Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 5 de mayo de 2013 Num: 948

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

A 50 años de
En el balcón vacío

José María Espinasa

Adiós al arquitecto
Pedro Ramírez Vázquez

Elena Poniatowska

Adónde, adonde
Eduardo Hurtado

Sergio Pitol, el autor
y los personajes

Hugo Gutiérrez Vega

La novela policial
Sergio Pitol

Terrence Malick y el sentido del universo
Raúl Olvera Mijares

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Columnas:
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Enrique López Aguilar
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Cabezalcubo
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Luis Tovar


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Luis Tovar
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Riviera Maya II (I DE II)

Apenas va en su segunda edición, pero el Festival de Cine de la Riviera Maya –su nombre oficial es Riviera Maya Film Fest– pareciera tener lo necesario para diferenciarse de la proliferación festivalera que, de manera cíclica, hace aparecer y desaparecer certámenes fílmicos iguales a la flordeundía. El primero y más importante de sus haberes consiste en una programación interesante por amplia y diversa, hecha de una sección llamada Plataforma Mexicana –largometrajes mexicanos en competencia, documental y ficción juntos–, otra denominada Gran Público, y una más a la que bautizaron como Panorama Autoral.

En la primera están los documentales El alcalde (Emiliano Altuna/Carlos f. Rossini/Diego Osorno, 2012), Calle López (Lisa Tillinger/Gerardo Barroso, 2013), El cuarto desnudo (Nuria Ibáñez, 2013), Mitote (Eugenio Polgovsky, 2012), Palabras mágicas (para romper un encantamiento) (Mercedes Moncada, 2012), Carmita (Laura Amelia Guzmán/Israel Cárdenas, 2013), e Inori (Pedro González Rubio, 2012), así como las ficciones Las búsquedas (José Luis Valle, 2013), Despertar el polvo (Hari Sama, 2012), Halley (Sebastián Hoffman, 2012), Las lágrimas (Pablo Delgado, 2012), Panorama (Juan Patricio Riveroll, 2013), Penumbra (Eduardo Villanueva, 2013), y Rezeta (Fernando Frías, 2012).

Una mirada rápida


El alcalde

Altuna, Rossini y Osorno debieron ser conscientes de que El alcalde sería igual de polémico que el personaje a quien alude, pues se trata de Mauricio Fernández, el agridulce expresidente municipal de San Pedro Garza García que cobrara notoriedad a causa de sus métodos poco ortodoxos para enfrentar, en la demarcación a su cargo, al crimen organizado. En el contexto de violencia generalizada que seguimos padeciendo, las decisiones –pero también la personalidad y el estilo– de Fernández han sido vistos lo mismo como un exceso cuestionable que como una medida extrema a la cual recurrir, no por gusto sino porque ninguna otra medida parece funcionar. En El alcalde se echa de menos un trabajo más a fondo en torno a tales cuestiones, a favor de algo que, si no lo es, tiene demasiado parecido con el lucimiento del personaje.

Tillinger y Barroso se propusieron la sencillez formal en Calle López, para que el contenido se hiciera cargo de lo profundo y lo complejo. A la manera de un enorme fresco de imágenes y sonidos captados tal cual se dan en la cotidianidad, el documental da cuenta de los actos pequeños, inadvertidos, diríase inconscientes, maquinales, rutinarios, pero fundamentales todos ellos en tanto son los que dan cuerpo a la vida de a diario, la del trabajo y la búsqueda del sustento, en un sector del Centro Histórico de Ciudad de México, en torno precisamente a la calle que da nombre al filme. Desde que la chamba empieza hasta que acaba, Calle López presenta una jornada completa de los comerciantes, barrenderos, prestadores de servicios y demás fauna urbana, dueña absoluta de las calles que habita.

Polgovsky salió, cámara en mano, al mismo Centro Histórico de Ciudad de México para recolectar el testimonio visual de rituales postmodernos contrastantes, como pueden serlo un campamento de protesta social del Sindicato Mexicano de Electricistas y la transmisión masiva del partido inaugural del mundial de futbol en Sudáfrica, en 2010, sucesos que tuvieron lugar simultáneamente en el Zócalo capitalino. A Polgovsky le pareció pertinente hacer un reiterado paralelismo entre los iconos contemporáneos –rostros pintados, atavíos disparatados o delirantes o meramente mercadotécnicos– y la plástica prehispánica que, de esta manera, puede ser vista como antecedente antropológico de las expresiones populares actuales. El resultado se llama Mitote, y es el trabajo más reciente de un documentalista que hace las veces de hombre orquesta al escribir, dirigir, fotografiar, producir y editar sus propios filmes.

Moncada nació en España pero toda su minoría de edad la vivió en Nicaragua, y a sus siete años de edad le tocó vivir el triunfo de la Revolución sandinista, que puso al entonces aplaudido y luego inefable Daniel Ortega al frente de un poder entonces apoyado hasta la aclamación y luego corrompido hasta el tuétano. La traición al espíritu de César Augusto Sandino, quien seguramente no deja de revolverse en su tumba, llevó a Moncada a elaborar esta narración directa y sin ambages acerca del deterioro sin remedio del sueño revolucionario nicaragüense. Hábil para el apunte estético, Moncada hace del lago de Managua el depositario metafórico de lo bueno y lo malo que ha vivido, desde los primeros Somoza, un país que sigue sabiéndose quebrado a medio espinazo.

(Continuará)