Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de mayo de 2013 Num: 948

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

A 50 años de
En el balcón vacío

José María Espinasa

Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez

Elena Poniatowska

Adónde, adonde
Eduardo Hurtado

Sergio Pitol, el autor
y los personajes

Hugo Gutiérrez Vega

La novela policial
Sergio Pitol

Terrence Malick y el sentido del universo
Raúl Olvera Mijares

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Bemol Sostenido
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Ana García Bergua
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Orlando Ortiz

Para no creerlo

En el andén de una estación del Metro vi algo y el recuerdo fue inmediato, automático.

Primeramente llegó esa crónica de Altamirano titulada “Una visita a la Candelaria de los Patos” (recogida por don Luis González en Galería de la Reforma, con el nombre de “La cara sucia de la capital”), también en un cuento de Ramón Rubín, “El indizuelo Choriri”. ¿El motivo?:  un afiche a cuatro tintas y en cartulina couché de gramaje considerable –para soportar sin deterioro el manejo y la exposición. El cartel invita a contribuir para acabar con el hambre y la pobreza. Esto me remitió a la imagen de espectaculares colocados en vías importantes de la ciudad con la misma exhortación. Como no estoy enterado de los costos publicitarios actuales, no pude calcular cuántos millones de pesos andaban rodando por ahí, no para ayudar a los pobres, sino para aliviar las conciencias de ricos, gobernantes y políticos.

“El indiezuelo Choriri” es, quizá, el texto más cruel –hasta trágico– que he leído con el tema del hambre. En la crónica de Altamirano me detendré un poco, pues el motivo de estas líneas es la llamada Cruzada Nacional contra el Hambre.

Don Ignacio Manuel Altamirano relata lo que vio en la Candelaria de los Patos, que ”no está alumbrado ni siquiera con los pálidos rayos de la esperanza” y era parte del cinturón de miseria y fango que rodeaba, en aquel entonces, a Ciudad de México. Consigna en el texto que conoció apenas una parte muy reducida de dicho cinturón de “infelicidad”, pero con eso le bastó. Hambre, miseria, enfermedades, más hambre, insalubridad, frío, más enfermedades y, como ya dije: desesperanza; los más de los habitantes de aquel lugar parecían estar esperando resignadamente la muerte. Un pequeño, delirando por la fiebre, repetía sin cesar algo sobre la existencia de Dios, una anciana agonizaba tirada en un petate, unos  “niñitos tísicos y moribundos que, tendidos en el suelo y mirando fijamente con ojos tristes al cielo, esperan sin quejarse la vuelta de la pobre madre...” Menciona que aquellos olvidados deben ser entre “cuatro y cinco mil moribundos que se arrastran allí...” Eso era en 1869, y en un espacio reducido del país. Ahora, en pobreza extrema comparable, quizá, con la que alude Altamirano, tenemos más de siete millones.

Altamirano menciona con ironía a las sociedades caritativas,  a las Conferencias de señoras (piadosas) y todos esos benefactores, políticos y filántropos que procuran ejercer su bonhomía por el centro de la ciudad, o por donde no corran el riesgo de manchar sus polainas. En la actualidad existen, desde hace varias décadas, programas de ayuda a los pobres y hambrientos; sin embargo, todos han sido un fracaso absoluto, pues, para no ir tan lejos, en 1970 había 31 millones 450 mil pobres, y el año pasado se tenían registrados 54 millones de pobres, de los cuales, más de 7 millones se encuentran en pobreza extrema. Y, para no creerlo: en ese período se gastaron en el combate a la pobreza miles de millones de pesos.

Luis Echeverría destinó 50 mil millones a los pobres en 1970 y Felipe Calderón casi 900 mil millones. No obstante, la cantidad de pobres no disminuyó, todo lo contrario. ¿Por qué? Se me ocurre una respuesta muy simple: primero: el aparato gubernamental que se crea, en cada sexenio, con ese fin, no acaba con la pobreza porque incrementa el número de burócratas e infraestructura necesaria para ellos. Segundo: lo que quede de ese gasto se destina a los pobres con un criterio de señoras filántropas y piadosas que para no aburrirse llevan a los infelices ropita usada y algunos paquetes de frijol y maíz. Nunca se elabora un programa integral que contemple el hambre como un síntoma, producto del desempleo, la explotación, la ignorancia (falta de educación), insalubridad, etcétera.

Corrijo. Ahora sí hay, según parece, un programa integral, pero... me reservo mis dudas en cuanto a los resultados. Rosario Robles, titular del programa, ha firmado varios convenios (dejaré a un lado los que hizo con empresas trasnacionales) para que los jóvenes participen en esta cruzada por solidaridad o cumpliendo su servicio social. Idea que seguramente nació de las brigadas de alfabetización y de trabajo comunitario en Cuba y Nicaragua, pero... ¿tendrán nuestros jóvenes las ideas, convicciones e ideología necesarias para esta tarea? Para terminar, mencionaré que hace algunos años, cuando se inició la Preparatoria Popular, le platiqué a Emmanuel Carballo de qué se trataba y él me comentó:  “No pierdan su tiempo, eso es jugar al socialismo en un país capitalista.”