitectura tenga características propias. Si tenemos mármoles extraordinarios y los sabemos usar, le estamos dando automáticamente a las formas que creamos, características locales. Nosotros los arquitectos nos expresamos mejor en nuestro propio lenguaje y con nuestras propias palabras por eso me inclino y me inclinaré siempre por utilizar materiales nacionales.

El Estadio Azteca que Ramírez Vázquez ganó por concurso es un gran espacio vivo que acuna las pasiones de los aficionados al futbol que lo mecen a gritos desgarrados o exaltados. De la afición nace la amistad, la convivencia, la apertura, la democracia, la solidaridad con los jugadores, porque finalmente en el estadio todos corremos en la cancha tras la pelota. Un estadio es la vida, el estallido, las voces que suben al cielo, el cohete amarillo que estalla. Cantar en el Estadio Azteca es un triunfo, un punto de encuentro de jóvenes y viejos. El Azteca es un emblema, como lo fue Ramírez Vázquez, fallecido el pasado 16 de abril, a los noventa y cuatro años de edad. Deberíamos haberlo velado bajo el “paraguas” –así conocido– del Museo de Antropología, que Octavio Paz criticó en su momento. “No soy el arquitecto oficial de México”, le dijo Ramírez Vázquez a Raquel Peguero, y a él le debemos una frase ilustrativa, la de que un museo tiene una función: la enseñanza. El Calendario azteca roba cámara, pero en la mente de muchos visitantes se quedan los perritos que sonríen en su cara en el Museo Arqueológico de Tabasco.